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Las cartas del Boom

Hace poco terminé de leer “Las cartas del Boom”, libro editado por Alfaguara que muestra la correspondencia compartida por los principales autores de ese fenómeno editorial, ente los años 1955 y 1984 (aunque existen cuatro telegramas de los años 1987 a 2012, son apenas algunas líneas con felicitaciones o similares, que no forman parte de ese “ida y vuelta” que muestra la relación entre los escritores —y sus obras— en sus cartas de los años anteriores).

Lo primero que me llamó la atención es el tono de las cartas intercambiadas. Ese “escribo esperando que te encuentres bien” o “sin estar seguro de que recibas esta carta…” que denotaban algo hoy difícil de comprender: que entre el momento de escribirse una carta, hasta aquel en que el destinatario la lea, podían pasar varias semanas, y que en ese lapso, las circunstancias reflejadas en una misiva podrían haber cambiado. Hay casos en que una misma carta se enviaba a dos direcciones distintas, pues se sabía que el destinatario podría viajar antes de recibirla. Y ese tiempo, que se sabía podría desactualizar el contenido de una carta, parecería que motivaba una mayor profundidad en su contenido, pues los contactos personales no eran sencillos ni frecuentes. Carlos Fuentes (CF) aseguraba que “subrayar ese sentido de comunidad, de tarea de grupo” era muy importante, y el intercambio epistolar era la forma en que lo lograban.

La conexión actual inmediata obviamente agiliza la comunicación, pero parece haberle quitado profundidad. Quizás sacrificamos contenido a cambio de velocidad. Mensajes van y vuelven en segundos, pero su contenido no permanece. El contenido parece generarse tan rápido que no alcanza a revestirse de importancia ante el emisor ni ante el receptor. Los autores del Boom cuidaban la palabra, la mimaban, y sus cartas parecían acariciarlas. Figuras literarias como la metáfora son halladas con frecuencia en su correspondencia. Por eso, cartas de varias páginas se leen con placer literario. Parece muy difícil encontrar esa sensación en chats de WhatsApp.

Gabriel García Márquez (GGM), por ejemplo, responde una carta a CF diciendo “Y usted, maestro, sigue afianzándose en la mitología de esta casa. Mercedes descubrió que el dinero rinde más cuando lo esconde entre las páginas de La región más transparente”. Resulta fácil reconocer en esa frase a la mano que escribió Cien años de soledad.

El libro menciona que al menos la mitad de las novelas del Boom se escribieron fuera de América Latina, lo que muestra la importancia de la comunicación entre los autores (que generalmente se hallaban en ciudades o países distintos), que se realizaba sobre todo por cartas. Era habitual que entre ellos compartieran los manuscritos de sus novelas a través del correo, para así retroalimentarse con los comentarios de los otros.

Cabe destacar que, aunque los comentarios sobre los textos escritos por uno de los autores eran casi siempre halagüeños (con merecimientos, sin duda), eran también lo suficientemente honestos para señalar errores. En eso, el más entusiasta crítico parece haber sido Julio Cortázar (JC), aunque sus correcciones no siempre hayan sido incorporadas por sus colegas en el texto final. Recuerdo un comentario en especial, hecho a CF sobre un párrafo de su novela La región más transparente, en el que se refería a muchachas mexicanas “fresas” (que por estos lares serían “jailonas”). Decía JC que “ahí su estilo… degrada al brulote, a lo que usted y yo y muchos sabemos de esos círculos y esas des–concepciones de la vida y la realidad”. No pude evitar sonreír al pensar a cuántos “críticos de redes sociales” de estos pagos calzaría esa observación.

El mismo CF pone de manifiesto la importancia de los consejos/críticas recibidas, cuando confiesa sin pudor en una carta a GGM: “Llegué hace cinco días a París y me metí a la nueva redacción de un capítulo crucial de Cambio de piel que Cortázar, con su habitual penetración, me criticó a calzón caído”. El mexicano sigue con un párrafo que parece mostrar que incluso los grandes autores caen alguna vez en el desánimo: Cabrón oficio este, tan interminable, tan fatalmente ordenado a la imperfección, a estar siempre por debajo de lo soñado, de lo que se sabe y no se puede escribir. Poco después, escribiría a Cortázar, diciendo: Perdona por el retraso en contestarte. Tú tienes la culpa. He vuelto a escribir toda la parte final de “Cambio de piel”: ochenta y tantas nuevas cuartillas pagadas con sangre, te lo juro.

En la misma sintonía, García Márquez escribía: Estoy muy solo y me moría de envidia al ver tantos cuates en “Life”, juntos en el Hudson, y yo aquí encerrado sin tener con quién hablar, con estos cabrones Buendías que me han costado media vida.

El éxito de este cuarteto se debió no solo a su afinidad, sino también a sus diferencias, que en cuanto a personalidad eran evidentes, como se puede descubrir leyendo sus cartas. Contra lo que esperaba (por su gesto casi siempre adusto, tanto en fotos como en videos de entrevistas que alguna vez concedió), CF parece ser el más bromista, el más afecto al uso de palabras “altisonantes”, a provocar una sonrisa a través de sus cartas, seguido muy de cerca por GGM quien, de carácter desenfadado, como buen caribeño, parecía tomarse la vida con alegría, aunque esta se muestre tacaña al momento de ofrecerlas.

JC aparenta cierta ingenuidad, cierta tendencia a “vivir para adentro” (“parece un niño grande”, dice de él Plinio Apuleyo Mendoza, que lo conoció bien), y su literatura parece confirmarlo. Idealista y comprometido con las causas que abraza. La mejor prueba parece encontrarse en su apoyo a la revolución cubana, que en un inicio fue apoyada entusiastamente por los cuatro autores, aunque luego dos fueron desengañándose de ella, especialmente a causa del famoso “caso Padilla”. (GGM tuvo, a lo largo de su vida, una relación ambivalente con la revolución cubana, que merece un espacio mayor para ser analizada), JC, sin embargo, continuó apoyando entusiastamente a Castro. Se dice que su segunda pareja, la lituana Ugné Karvelis, influyó sobre el autor no sólo para que mantenga su apoyo al régimen castrista, sino para que politizara su escritura, lo que, según todos los críticos, redundó en un bajón de la calidad literaria del escritor.

Finalmente, Vargas Llosa (MVL). El peruano parece haberse caracterizado por la disciplina y el rigor con que encaró su labor literaria. Es quien menos cartas tiene transcritas. Quizás, en parte, por su conocido rechazo al intercambio epistolar, aunque parece que también influyó el hecho de que haya sido el primero en marcar distancia con la revolución cubana, por lo que su intercambio epistolar disminuyó. Se esté o no de acuerdo con sus ideas, debe reconocerse que siempre fue consecuente con ellas.

Un pasaje de la correspondencia mostrada en el libro que me llamó la atención se refiere a un proyecto común de los autores para escribir un libro sobre los dictadores latinoamericanos. La idea era que cada dictador sea retratado por un escritor de su país. Al respecto, CF decía que no encontraba “ningún boliviano capaz de entrarle a Melgarejo”. Como boliviano, no pude evitar pensar en algún autor de fines de los 60 que pudiera haber hecho un buen trabajo sobre el dictador tarateño. El primer nombre que me vino a la mente fue el de Óscar Cerruto, que en 1958 ya había escrito Cerco de penumbras, o Augusto Céspedes, que había publicado El dictador suicida una década antes del Boom, y El presidente colgado el año 1966. Pensé también en Marcelo Quiroga Santa Cruz, que en 1959 ya había lanzado su novela los deshabitados. En otra carta, aparece “Donoso” como autor propuesto para retratar a Mariano Melgarejo. Asumo que se trataba del chileno José Donoso. Parece que los escritores bolivianos no se hallaban en “la órbita” de los autores del Boom. Finalmente, ese interesante proyecto (creo que como lector lo habría disfrutado) nunca se realizó.

Una opinión que me pareció de lo más interesante (y sorprendente, apenas la leí) fue la planteada por GGM, diciendo que el verdadero Boom no era de escritores… sino de lectores, luego de comprobar que “…América Latina se había convertido de pronto en uno de los grandes mercados de libros del mundo”. No parece un dato menor, ya que normalmente el nuestro no era un mercado importante para la literatura, y menos aún la escrita en esta parte del mundo. Además, supone un halago para los lectores, sin los cuales, obviamente, no habría novelas exitosas.

Al hablar del Boom, se menciona siempre a los cuatro autores que protagonizan el libro aquí reseñado. Y si hay alguna inclusión que se extraña o incluso reclama, es la de mujeres escritoras. Y parece ser un reclamo justificado, si se considera la calidad literaria que Elena Garro, María Luisa Bombal y Clarice Lispector —por mencionar a algunas— ya mostraban por esos años. Pero creo que es erróneo decir que el Boom no tuvo presencia femenina.

Imaginemos al Boom sin uno de los cuatro autores por él consagrados, ¿esa ausencia hubiera impedido la existencia de este fenómeno?, diría que no. ¿Y la ausencia de Carmen Balcells?… creo que habría sido más gravitante que la ausencia de cualquiera de los autores. Se sabe que Balcells fue mucho más que una agente literaria para los autores consagrados por el Boom. Ella elegía dónde vivirían, sabía (por decir lo menos) lo que escribirían, elegía el colegio para sus hijos, organizaba sus vacaciones, y tenía una influencia determinante en su quehacer no sólo literario, sino personal.

Hay unas líneas que José Donoso (llamado también “el cronista del Boom”) dedica a Balcells mientras miraba lo que sucedía en una fiesta en la que estaban los autores consagrados por su agente literaria, bailando cada cual, por turno, ritmos propios de sus países de origen. “…mientras tanto —dice Donoso— nuestra agente literaria, Carmen Balcells, reclinada sobre los pulposos cojines de un diván, se relamía revolviendo los ingredientes de este sabroso guiso literario… alimentando a los hambrientos peces fantásticos que en sus peceras iluminadas decoraban los muros de la habitación. Carmen Balcells parecía tener en sus manos las cuerdas que hacían bailar a todos como a marionetas, y nos contemplaba, quizás con admiración, quizás con hambre, quizás con una mezcla de ambas cosas, como contemplaba a los peces danzando en sus peceras.”

Si no se incluyeron escritoras en el Boom, parece que fue porque la mujer que creó el Boom así lo decidió.

Y, ¿cuándo terminó el Boom? Según los editores de este libro (sí, también son cuatro, igual que los autores) el final literario del Boom vino de la mano de la publicación de El otoño del patriarca y de (pocos meses después) Terra nostra, a fines de 1975.

Y también identifican un “final humano” del Boom (supongo que en una tácita aceptación de la importancia que tuvo para el éxito de este fenómeno la amistad que llegaron a consolidar los cuatro autores), y creen que ese final se materializó en el puñetazo de Vargas Llosa a García Márquez, en febrero de 1976.

El Boom…
¿Fenómeno literario, editorial o lector? Un poco de todos ellos, supongo, originado en la aparición casi simultánea de autores de gran talento, un trabajo editorial visionario, y una respuesta grandiosa de los lectores (que no podía ser garantizada por los dos anteriores aspectos, y que permite suponer una cuota de azar que siempre es necesaria para los grandes éxitos). Su vitalidad queda comprobada en su final, sujeto a debilidades tan humanas.

Esa cualidad humana es, supongo, la que permite que en este nuevo siglo las obras del Boom se sigan editando, leyendo y disfrutando, además de todavía fungir —por su gran calidad— como ejemplo a seguir.

Vaya por ello, mi sincera gratitud como lector.

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