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La vuelta de la polarización y la violencia política

La violencia política que se hizo costumbre, natural, en octubre y noviembre de 2019 está volviendo a instalarse cómodamente y con notable visibilidad en las redes sociales. En realidad nunca se fue, pero se exacerba en tiempos de crisis agudas. Como las polarizaciones: el gran peligro de estas no es solo la indeseable aparición de los radicales, a menudo violentos, sino que cierran los espacios a las posiciones moderadas.

Hoy traigo para ustedes una historia personal —con mea culpa— que ocurrió en Twitter. Resulta que tuve la inoportuna idea de pretender ser reflexivo en momentos en que el noventa por ciento de los bolivianos, con el ánimo conturbado, buscaba justicia. Tal vez mi tuit sirve como experimento social. Decía así: “No estoy de acuerdo con que grupos ciudadanos tomen justicia por mano propia (o, como ahora en #Bolivia, se atribuyan la potestad de desbloquear rutas), por más ‘justo’ que eso parezca. Obviamente, tampoco estoy de acuerdo con quienes impiden el paso de oxígeno para hospitales”.

¿Cuáles fueron las reacciones? De apoyo, pero también de rechazo. Entre las críticas noté a algún hater u odiador (pocas cosas nos hacen más miserables que la incitación y la violencia), creo que amparado en la lógica polarizadora de que hay que ubicarse, sí o sí, en uno de los bandos encontrados, habitualmente gobierno u oposición.

Todo tiene su contexto y sus matices. En el caso que nos ocupa, fuera y dentro de Twitter, no tengo dudas de que las personas de bien reprobaron la actitud de quienes con manifiesta irracionalidad bloqueaban el paso del oxígeno necesario para salvar vidas e indirectamente mataban gente. Para dejarlo claro, entonces: por supuesto que no estuve de acuerdo con los bloqueos de caminos en cuestión, yo solo expuse que no me parecía correcto que ciudadanos se atribuyesen la potestad de desbloquearlos.

Por respeto al dolor y a la legitimidad de varios comentaristas, me contuve de responderles lo que pensé: “Estás con bronca por las muertes de gente que se quedó sin oxígeno, ¿vas a vengarlas? ¿Quieres salir a matar bloqueadores? ¿‘Guerra civil’, como se les ocurre decir cada tanto a los insensatos? ¿Harás lo mismo que venías criticando?”. Un desastre no se arregla con otro desastre. Nada, ni siquiera la muerte provocada por necedad, merece algo igual o peor a la vulneración de principios de convivencia democrática que, encima, se pulverizan por instrucción de dirigentes mientras estos se fuman un habano en su escritorio y los movilizados arriesgan la vida en las carreteras.

Como alternativa a las incursiones de ciudadanos que, según mi criterio, en su intención de hacer justicia por mano propia se manejan al estilo paramilitar, planteé (esto sí lo escribí): “Tenemos que exigir hasta el cansancio el funcionamiento de las instituciones: Gobierno; Ministerio Público; órganos Judicial, Legislativo y Electoral; Policía; FFAA. Que actúen, conforme a ley, los que deben actuar”.

Puedo comprender que mi defensa pública de la institucionalidad en un ambiente de desesperación, de reclamos legítimos de acciones gubernamentales más decididas, haya quedado como un acto de corrección política. Y que el equilibrio no es, precisamente, una condición que destaque en la sociedad actual; tampoco es recomendable ni prudente cuando a muchos les ha tocado despedir —con ira e impotencia— algún familiar a causa de una enfermedad tan dura como el coronavirus.

Mi más reciente experiencia tuitera me recuerda que siempre prevalecerá la emotividad por sobre cualquier razón en tiempos de extremos, de polarización e intolerancia. Y también que los gobiernos torpes (o inexpertos) y que las oposiciones temerarias (cuando no criminales) alientan el surgimiento de la ofuscación por hastío político, en redes sociales y fuera de ellas y en forma de ataques violentos.

Los que abogamos por una adecuada gestión y resolución pacífica de todo conflicto debemos estar atentos. Ese escenario, que no es solo de furia personal sino además de hostilidad entre hermanos, se está reponiendo porque hay interesados en reproducirlo.

Oscar Díaz Arnau es periodista.

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