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La trivialidad del poder

De qué hablar… del gran discurso ideológico, de la eterna disputa de la Primera Internacional y la escisión, de la Tercera de larga vida y rápida muerte, de la Cuarta provista por ciertos iluminados latinoamericanos en medio de conceptos y de una realidad controvertida, mestiza, irredenta e inclasificable. Olvidé la Segunda… es que se olvidaron unos que fueron grandes nombres.

No, para qué, a qué perder la dichosa saliva que sirve solo para ser escupida y que no humedece palabra ni discurso. Verborrea abunda, no se malentienda, pero sustancia poca, o ninguna. PPK, el cocoliche ese de Perú, soluciona la mentira con torpes pasitos de bailarín añejo; Lula da Silva lagrimea y se seca las lágrimas con billetes de a cien. Dólares, por favor, que los líderes del Tercer Mundo, revolucionarios, chingones y de verde olivo, cachondean cuando de gringos en billete se trata. Adoran ese rostro de vieja plácida de George Washington. Pareciera que el único al que no sedujo el capital fue Mujica, pero… cuídate de los hombres buenos, los de verbo de cura, que algo esconden o calibran debajo del sobrio tejido.

Quizá uno imagina o idealiza un pasado que nunca fue, pero supongo si no recuerdo mal que Víctor Paz Estenssoro era inteligente, tanto que supo encaminar el país hacia el desastre. Le garantizó jolgorio inmediato y tormenta por venir. Sin embargo se lo podía escuchar, había malévola lógica en lo suyo. Tantos más, que en el Alto Perú la retórica es puta de a gratis.

Otra, y peco de sexista seguro, es que la nueva camada de líderes que la izquierda arrastró bajó sus bragas no descollaron -siguen presentes muchos- por varoniles. Al comandantico eterno poco le faltaba para que vistiera faldas. Siguiendo al sur, lo mismo. Ecuador y Bolivia con notables del gremio brillando con luz singular. Hasta que algún idiota, ministro el título, las vistió de a de veras, y en versión popular. En su caso no creo que se tratara de hormonas según sucede con los estratos superiores y “más superiores” de su partido, sino un acto ligero, premeditado, de mal gusto, de lameculismo triste y falto de imaginación. Por ahí un amigo guarda un consolador gigante, púrpura por si acaso, que bien pudiera servir a la izquierda latinoamericana de bastón de mando.

Aúllan que les sobra huevos. La hielera está plagada de ellos pero de nada sirve. Si la naturaleza no prestó, ellos no compran.

Ese prurito feminil también se aloja en el volumen blanco color de pollo crudo de míster Donald Trump, el de “Make America Horny Again”. Ser putañero no implica virilidad. Casi casi que si de putas vas es que algo te falta. No en vano Goya dibujaba para El sí de las putas, de Moratín, ciertos esperpentos deleznables y apagados. Putañero es -Trump- porque se esconde. Un día ellas, las damas del sexo, contarán la verdad. Que fascistas y mandones y dueños de horrísonas y monumentales camionetas suplen una terrible ausencia con ostentación y ruido. Que si uno anda armado en serio no necesita de machetes ni ametralladoras. A veces, pero en otras circunstancias, precisas, históricas…

Maestro de la diatriba, me dice un amigo que se duele de serlo porque milita en las filas del “proceso de cambio”. Insultas, más o menos afirma, pero lo haces con arte. Pues a acuarelar la vehemencia y el directo al mentón. La sangre también pinta.

Nicolás Maduro mueve caderas que pronto se agitarán meando entre las cuerdas de la horca. Los de nosotros juran que adquirieron eternidad del cascajo que se tira para pavimentar caminos. Se equivocan como lo hace su en teoría enemigo del norte y en realidad fraterno con todos ellos, el que convirtió la política en pandemonio de perversiones y que se precia en público de que Vladimir Putin es su macho. “Política”: arte de puterío locuaz.

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