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La soledad de los muertos

Iván Jesús Castro Aruzamen

En sociedades cada vez más viejas y con una tasa de natalidad en claro descenso, la vida de las personas se parece tanto a la soledad de los muertos y los moribundos, porque el cautiverio existencial las sume en la rutina y como norte, la hiperproducción. Por otro lado, sin ninguna certeza de que al otro lado de la cerca o si al final del camino exista una realidad distinta, transhistórica, sin hijos ni horizonte, la soledad se ha trasnformado en un estadio de muerte anticipada, resignada.

Desde los albores de la humanidad el hombre intentó comprender su finitud. En casi todas las culturas la muerte ha sido asumida como el estrecho por donde se realiza un viaje sin par, es decir, liviano de equipaje, incierto y soprendente, sin retorno alguno. Para no sucumbir a esa idea del no regreso, se fue haciendo a la idea de que los muertos vuelven, a pesar de que Jesús de Nazaret, dijo que los muertos se ocupen de los muertos (Lc 9, 59-60; Mt 8, 21-22), porque el Dios creador del Cosmos es un Dios de vivos y no de muertos.

Fueron los egipcios quiénes desarrollaron esa idea del viaje. En su «Libro de los muertos» se avisa al moribundo de los peligros que le acecharán en el más allá. El mayor castigo para aquellos que no hayan llevado una vida según los dioses, será el comer sus excrementos, y así les habrá ido a los asesinos y despótas de este mundo y, seguramente, le tocará, por ejemplo, a Benjamín Netanyahu y otros de su relea, despúes de la muerte si hay algo, vivir de sus excrementos eternamente deslizándose cada dia por sus vientres. Así, en el capítulo 189 dice el difunto: «De lo que abomino jamás comeré. Mi abominación son los excrementos y no (los) comeré; la abominación de mi ka son los excrementos y ellos no entrarán en mi vientre; no los tocaré, no caminaré por encima (de ellos) con mis sandalias».

Como decía Romano Guardini, sólo sabremos de ese Gran viaje, si tiene una parada final, en la última curva del camino, cuando la soledad de los moribundos esté ya con cada uno, justo antes de partir. Mientras eso ocurre, hay que hacerce a la idea de que los muertos vuelven, así sea una horas al año, para contagiarnos de su soledad.

Iván Jesús Castro Aruzamen es Teólogo y filósofo

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