“Nuestro signo de pertenencia es la vida; y, como tal, hemos de buscarla y amasarla desde la autenticidad de los mejores sueños, estando en paz con nosotros mismos y con toda la creación”.
El espíritu de la novedad, como el de la resistencia, nos acompaña en cualquier época. Es la historia de un itinerario que hemos de recorrer conjuntamente, lo que nos exige unirse y reunirse, escucharse y envolverse de palabras compartidas, decidir sobre la melodía a tomar y resolver conflictos que puedan surgir en el corazón de los humanos. La persona, ahogada de mundanidad, deberá liberarse de esta cruel atmósfera y nacer a la poesía, aunque tenga que verter un río de lágrimas a diario, para reencontrarse con el ritmo del verso en los labios y con la cadencia de lo armónico, que es lo que verdaderamente nos da fuerzas para abrir todos los horizontes y soltar las cadenas que nos amortajan.
Nuestro signo de pertenencia es la vida; y, como tal, hemos de buscarla y amasarla desde la autenticidad de los mejores sueños, estando en paz con nosotros mismos y con la creación. Todas las guerras son destructivas, pues. Deberíamos tomar conciencia de ello. Desde hace una pila de años, cuando se creó la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, esta no se había enfrentado a una crisis tan aguda como la guerra de Ucrania, asegura la ONU. Así es, el estado de confusión nos sorprende en cualquier momento y en cualquier esquina del camino; de ahí, lo importante que es hacer frente a situaciones nuevas, que nos impulsen ir hacia adelante y a no retroceder tampoco. Cualquier contienda, por tanto, es una regresión al estado salvaje.
Por otra parte, cada hostilidad es una invasión al valor humano. Únicamente después de haber analizado, conjuntamente los diversos contextos, podemos elevar los cimientos de la concordia, utilizando la munición de la mano tendida, a través del genuino verbo, que hemos de saber conjugarlo en todos los tiempos y para todas las edades. Lo importante es mantener la seguridad de lo verídico, tanto en nuestra mirada que ha de acariciar y no despreciar, como en nuestras acciones, que han de ser coherentes con el racimo natural del poema inspirador naciente en el alma. Al fin y al cabo, lo sustancial es resistir y detenerse, oír nuestro interior, que muchas veces es el que nos indica el camino justo a tomar. Desfallecer no tiene sentido, mientras tengamos savia; no lo olvidemos, además contamos con la esperanza como aliento.
Sin duda, es primordial llevar en los labios los pulsos del corazón, abrirlos al diálogo y entonar abecedarios dóciles que nos lleven a entendernos. Sólo así podremos avanzar en el dominio de sí y en la entrega generosa. Será este un modo de vivir y de actuar verdaderamente poético, de dejarse guiar por la fuerza que viene del innato hálito y de un intento de aproximación a lo absoluto por medio de latidos, que es lo que nos imprime una visión positiva de nuestros andares, propiciando el reencuentro, previo tolerar los problemas de nuestros análogos. Lo transcendente es corregirse desde un aire comprensivo, sin batallar contra nadie, pues todos somos necesarios en este camino existencial.
En cualquier caso, junto a la oposición de resistencia, también germina el anhelo de felicidad que está arraigado desde siempre en nuestro fuero interno, aunque tengamos un flujo sin precedentes de personas traumatizadas, por cualquier parte del mundo. El deterioro humanitario y la fragmentación entre familias, nos están dejando sin vínculos; lo que nos exige a todos encontrar un lenguaje que pueda tocar nuestra vena más sensible, respetuoso con la sabiduría de las diversas civilizaciones y culturas; y, por consiguiente, capaz de prestar oídos y de mover labios, en favor de una libertad responsable y de una justicia social mejorada, donde se ponga decididamente el intelecto al servicio de lo que debemos ser: ¡Amor!