Roberto Navia Gabriel
Me han preguntado qué es la crónica. “Es una de las mayores creaciones de la humanidad”, he respondido sin pensar dos veces, como si tuviera la respuesta en la punta de la lengua. Lo dije porque lo creo, porque la crónica, cuando se la siente adentro como un fuego travieso que obliga a hurgar territorios, logra rebelarse contra una misma forma de narrar el mundo que ha venido reinando en estos tiempos en los que la noticia caliente y fugaz es la reina de la noche de un planeta en penumbra donde, como dice Martín Caparrós, se le cuenta a mucha gente qué le pasa a muy poca: la que tiene el poder.
Entonces, la crónica -o mejor dicho el cronista- se rebela y empieza a narrar lo que aparentemente no interesa a nadie y se mete en el mundo de los ‘nadies’, de cualquiera, de los que abren sus puertas una noche normal y empiezan a hablar, a recordar, a contar como lo hicieron los primeros hombres de la humanidad cuando no había ni libros ni periódicos y la noticia no había sido inventada porque esos primeros hombres y mujeres ya estaban haciendo crónica y lo hacían al calor de una fogata y de la magia de la palabra oral y del lenguaje de los ojos, de las manos, de todo un cuerpo que se emocionaba al desempolvar sus recuerdos. La crónica llegó por una necesidad de sobrevivencia de la memoria para espantar el aburrimiento que suele gobernar la vida cuando la gente no tiene quién le narre.
Los primeros cronistas del planeta nacieron por la necesidad de expresar lo que les pasaba en el día cuando los días eran un gran misterio, sobre sus primeras sensaciones ante la muerte y sobre los nacimientos, sus miedos cada vez que sentían el estruendo de los cielos y sus peleas épicas a nombre del imperio del amor y los naufragios olvidados que despertaban con los timbales certeros de la palabra.
Y resulta que esos ‘nadies’ tienen muchas cosas interesantes para contar y en sus historias navega el mundo de verdad, el que construye un mundo sin poses artificiales, el que se levanta cada mañana a buscar el pan, aunque salir a la calle sea un gran peligro, y durante la jornada se lanzan a combatir a las bestias de la existencia. Y en esa narración, el cronista logra hacer visible lo que no se veía o lo que nadie quería ver porque nadie en este mundo se los había contado así: como una obra de arte, como una de las mayores creaciones de la humanidad.