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La prostitución de la palabra “liberal”

La dicotomía política —harto simplista, por lo demás— de izquierda o derecha sitúa a estas grandes corrientes políticas en una escala muy distinta de la del liberalismo, pues, a diferencia de aquellas, el rasgo característico de esta última doctrina es la capacidad que tiene de renovarse, siempre en apego a la convicción fundamental de la libertad individual como principio ideológico y ético.

Las fórmulas del genuino liberalismo son la innovación y la renovación, y una de sus grandes preocupaciones es que los más pobres, de acuerdo con las circunstancias económicas principalmente y lo humanamente realizable, tengan una vida digna. Y en efecto: los periodos más prósperos de la humanidad, con movilidad social y aun con prosperidad de los que fueran pobres, se dieron gracias al impulso liberal; en ese orden de cosas, el siglo XIX es ejemplo de cómo se puede prosperar a través de una revolución, pero no de una como la planteaba el comunismo, con las armas y la violencia, sino de una como la Revolución Industrial, que echó mano a ese maravilloso recurso que es la innovación, la cual llevó a Europa a incrementar los ingresos de los trabajadores, en detrimento del esfuerzo físico. Nada puede desmerecer que ese siglo fue fruto de una práctica liberal en los países clave como para que quede descartado que fue solo el capitalismo el responsable de ese gran enriquecimiento, porque a ese fenómeno se han sumado las grandes ideas que surgen del liberalismo. Fue ese pensamiento el que puso su parte para que, bajo este sistema de gobierno, todos tengan voz, de tal manera que se haga patente la constante “reinvención” y la diversidad de puntos de vista entre los mismos liberales, que es lo que lo enriquece.

Salvando los excesos verbales y varias medidas extralimitadas del Gobierno de Milei —que no precisamente obedecen a la amplitud de la doctrina liberal—, no hay duda de que, entre los últimos gobiernos controlados por el peronismo en la Argentina y el novísimo gobierno del vecino país, a partir del primer día de la gestión de aquel, se ha producido un parteaguas respecto a la funesta gestión de los Fernández.

Por ellos, y por gobiernos como el venezolano o el mexicano, y por las dictaduras de la región por todos conocidas, es que se ha satanizado tanto el término “liberal”, al que, si se le añade el prefijo “neo”, buscan descalificar, ignorando que fue el sistema de gobierno que puede —y lo hizo en el pasado— sacar de la miseria a los países que han tenido la mala suerte de ser gobernados por regímenes socialistas o populistas, en cualquiera de sus matices, incluso derechistas.

A propósito de éstos últimos, con una brisa renovada en la región por el triunfo de Javier Milei en la Argentina, de alguna forma se está imponiendo la moda del liberalismo bajo la sombra del outsider mileiano, con discursos que, a medida que se acerque el día de las elecciones generales, la derecha boliviana pretenderá sacarles partido. Pero, como sostuvimos al principio de esta nota, al liberalismo nada en lo absoluto lo emparenta con la derecha y mucho menos con los gobiernos izquierdistas clásicos. Aquéllos, entre otras cosas, defienden la nación y la concentración de capital en pocas manos con una visión simplista de la riqueza, cuando lo óptimo sería la riqueza global. En cuanto a los segundos, entre los que podríamos incluir a los gobiernos populistas de izquierda, su enemistad con la doctrina liberal es mucho más marcada, porque en la práctica enriquecen a los que detentan el poder nada más, creando una nueva burocracia y dejando en la pobreza a los que ya son de siempre pobres. Si esto no es así, que alguien nombre un solo presidente o expresidente socialista cuya pobreza no solo sea moral, sino material… Creo que con excepción del presidente José Mujica, de quien su ejercicio presidencial cuando menos fue honesto, no existe gobernante o exgobernante comunista que no sea acaudalado.

La libertad de mercado, puesta en marcha por el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, las políticas privatizadoras del gobierno de Jaime Paz Zamora, la irrestricta libertad de pensamiento y opinión durante el gobierno de Hernán Siles Zuazo y algunas medidas económicas del último gobierno de Víctor Paz Estenssoro, son señales de liberalismo, aunque muy retaceadas. Y por eso, para el éxito de un gobierno y la prosperidad de los gobernados, se requiere que todo eso se concentre en una sola administración, ya que el desarrollo económico es consecuencia de la libertad, sin posturas dogmáticas, porque la innovación, que debería ser bandera del liberalismo moderno, es hija de la libertad. Y ni la izquierda ni la derecha pueden ofrecer libre competencia y menos libertad individual. “El gobierno es mejor cuando gobierna menos” (Henry David Thoreau).

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