Márcia Batista Ramos
«Un vaso de cerveza,
una piedra, una nube,
la sonrisa de un ciego
y el milagro increíble
de estar de pie en la tierra.» Jorge Teillier
La eterna búsqueda que supone la vida, el intento de descifrar su sentido y el sentido del Ser en el mundo, a través del lenguaje, lleva al poeta a la voluntad de renovación poética, por medio de la experiencia interior, en su esfuerzo personal por superar la nostalgia de existir. Entonces, el poeta chileno Jorge Teillier, se acerca al mundo primigenio como imagen de representación de todo aquello cuanto existe, sea emoción, afecto o acontecimiento que tiene lugar en su creación poética.
Es en ese mundo primigenio que Jorge Teillier, como un niño que no se hizo grande, camina de la mano de sí mismo, ya adulto, para visitar la cocina donde crepita el fuego, o la dispensa donde se guardaba la linterna; andan por las rieles sin avistar ningún tren, miran a los árboles en cuyas sombras los vagabundos duermen, pero siempre vuelven al techo, a la ventana, a la casa donde ocurrió la vida y donde el fuego se extinguió, pues, su poesía apela a los orígenes subterráneos, así como, la conexión que existe entre el individuo y el mundo a través del amor intransitivo.
Así, de la mano de sí mismo, el poeta hombre-niño o niño-hombre, indaga sobre la inexorabilidad del tiempo y tiene la esperanza de que:
Un día u otro
todos seremos felices.
Yo estaré libre
de mi sombra y mi nombre.
El que tuvo temor
escuchará junto a los suyos
los pasos de su madre,
el rostro de la amada será siempre joven
al reflejo de la luz antigua en la ventana,
y el padre hallará en la despensa la linterna
para buscar en el patio
la navaja extraviada.[i]
La bellísima poética de Jorge Teillier, es una especie de recapitulación magistral de la inmensa calidad espiritual que podemos encontrar en el mundo sencillo, donde la experiencia de la casa, de los afectos iniciáticos, del entorno y sus circunstancias, están a la orden del día:
7
Sentado en el fondo del patio
trato de pensar qué haré en el futuro,
pero sigo el vuelo del moscardón
cuyo oro es el único que podría atrapar,
y pierdo el tiempo saludando al caballo
al que puse nombre un mediodía de infancia
y que ahora asoma
su triste cabeza entre los geranios.[ii]
A partir del eje de la memoria que, circunstancialmente, el poeta se abraza a la nostalgia y evidencia la experiencia de la vida en el pueblo o la aldea, como él refiere, como el territorio originario, donde la familia es el eje donde gira el mundo y del cual pende su infancia, la infancia, con los descubrimientos que empiezan en los armarios y alacenas, después, van al jardín, para luego salir más allá del patio, descubriendo un nuevo mundo que se basa en percepciones sobre las personas y objetos:
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Día tras día
en los charcos verticales,
de los espejos de los bares
se va perdiendo tu cara
esa hoja caída de un árbol condenado.[iii]
A sabiendas, que los hombres de su tiempo están insatisfechos con el presente que los ata a un lugar que no es propio, continuamente, el poeta se sumerge en el encuentro con los antepasados, busca su procedencia en el mundo abierto que está en la memoria, un lugar donde no alcanza el tiempo, allá donde la naturaleza y las cosas que le son familiares, jamás caducan:
No sabremos
si la caja de la música
suena durante horas o un minuto;
tú hallarás –sin sorpresa–
el atlas sobre el cual soñaste con extraños países.
tendrás en tus manos
un pez venido del río de tu pueblo,
y Ella alzará sus párpados
y será de nuevo pura y grave
como las piedras lavadas por la lluvia.[iv]
El poeta sabe que la muerte es el lado invisible de la vida, sabe también que, su conciencia de la existencia, está en ambos territorios (en la muerte y en la vida), porque existe una unidad, en la que habitan los seres que le exceden, los ángeles, fantasmas o simplemente la hermana muerta:
Vivo en la apariencia de un mundo
Tú no sabes ni puedes saberlo
Tú no puedes conocer a mi hermana.
Yo mismo apenas la conozco
Porque murió antes de que yo naciera
Y esa llaga adelantó mi llegada.
Porque crecí antes de lo debido
Y la primavera rápida hojarasca
Y el verano un congelado reloj de arena.
Ya sólo puedo yacer en el lecho de mi hermana muerta.
El vacío de mi hermana me sigue cada día.
Cuando yo muera habré muerto antes de su muerte.[v]
Jorge Teillier evoca a través de la poesía, el ambiente convencional y agradable, cuyo referente originario es el mundo pastoril. Como una remembranza de la belleza perdida antes de ser huérfano o espectro perdido en un mundo moderno que él no entiende, donde no logra acomodarse y completarse y, por ende, permanece solitario.
19
Frente al semáforo rojo
me detengo
esperando cruzar la calle.
Un niño me mira
desde los brazos de su madre.
Algo tiene que decirme,
algo tengo que decirle,
algo que será él.
Hasta el cambio de luz
me hundo en esos ojos asombrados
irrecuperables.
Jorge Teillier vislumbra los límites de la existencia a través de la ventana, por donde contempla la lluvia, el humo de las chimeneas, el tren y la nieve en el invierno, después entra a una taberna para servirse un vino o una cerveza.
El poeta chileno exponente de la poesía lárica, Jorge Teillier, nació en Lautaro el 24 de junio de 1935 y murió en Viña del Mar el 22 de abril de 1996.
[i] Teillier, Jorge: EDAD DE ORO.
[ii] Teillier, Jorge: COSAS VISTAS.
[iii] Ibídem
[iv] Teillier, Jorge: EDAD DE ORO.
[v] Teillier, Jorge: HERMANA