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La pluma y el pincel de Freddy Ayala Vallejos

Márcia Batista Ramos

Freddy Ayala Vallejos un hombre cochabambino, nacido artista. Autodidacta en todas las ramas del arte en que incursionó; considerado el mayor paisajista boliviano, escribe: «Un día la naturaleza tendrá que ser reinventada, a la medida de cada individuo soñador; para elevar el nivel de todos los destinos, al acento poético de la realidad olvidada hace muchos instantes. /…/»

Ayala Vallejos conocido por ser pintor y poeta, es un artista completo dotado de gran sensibilidad, invariablemente, logró expresarse con maestría, tal es así, que siempre cosechó premios por donde pasó.

Como escultor fue distinguido por sus obras en 1960 con el Segundo Premio y 1962 con la Mención Honrosa, en el Salón Municipal de Artes Plásticas Cochabamba. Como pintor, Ayala Vallejos, también fue reconocido por su arte pictórico, en 1973, cuando recibió el segundo premio en pintura en Exploflor, Santa Cruz. Al año siguiente, 1974 obtuvo el primer premio en pintura en el Salón Municipal de Artes Plásticas Cochabamba. En el año de 1975 y 1978 respectivamente, el artista valluno fue distinguido con el primer premio en Acuarela en el Salón Municipal de Artes Plásticas Cochabamba. Recibió el segundo premio en Óleo en el Salón Municipal de Artes Plásticas Cochabamba, 1986.

En el campo de la literatura, su paso no fue muy distinto que por el de las artes plásticas ya que se expresa con mucho ingenio y deleite estético. Freddy Ayala Vallejos tiene la valentía de ser muy honesto y espontáneo, pero, con un glamour que lo aleja del hombre común que él se juzga ser, y describe en el poema «Hombre Común»: “! ¡Qué poeta ni que ocho cuartos! /Es albañil. Enladrilla las ideas/y les pone estuco a las palabras. /Es capaz de transformar la verdad/ en artículo de lujo. /…/ No compone estrofas, /hace transfusión de esperanza/ a los muertos de hambre/ en las puertas del suicidio. /…/ Sin automóvil recorre las calles de los pueblos, /y pinta las paredes de cielos y de infiernos. /…/ No llora ni canta, palpita y vibra/como cualquier hombre común.»

Colaboró con ilustraciones y producción poética en la reconocida revista literaria «Contrapunto». Figura en la antología poética «América Latina de Pie» publicada en Buenos Aires, Argentina en 1988.

Fue distinguido con el premio a la poesía de la fundación «Gibre» en Buenos Aires, en 1988.

Su poesía sencilla en la forma y libre de toda retórica, retrata con agudeza su percepción del medio socio cultural mezclado con las ocurrencias de su vida. En su primer poemario «Astral» (1993), Ayala Vallejos escribe: «/…/ Más vocablos: Sol, montaña, / río, bosque, sendero chacra. /Campo abierto: Mi cuerpo. / Ausente: Mar, playa, gaviotas. / Presente: Cielo, valle, lluvia, cóndores. /…/»

Y es Adolfo Cáceres Romero quien escribe: «/…/ Ayala Vallejos nos lleva al desconcierto de los hábitos consagrados como valores supremos del hombre de hoy; huye o cuestiona la norma regular en su afán de superar la concepción estrecha del realismo como expresión suprema del arte; …»

En 1993, fue distinguido con el premio Nacional de Poesía «Franz Tamayo», por su poemario «Salmuera Telúrica» donde escribe: «/…/ Tengo el alma llena de parásitos/ porque me alimentaron de buenas costumbres: /…/»

Figura en la antología «Aldea Poética», Inéditos del Mundo en Castellano, Madrid, España, 1997.

En 2003 publica su tercer libro de poesía: «Reencarnación del vértigo».

Incursiona en la novela en el 2006 con la obra intitulada «La rueda del molino». Una novela costumbrista exquisita, que evoca la lejana niñez en un pueblo coloreado por las fiestas patronales, los desfiles cívicos y los misteriosos presagios de los yatiris; una historia intimista que cuenta de la soledad de quien tiene que abandonar su pequeño mundo para seguir con sus estudios en la ciudad y cuando vuelve encuentra que ya nada es igual… entonces, se desquebrajan los lindos recuerdos frente a la cruda realidad de un lugar que cambió, de la gente que ya no está y de todo lo que se perdió mientras el tiempo inexorablemente pasó. Son los dolores de crecimiento, tan corrientes cuanto molestos. Son las cosas sencillas y al mismo tiempo complicadas que ocurren en el andamiaje de la vida, tan banales que nos identificamos con ellas como si guardáramos su recuerdo en algún rincón de nuestra memoria y tan complicadas al mismo tiempo, ya que cuando las revivimos, logran disparar nuestras emociones, en una taquicardia sonora junto a Joselo, personaje principal de «La Rueda del Molino». Un relato inolvidable, profundo y sencillo como suelen ser las grandes obras.

En 2010 publica su libro de prosa poética «Hebra de humo». José Antonio Terán Cavero dice que con esta obra Ayala Vallejos: «hace más intensa su larga búsqueda de un centro y de un sentido pleno en el torbellino existencial, la búsqueda de casi todos los artistas enfrentados a la fragmentación del mundo contemporáneo».

Es también en el año 2010 que Ayala Vallejos, presenta su segunda novela «El Secreto Del Conventillo», premio nacional de novela «Marcelo Quiroga Santa Cruz». Como siempre, el artista no abdica de su excelente manejo de la pluma y como de costumbre suma un bello diseño de la trama en una obra que recrea, en una especie de homenaje a Cochabamba, una parte vital del centro de la ciudad, a partir de fines de los años 50. Freddy Ayala Vallejos nos regala su visión testimonial positiva, con un relato risueño, de protagonistas que evocan las dramáticas situaciones coyunturales de la época.

Freddy Ayala Vallejos un hombre cochabambino, nacido artista… y el arte es un oficio silencioso, solitario que muchas veces evoca melancolías transcendentales que pertenecen y conmueven al mundo, pero que solamente el artista es capaz de expresar. Ese artista también depositario de la melancolía del mundo, en contrapartida con su gran sensibilidad posee esa chispa de picardía propia de los cochabambinos, que lo hace extraordinario. Y es él quien escribe: «/…/ Para cuando me encuentre saltando de astro, en astro, en mí viaje turístico por las galaxias, quiero tener muchos suvenires de esa tierra efímera. Por eso pinto paisajes con árboles y casas, que los colgaré en las paredes de mi casa grande: el cielo.

Quizá, hasta pueda hacer trueques con los extraterrestres, les daré una acuarela valluna por cada pecado que me borren de la lista de los infiernos. Y quizá, hasta me puedan dar un pedazo de pan por mi trabajo humano de caricatear árboles indefensos, en tierras de dueños gordos y doctorados en la escuela de la soberbia.

Por supuesto no llevaré sello de calidad, ni certificado de garantía. Firmaré sobre el agua que bebo, y diluiré mi sangre con los colores del arcoíris, para irme de paseo por la Vía Láctea con mis paisajes bajo el brazo.»

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