II Concurso literario sobre el racismo organizado por el Banco Mundial en Bolivia – Tercer lugar, categoría B
Henrry Julián Cucho Quispe
No me gustaba mi piel. No me gustaba el color café con leche que me había tocado por herencia de mi padre quechua y mi madre mestiza. No me gustaba el contraste con el blanco de los otros niños del colegio, que me miraban con desprecio y burla. No me gustaba el pelo negro y lacio que se me pegaba a la frente cuando sudaba. No me gustaba el nombre que me habían puesto: Juan Carlos, tan común y tan aburrido.
Quería ser como ellos. Quería tener la piel clara y los ojos azules. Quería tener el pelo rubio y rizado. Quería llamarme Sebastián o Mauricio o Rodrigo. Quería ser parte de su grupo, de su mundo, de su risa.
Pero ellos no me dejaban. Me decían “indio”, “negro”, “sucio”, “feo”. Me empujaban, me pegaban, me escupían. Me hacían sentir inferior, diferente, solo.
Un día, decidí cambiar. Decidí pintarme la cara con una crema blanca que encontré en el baño de mi casa. Decidí ponerme unos lentes de contacto azules que compré en una farmacia. Decidí peinarme con gel y hacerme unos rulos con una plancha. Decidí cambiarme el nombre por uno más sofisticado: Jean Charles.
Así fui al colegio, esperando que me aceptaran, que me admiraran, que me quisieran.
Pero no fue así. Me miraron con más desprecio e hicieron más burla. Me dijeron “payaso”, “ridículo”, “falso”. Me arrancaron los lentes, me quitaron la crema, me cortaron el pelo. Me hicieron sentir inferior, todavía más diferente, más solo.
Entonces entendí que no podía cambiar lo que era. Que no podía negar mi piel, mi sangre, mi historia. Que no podía renunciar a mi identidad por un sueño imposible.
Decidí quererme. Decidí aceptar mi piel como un regalo de mis ancestros. Decidí valorar mi pelo como una señal de mi fuerza. Decidí usar mi nombre como una marca de mi orgullo.
Volví al colegio, esperando que me respetaran, que me reconocieran, que me dejaran en paz.
Pero no fue así. Me siguieron discriminando, humillando, agrediendo. Continuaba sintiéndome mal, triste, solo.
Entendí que no podía cambiar lo que ellos eran. Que no podía hacerlos ver más allá de su odio, de su miedo. Que no podía esperar nada de ellos.
Decidí irme. Decidí buscar otro lugar donde pudiera ser yo mismo. Donde pudiera encontrar gente como yo o diferente a mí, pero que me aceptara y me quisiera por lo que soy.
Así, salí del colegio, esperando encontrar ese lugar algún día.
Pero no lo encontré.