La experiencia de leer a Claudio
Ferrufino-Coqueugniot es distinta a las de otras lecturas.
Sus textos, que formalmente pueden catalogarse como novelas o cuentos, juegan con los límites, los empujan y fuerzan de la misma forma en que exigen una lectura atenta, para no perder un guiño, un giro, o incluso una referencia cuya omisión podría no afectar a la lectura como tal, pero privaría al lector de una nueva experiencia, adicional a la lectura principal, que suele resultar igual de grata.
Al mismo tiempo, esa lectura revela (al menos para el suscrito) que hay otra forma de escribir, una que rescata la voz interna de un flujo de conciencia, pero que no se aísla del texto principal, y al mismo tiempo lo enriquece con múltiples referencias (literarias, pictóricas, históricas, y otras), y hago énfasis en el verbo enriquecer, porque no se trata de datos lanzados por simple parafernalia, sino de un ejercicio bien pensado que añade valor al texto, que lo complementa y mejora.
El haber leído la obra actualmente disponible de CFC me deja muy claro al menos tres aspectos:
Primero, que el autor posee una vasta cultura, y no solamente en el aspecto tradicional, pues aunque en sus textos se adivinan múltiples lecturas y una mente curiosa y despierta, queda claro que además de libros, su cultura se alimenta de muchos kilómetros bajo la suela de los zapatos, muchos caminos recorridos y muchos lugares visitados (cambios forzados de estatus, los llama el escritor en una entrevista), bebiendo de cada uno de ellos todo lo que puedan ofrecer, y apropiándose de todo lo que sea necesario. Y aprehendiendo esa cultura, la acomoda a lo que cada texto exige, con testimonios herederos de vivencias buscadas en los límites, como la mayoría de sus personajes, respondiendo a un hambre de experiencias, riesgos y sensaciones que enriquecen sus textos.
Queda claro también que el escritor es un hombre valiente, con todo lo que ello implica (…con un cuchillo entre los dientes, escribe sin venderse, dice una ranchera compuesta en su honor por Emilio Losada, también escritor, autor de la novela Aviones de fuego).
Su pluma no solamente no se vende, sino que increpa y cuestiona tanto al poder o a la autoridad establecida, como a las costumbres, los estereotipos, los convencionalismos y a la misma historia. No se malinterprete lo dicho, no se trata de uno de esos provocadores pendencieros que se esconden detrás de un teclado, sino de un artífice de interpelaciones inteligentes, justificadas y respaldadas con argumentos y conocimiento, que usa la palabra como arma y la razón como argumento.
Por último, Claudio es una persona que sabe expresar de gran manera lo que quiere decir, tanto en forma como en fondo. Dueño de una prosa elegante y heredero de grandes plumas (suele mencionar a Schwob, Babel, Tolstoi, Dostoievski y Sholojov entre los autores que influyeron en su escritura), seduce al lector con sus textos, lo reta a seguirlo por los múltiples senderos propuestos, lo cautiva.
Entonces, se tiene a un hombre
culto (sabe de lo que habla), valiente (no teme decir lo que piensa) y que sabe
cómo transmitir lo que piensa (escribe muy bien). Rara vez estas cualidades se
encuentran juntas en una persona.
No en vano se lo compara con Henry Miller, y ya alguien dijo que debería
nominarse a Claudio Ferrufino-Coqueugniot al Premio Nobel de literatura.
¿Exageración? Según Wikipedia, este premio se otorgará “a quien hubiera
producido en el campo de la literatura la obra más destacada, en la dirección
ideal” (mucho de subjetividad, cierto). Quizá se pueda calificar la propuesta
mencionada de optimista, pero no creo que de irracional.
Es común escuchar decir que Claudio Ferrufino es el escritor vivo más importante de la literatura boliviana (algunos piensan que hasta podría eliminarse lo de “vivo”). Cruzando el Atlántico, Pablo Cerezal, coautor con Claudio Ferrufino de un libro mencionado líneas abajo, sostiene que Claudio es un literato incómodo… Claudio no se pliega a los dictados de los poderes establecidos… Claudio escribe como debe hacerlo quien ama la palabra: mimándola, no como lo hace el vendedor de letras, el recolector de prebendas y aplausos de ida y vuelta. Tal vez ahí parte de su grandeza. La obra deCFC recibió muchos elogios, creo que todos ellos merecidos.
Comparto en las siguientes líneas, más que reseñas, mínimas referencias a los textos de narrativa de CFC que pude encontrar en Bolivia. Añado para cada libro una de las muchas frases que me parecen merecedoras de ser recordadas, incluso sin considerar su pertenencia a un texto mayor. Tómense estos comentarios como una humilde y sincera invitación a leer su obra.
El año 1991 se publicó el libro Virginianos, obra que ofrece 81 textos en 81 páginas, textos breves que podrían leerse “de una sentada” como suele decirse. Pero es un placer detenerse en la lectura, prolongarla; seguir las señas que llevan a una pieza musical, una pintura u otro texto que el autor menciona, búsquedas que resultan siempre gratificantes.
Como muestra, una cita sobre la relación entre poesía y música: …Tal vez porque el sonido hace vulnerables los muros de la palabra.
El señor don Rómulo, su primera novela, se publicó el año 2003, luego de haber obtenido la segunda mención en el prestigioso premio de novela Casa de las Américas. Obra que, revisando la historia familiar del autor, repasa también la historia del país a través de personajes que retratan magistralmente una época.
Una frase que revela la personalidad de la voz narradora: Amar es igual a comer. Acabado el acto entre el hombre y la comida no queda otro vínculo que el sabor, el olor, la memoria del placer.
Como obsequio adicional, nos brinda uno de los finales más irreverentes y provocadores de la literatura nacional.
El año 2009, la novela El exilio voluntario ganó el premio Casa de las Américas. Texto con evidentes rasgos autobiográficos, retrata la vida de un migrante boliviano en EE.UU., mostrando las dos caras de la moneda del exilio, que forzado o no, cuestiona los cimientos de la personalidad de quien enfrenta una nueva realidad (el individuo se fragmenta, que no es lo mismo que romperse, dice el autor al respecto). La calidad de la narración evita que el texto caiga en lugares comunes o en maniqueísmos que suelen presentarse al tratar este tema.
La voz migrante de esta novela se consuela pensando algo que muchos sentimos en la soledad: Cuando no se tiene personas se recurre a la música.
Ferrufino Coqueugniot gana el Premio Nacional de Novela el año 2011 con su Diario secreto, que da voz a un personaje enfermizamente cruel, que fascina al lector mientras comparte con él fragmentos de sus recuerdos, cuya única coherencia viene dada por la naturalidad con que comete actos atroces a lo largo de toda su vida. Personaje que en algún momento parece interpelar al lector, cuando dice: Y vas a ayudarme. No porque me pesen las cosas que hago, sino para convencerte de que no somos diferentes, tú y yo.
Mostrando una faceta distinta de su trabajo, la de cronista, y en coautoría con Roberto Navia Gabriel (dos veces ganador del premio Rey de España) el año 2013 CFC presenta el libro Crónicas de perro andante, en el que manteniendo su estilo de escritura, ofrece varias crónicas repartidas en un amplio espectro temporal, geográfico y temático. Una de mis favoritas, Todas las noches la noche, con un final impresionante: … la primera vez que visité un juzgado me compré un terno, zapatos, y asistí elegante. El ujier que iba a leer en voz alta el número de ingreso de mi caso, me pregunta si soy el abogado defensor. No, replico, yo soy el criminal.
El mismo año se publica Muerta ciudad viva,novela con vertientes autobiográficas, ficcionales y rescates de otras lecturas. Hay quien sostiene que quien protagoniza la novela es la propia ciudad, aunque el narrador/protagonista se presenta como estudiante, contrabandista, matón o indigente, buscándose siempre en el alcohol, la violencia y el sexo. Aunque esta novela se publicó cuatro años después de El exilio voluntario, al leerla se siente que fue escrita (o concebida, al menos) antes. Así parece confirmarlo el siguiente fragmento: Le digo lo que planeo, que he de viajar… a buscar una vida dura hasta el momento en que me sienta capaz de llamarla a mí. La redención por el castigo. Abandonar la comodidad de la tragedia alcohólica.
En la FIL 2015 se presentó en Bolivia el libro Madrid-Cochabamba (cartografía del desastre), libro escrito a cuatro manos con el español Pablo Cerezal (autor de dos grandes novelas, Cuadernos del Hafa y Breve historia del circo, esta última ambientada en Bolivia). Obra basada en el contrapunteo de dos grandes voces que nos llevan por universos de música, literatura, sexo, noche y muerte, de la mano de un lenguaje que (me robo la frase de Willy Camacho) sorprende y deleita por su vuelo literario.
Luego de leer el libro, escribí en FB: No conozco Madrid, ni España, ni Europa, pero las crónicas-recuerdos de Pablo Cerezal en Madrid-Cochabamba me mostraron una ciudad que no me resultó ajena, y sí por momentos casi familiar. Sí conozco Cochabamba, pero la ciudad de los textos de Claudio Ferrufino Coqueugniot la conozco apenas por encima. De todas formas, a través de un lenguaje mucho más “mío”, no solamente sentí cerca a Cocha, sino que me recordé en esos sitios, aunque nunca haya estado en ellos.
Ferrufino-Coqueugniot dice que este libro es hermoso en su dureza, en su desazón, en su a ratos tremendismo y a momentos simple afrenta al buen gusto y la moral, dirán.
Libro especial. Se volvió uno de mis favoritos. Su relectura fue tan placentera como la primera.