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La muerte de los intelectuales

Comprender nuestro lugar en el mundo y la época en que vivimos no es, en absoluto, una preocupación filosófica. Todo lo contrario, se trata de asumir una responsabilidad para marchar de acuerdo con los cambios y asumir retos que nos posibilite enfrentar una nueva era saturada de información veraz, sólida o deficiente pero que nos inunda cada día a ritmos frenéticos.

La economía global de integración masiva que configura una red de empresas transnacionales y capital financiero, tecnología informática, patrones de conducta individualista, grandes masas de seres humanos pobres que se convierten en una población irrelevante para las conexiones económicas localizadas en grandes metrópolis, muestra también actitudes de resistencia ante la sociedad red capitalista, a través de movimientos sociales con reivindicaciones étnicas, religiosas, ecologistas y miles de fuentes de información que abundan en el mundo del internet.

Bolivia junto con América Latina, están atravesadas, tanto por el poder financiero globalizado, como por el declive de la soberanía de los Estados nacionales, porque nuestras sociedades están sometidas a cambios nunca imaginados hace dos décadas, donde lo más impactante es la efervescencia de información y desinformación que fácilmente conducen al desorden y paranoia.

Hoy en día es fundamental hacer una diferencia entre los “intelectuales” y los “investigadores”. Un investigador es aquel que discute sus ideas, no solamente con palabras, sino con datos e información. Toda investigación debería ser el resultado de estudios empíricos en los que hay que realizar trabajos de campo, recoger y construir muchos datos, analizarlos y luego explicar la realidad.

La función del investigador, en alguna medida, es identificar objetivamente los procesos sociales, económicos, políticos y culturales que no son evidentes, aun cuando haya abundante información. La investigación es un trabajo riguroso que requiere de espíritu científico. Si los resultados de una investigación se vinculan con diferentes formas de acción política o social es algo imprevisible. En la actual era de la información, es fundamental romper con la vieja idea marxista en la que,  supuestamente, sólo podíamos comprender la realidad a través de la praxis.

En la sociedad de las innovaciones digitales, el papel del intelectual está en decadencia porque cualquier persona puede acceder a un mar infinito de información, vía internet, televisión por cable, redes globales de datos y programas de computadoras. Esto significa que el común denominador de las personas ya no requiere de intelectuales que les expliquen el mundo. Parece que en el siglo XXI no necesitamos de intelectuales, sino solamente de información. Los intelectuales han muerto, sobre todo aquellos que solían fundar organizaciones no gubernamentales o fundaciones y hacerse pasar por expertos, gracias a ciertos privilegios de información.

Si bien es importante sistematizar el infinito mar de información, analizarlo y orientar a la población, estas acciones ya no están en manos de los intelectuales. Los medios de comunicación tranquilamente pueden controlar y articular la información para reinterpretarla, guiando a la sociedad mediante el análisis. La era digital, junto con las iniciativas ciudadanas en las redes sociales y miles de sitios web, destruyen el antiguo papel de los intelectuales.

En la era de la información se rompieron diferentes monopolios. Muchos intelectuales del siglo XX se aprovechaban de su condición porque concentraban cierta información, la cual los empujaba hacia la arrogancia y el dogmatismo. Sus interpretaciones sobre la realidad sólo sirvieron para convertirse en vacas sagradas. Esto terminó. La sociedad del internet y la gran variedad de formatos en los medios de comunicación, crecieron enormemente porque ahora cualquiera puede tener información y ordenarla, resultando inclusive mucho mejor que una cátedra universitaria.

Es por esto que las universidades en gran parte de América Latina también están en crisis porque fueron copadas por intelectuales que hoy son anacrónicos. Los investigadores son muy pocos y la vulgaridad hizo que los estudiantes abandonen a sus profesores, que ahora son seres repetidores de lo tradicional, carentes de ideas y de monopolio simbólico.

Los intelectuales del siglo pasado eran sacerdotes laicos con un puesto privilegiado en la sociedad poco instruida. Gozaban de un poder social o, mejor dicho, los intelectuales se auto-asignaron un poder que ningún ciudadano les dio; esto fue y sigue siendo el colmo de la arrogancia e insensatez. Los viejos intelectuales quisieron atribuirse cierto poder pero cayeron vencidos porque en la era de la información, cada individuo se enriquece a sí mismo y trata de encontrar un lugar en el mundo. La era digital trajo nuevas formas de libertad y acabó con la figura del intelectual como lectorcito que, en algún momento, accedía solamente a diferentes tipos de manuales.

Franco Gamboa Rocabado es sociólogo.

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