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La mentira es la que manda

Todo empezó hace unos meses, en una extraña presentación de «La verdad es aburrida», mi última novela. No vino mucha gente. Bueno, eso no es extraño, lo extraño esta vez fue que los organizadores colocaron entre el público algunos maniquís y muñecas hinchables para hacer bulto. El presentador no se había leído el libro —lo cual tampoco es raro— así que hizo un refrito de algunas reseñas que habían aparecido en prensa. Y, como en ellas, dijo que mi obra aborda una problemática tan peliaguda como el suicidio.

Yo, por no contrariarle, me callé, igual que cuando se destacaba en algunas de esas reseñas la maestría con la que había tratado el asunto. Lo cierto es que en mi libro, que yo sepa, no se suicida nadie. Pero cuando se publicó, un conocido crítico mencionó el tema entre otros de los que sí se ocupa la novela —la locura, la muerte, la enfermedad— y con los que al parecer el suicidio pega. Era evidente que el crítico tampoco se había leído el libro, pero como la crítica no era mala (desde luego era mucho mejor que la que hicieron en otro periódico en la que escribieron mal, yo creo que adrede, el título de la obra: «La verdad, es aburrida») tampoco entonces dije nada.

Y a partir de ahí en el resto de reseñas y críticas que vinieron comenzaron a repetirlo como un mantra: una novela sobre el suicidio, el suicidio en el último libro de Valentín Tineo, etc.

La cuestión es que en aquella extraña presentación, entre los maniquís y las muñecas hinchables había también un catedrático de psiquiatría y que al final del acto me invitó a participar en un simposio sobre conductas suicidas que se celebraría en unas semanas. Acepté. Pagaban bien (bueno, pagaban), la ciudad me había gustado y, en realidad, mi intervención no ofrecía demasiadas complicaciones, pues por suerte o por desgracia había un buen número de escritores suicidas sobre cuya obra podía disertar: Hemingway, Alfonsina Storni, Mishima, Pérez-Reverte (vale, este último no se ha suicidado, pero sí sienten ganas de hacerlo quienes lo leen, ja, ja… Perdón, es un chiste que suelo hacer en mis conferencias).

Y es que mi intervención en el simposio fue un éxito, y a partir de entonces comenzaron a llamarme para más encuentros, ciclos, charlas, tertulias… Me he hecho famoso. El otro día, sin ir más lejos, me practicaron una colonoscopia y la doctora me preguntó si era el que había escrito “esa novela sobre el suicidio”. Le contesté que sí, un poco avergonzado, pues pensé que a partir de entonces esa doctora se acordaría de mí y de mis profundidades cada vez que me viera en la tele o en alguna entrevista o leyera alguno de mis libros.

Bueno, en realidad he llegado a la conclusión de que nadie lee mis libros, o de que todos mis lectores son maniquís y muñecas hinchables. Pero intento no darle demasiada importancia. De hecho, acabo de acordar con mi agente que mi siguiente novela ni siquiera voy a escribirla, ni a publicarla, ¿para qué?, será una novela fantasma, como la anterior, pero nadie se dará cuenta, nadie la leerá —obviamente— a pesar de lo cual la presentaré, saldrán reseñas, participaré en simposios, aumentará mi popularidad… Todavía no sé sobre qué irá, eso sí. Da igual. Ya se lo inventará algún crítico. Lo único que sé y me hace falta de momento es el título. Se va a llamar «La mentira es la que manda» y va a ser un éxito, estoy convencido.

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