Álvaro Medina
AICA – Colombia
Museo de Arte Fotográfico de Nueva York
En una foto de Luz Stella Millán, vemos tres fotografías aparecidas en la publicación, Los velos de la memoria. Son tres fotografías impresas en velos mecidos por el viento, uno de ellos ligeramente desflecado. Cuelgan en medio de un follaje espeso y penumbroso. Analizarlas, nos da la clave de una poética con carácter y personalidad. El motivo único de cada una de las tres fotografías, un término que ya casi no se usa en estos menesteres, es un rostro femenino juvenil y hermoso. Agréguese a lo anterior, que el soporte de cada una de las tres fotografías es traslúcido. Si nos fijamos bien en las luces y las sombras que atraviesan las facciones impresas en los velos mecidos por el viento, podremos distinguir tres tipos de luces y tres tipos de sombras.
El primer juego de luces y sombras pertenece al registro fotográfico original de cada una de ellas; el segundo juego deriva de las luces y las sombras que arrojan, sobre los tirajes que oscilan como hojas (o tal vez frutos), los elementos de la foto que estamos observando; el tercer juego, el más sutil de todos, lo crea la semi transparencia que nos deja ver lo que hay detrás de los tirajes que cuelgan como hojas (o tal vez frutos, ya dijimos), enriqueciendo el rostro de cada una de las fotografías impresas en la tela Si esto parece algo enredado, basta mirar Los velos de la memoria y verificar lo dicho.
Del apunte anterior podemos deducir un principio que es aplicable a lo mejor de esta exposición de Luz Stella Millán: el fondo de la imagen es tan importante como el primer plano. No se trata de valorar el aire o la atmósfera que tiene a su alrededor el motivo central, sino al revés: se trata de reconocer que el objeto o sujeto contenido en ese aire y esa atmósfera, no es más importante que el resto del conjunto, porque en el conjunto como conjunto está el carácter.
Cuando miramos retratos, solemos apreciarlos en términos de un cuerpo o volumen que domina el primer plano y de unos “alrededores” que refuerzan la composición. En Luz Stella Millán no es exactamente así, porque sus “alrededores” hablan, es decir, resignifican y potencian al modelo. ¿Qué sería del retrato del escritor Takashi Hiraide, por citar aquí alguno de sus muchos retratos, si su sonrisa luminosa no recibiera la caricia de la ondulante y expresiva franja vertical de luz mitigada, pero activa, que pareciera descansar en su hombro izquierdo? En otro fotógrafo, un detalle como éste sería una señal de rigor, habilidad compositiva, sentido del encuadre, dominio espacial, buen gusto y otras consideraciones de este tipo, válidas todas y muy significativas en términos estéticos, pero no significantes en términos conceptuales.
Dicho esto, toca responder qué pasa de especial en el caso del retrato de Takashi Hiraide: sin la luz de la franja vertical que pasa cerca al rostro, la sonrisa luminosa carecería de resonancia visual y no se posesionaría de la totalidad del encuadre. Sería, digámoslo de otro modo, una sonrisa más, espontánea y cálida, sí, pero una sonrisa más, enmarcada por los bordes de los labios. Pero en el ejercicio fotográfico de Luz Stella Millán, no es así. La luminosidad de la sonrisa es continuada por la claridad que resbala por el hombro, se eleva por la franja vertical y al mismo tiempo baja por el brazo para volver a dividirse en dos, buscando el codo situado fuera del encuadre: una parte sigue el curso que ya trae; la otra, describe el arco que bordea, con la regularidad de las puntadas de un bordado, el espaldar de la silla que el modelo ocupa.
Ahora, por el simple prurito de ser claros, repitamos lo mismo de otro modo: en los ejemplos mencionados no hay fondo y primer plano, sino un todo armónico, sin partes secundarias o menores, tal y como ocurre en una pintura del clásico Mondrian, en el que las líneas negras y los planos de colores poseen, todos, el mismo valor. Podemos comprobarlo frente al retrato de Gloria Nistal Rosique: la retratada, la vestimenta de la retratada, los cojines, los paños, los muros, los objetos decorativos del entorno, todo lo allí articulado y metido a cuadro, llena la imagen y fluye, dialoga, se entrecruza, se complementa, convive en un concierto de luz. El núcleo de la explosión lumínica está situado a la derecha, en la cabeza blanca de la escritora española. Los bordes de la cabellera son como el contorno de un sol algodonoso de luz suave, tenue, casi dulce, con un oportuno y sabio contrapunto en el taco de las hojas del libro que tiene en las manos. Vemos un recinto y captamos cuán intensa es la actividad intelectual de la modelo, no por la presencia física del libro, sino por los contrapuntos lumínicos que la fotógrafa ha logrado establecer.
La sutileza es una de las varias claves de la obra fotográfica de Luz Stella Millán. Periodista cultural de radio, ha viajado por más de medio mundo entrevistando a escritores y pintores, académicos, compositores y realizadores de cine, teatreros y editores. Carga siempre una cámara que maneja con habilidad de soldado en el fragor del combate. Lo afirmo porque he sido testigo en una de sus sesiones de trabajo. La fotógrafa se sienta, se agacha, se estira, se acuesta en el piso, corre a un lado, se desplaza al otro y, sin cesar, encuadra en picada, encuadra en contrapicada y obtura, a una velocidad de muchos cuadros por minuto. Procura, cada vez que cambia de ángulo, que ambiente y modelo formen una sola cosa, a la búsqueda de un todo compacto, indisoluble, sin faltantes ni sobrantes.
En El niño con botas, Luz Stella mira al niño a través de la lente y el niño la mira a ella, o a la cámara, lo mismo da. No es, la del niño, una mirada pasiva. El pequeño personaje se revela escrutador, juicioso, serio, firme y seguro de sí mismo, interrogando lo que está sucediendo en el instante. No posa el niño, ¡capta! Trata de entender qué pasa al otro lado de la lente, parado en la terraza penumbrosa de una casa modesta, por no decir pobre, acariciada por la luz rasante del amanecer. La luz es intensa en el muro de ladrillo que tiene una ventana, y es intensa en la frente, los hombros y una cadera del infante, así como en el piso de cemento y en la base de la columna de madera, zona de superficies duras que contrasta con la franja vegetal que asoma entre la casa y la pared que la sombra vuelve negra. La vegetación hace presencia como una cortina plana, sin relieve, muda. ¿Y el niño? No menos mudo, interroga y mira, pies en tierra y con las botas puestas.
Sentir y comprender la luz es la virtud del medio rostro ensombrecido del escritor Julio Paredes, la sutil entrada por la ventana de una de las bibliotecas de la Casa Rivas Sacconi en el Instituto Caro y Cuervo donde la escritora boliviana Pilar Pedraza en un maravilloso contraluz, recibe lo necesario de ese sutil halo deslizado por la ventana, directamente y al punto exacto del texto que consulta. Lo es también en el brillante rielar de las aguas de Sin regreso, en Puerto Madero, Buenos Aires, un expresivo conjunto de colores tenues y casi grises entre manchas blancas, con una contraparte sumamente activa concentrada en las ráfagas de colores fuertes que están a la derecha. Luz Stella lo reitera en el contrapunto de organicidad y geometría que descubrió en la fachada de una esquina de Oslo y en el modo sorprendente como las raíces de dos árboles, vistos desde arriba, parecen manos escarbando la tierra negra. Al primer vistazo, semeja un derrame de petróleo flotando en las aguas quietas de un humedal y solo la mirada atenta permite descubrir el brazo, la espalda desnuda y la cabellera flotante de una estatua de bronce.
Las fotografías de Luz Stella Millán no dependen solamente del encuadre, sino de lo que presiente y siente cuando deja el micrófono, toma la cámara y se pone a dialogar con la luz del sol, en París, Sutamarchán, Madrid, Candara, Yacuanquer, Casablanca, Pueblo Tapao, Lima, Punta Gallinas, Sevilla, México D.F. Antigua, Marruecos, Argel, Cabo Verde, Cartagena de Indias, Copenague, La Mancha Cervantina, Puerto la Cruz, Nueva York, Ciudad Juárez, Bergen, Tanger, o Estocolmo, de allí el título de esta historia que escribo para ella, adornada de amoroso y fundamental asombroso del oficio de escribir el mundo con Luz y Sombra.