Leí hace unos días una entrevista de la BBC a la filósofa estadounidense Susan Neiman a propósito de su presencia en el “Hay Festival” de Cartagena. Neiman se autodefine de izquierda, lo que me sirve de coartada para esta columna.
La filósofa –que ha escrito sobre la Ilustración y la moral- comienza la charla confesando su asombro por el alcance mundial que ha tenido su último libro, La izquierda no es woke. Al parecer, viene desmontando más de un discurso. Habla principalmente de la confusión que existe entre ser de izquierda y ser woke (que se mantiene alerta frente a la desigualdad racial o sexual y enfatiza la política identitaria), que para ella son conceptos opuestos.
La confusión dice, “viene porque el woke está muy alimentado por elementos que han sido tradicionales de la izquierda: ‘En caso de duda ponerse del lado de los oprimidos’ es uno de ellos”.
Llevo pensando y escribiendo por años que lo woke ha trastocado los valores de la izquierda o, por lo menos, le ha dispuesto una jerarquía diferente. Ha removido el orden de sus premisas y hasta se ha apropiado de eslóganes que quizás nunca le han pertenecido a esa izquierda a la que dice representar. Susan Neiman apunta algunas nociones que distinguen a ambas corrientes: la izquierda propugna el universalismo; el wokeísmo es tribal (“lo woke es tribalismo revestido de progresismo”). La izquierda lucha por la justicia; el wokeísmo por el poder; etc.
Aunque la autora considera que para la izquierda la diversidad es un bien, no es un bien supremo. “Y es un insulto para las mujeres, contratarlas solo porque son mujeres, de igual forma que es un insulto para la gente de color asumir que simplemente porque son gente de color tienen una especie de autoridad”.
En otra medida, creería que para la izquierda son más importantes los derechos sociales y económicos, mientras que para el wokeísmo lo son los derechos políticos, como la participación en diversos espacios de poder (para ello recurre a la discriminación positiva y la elección de cargos por cuotas).
Sumando arbitrariamente argumentos a los de Neiman, pienso que si bien la “izquierda caviar” ha existido en todas partes, se ocupa de los desfavorecidos: el wokeísmo en cambio, es elitista: no surge de la clase trabajadora, a la que más bien menosprecia (lo vimos con la derrota del Partido Demócrata, tan engolosinado con lo woke). Y advertimos ese elitismo cuando un woke (que no de izquierda) expresa, desde la pedantería (“cuando lleguen a ser como yo”), que el futuro de la humanidad será ateo e ilustrado. Es decir, cuando la gente del pópulo (esa a la que Hillary Clinton llamaba “gente deplorable”), que por lo general profesa alguna religión y no es muy instruida, se extinga… ¡Vaya manifestación de humanismo!
El wokeísmo no lucha por la universalidad de los débiles, sino solo por los que él cataloga como tales. De ahí que convierta en víctima a todo el que le sirva para mantener la vigencia del movimiento (igual le funciona un adolescente al que la sanidad pública no le cubre la cirugía de reasignación de sexo; que un vegano sin opciones alimenticias en un restaurante). En eso la izquierda muestra más cuero y menos condescendencia.
El wokeísmo, a diferencia de la izquierda –por lo menos la liberal-, desprecia la libertad de expresión, y promueve el relativismo cultural y la cancelación. Y se preocupa por lo superficial. Como Judith Butler, que enfurece a Neiman por eso de que cree que el mundo ha cambiado desde que la gente cambia sus pronombres…
Por no haber leído a Susan Neiman, el wokeísmo ha seducido y capturado a más de un político de izquierda. Que se ha ido con la finta y ha terminado tropezando. Para ya no hablar de Joe Biden en Estados Unidos o de Alberto Fernández en Argentina, el partido Podemos, que nació de la crisis económica en España allá por 2010, y llegó a tener gran representación parlamentaria, ronda ahora el 3% de la votación, posiblemente por el desvío de su programa original de izquierda, a una agenda visiblemente woke.
Y en Chile, el primer proyecto de reforma de la Constitución fue rechazado también por una fracción de la izquierda porque un tanto de políticas sociales, demandadas en las revueltas estudiantiles “octubristas”, se fueron transformando en declaraciones provocativas sobre asuntos identitarios y se plasmaron causas extrañas aun al propio socialismo.
Hallo además otra diferencia: La arrogancia de la izquierda (como la de la derecha) es por lo general intelectual (habla a partir de tal o cual autor, o de tal o cual doctrina); el wokeísmo siempre nos educa desde la superioridad moral. Y es paternalista: se empeña en brindarnos una oportunidad de ser buenos (como ellos).
Llegué a pensar que por renegar del wokeísmo me había alejado por completo de la izquierda que mamé durante la infancia y buena parte de la adolescencia. Ahora sé que pese a que la edad me ha inclinado a ceñir ideas más conservadoras, quedan algunas convicciones de esa izquierda que me servirán de tensores cuando los wokes, con sus políticas inquisitorias, sectarias, impostadas y elitistas, me hagan querer huir hacia la Casa Blanca.