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La (in)compresión de la identidad indígena por parte del MAS

Rodrigo Pacheco Campos

La comprensión de lo indígena por parte del antiguo partido de gobierno tuvo particularidades que, por sus consecuencias, merecen ser analizadas. El MAS entendió a las identidades como si su principal cualidad fuera su congelamiento en el tiempo.

Silvia Rivera señala, de manera enfática, que la identidad indígena –por tanto la identidad tomada genéricamente- no es estática, ni repetitiva de elementos “puros y originarios”, sino que más bien es un proceso dinámico y ambivalente que de manera paradójica incluso puede llegar a reproducir el colonialismo.

Sin embargo, el Movimiento al Socialismo encadenó el entendimiento y el significado de lo indígena a ciertos conceptos que estuvieron en boga y fueron centrales en los análisis de algunos intelectuales y ONGs de la época; entre ellos el del buen salvaje –casi como lo hizo Bartolomé de las Casas hace cinco siglos atrás- o el de ser la “reserva moral del país” tal como señaló Morales recurrentemente en sus primeros discursos. Recordemos que el contexto es una de las partes fundamentales de la articulación y creación de significación.

Es evidente que el MAS ha exagerado el discurso del buen indígena (indígena del Vivir Bien y la Pachamama), y que lo hizo sobre todo en su discurso hacia afuera sobre los Derechos de la Madre Tierra y  el respeto de los derechos indígenas, creando de esa manera una imagen idealizada y cuasi folclórica del indígena.

A su vez, fue aún más evidente la contradicción entre lo que el gobierno utilizó de manera discursiva y las acciones que realizaba en el campo político (por ejemplo, el respeto de los derechos indígenas y de la Madre Tierra que no se cumplieron). Se puede, en este punto, seguir la línea de las reflexiones de Fernando Mayorga, las cuales señalan que en el MAS hubo una distancia muy grande entre el discurso y la práctica política. Esa contradicción hace que se ponga en evidencia la hiperbolización de la imagen de lo indígena.

Las bases más fuertes del gobierno (cocaleros del Chapare) son los que menos se pueden identificar con los estereotipos del indígena del Vivir Bien, cuestión que grafica la contradicción tocada en el punto anterior. No se puede olvidar, sin embargo, que el voto del MAS tuvo una connotación muy fuerte de carácter étnico-cultural que es lo que sostuvo su voto duro. Esto es porque Bolivia sigue teniendo un tinte racista muy fuerte que incluso conduce a especular sobre la base de la existencia de una “alianza invisible de sangre”, es decir “indio vota por el indio”.

Es preciso comprender que el significado no está comprendido ni soldado a las palabras. Lo indígena, por ejemplo, adquiere significado como producto de una acumulación histórica. Y, aunque percepciones positivas y negativas –preeminentemente negativas- sobre la categorización hayan existido desde el principio mismo de la colonia; el gobierno pretendió crear una visión totalmente positiva de lo indígena, por medio de idealizaciones, que reprodujeron las lógicas de estereotipación y estigmatización de lo indígena. La complejidad de la cuestión recae, entre otras cosas, en el hecho de que nuevamente “el indígena” y sus características culturales son designadas y nombradas desde el poder. Eso sucedió, salvo subrepticias ocasiones a manos del indianismo, a lo largo de la historia del país.  

De igual manera, es pertinente comprender –cuestión que aparentemente el MAS no hizo- que la identidad social está determinada no por la continuidad de los elementos o contenidos culturales de los colectivos sociales, sino por la continuidad del colectivo entendido como una unidad diferenciada y singular que se reconoce y es reconocida como tal. Las prácticas y los hábitos de dichos colectivos pueden sufrir variaciones y adaptaciones sin que eso signifique la pérdida de la identidad del grupo social. Los colectivos sociales, asimismo, cuentan con un mecanismo de control cultural, por medio del cual aseguran su pervivencia, que reafirma lo propio y reasimila y resignifica lo ajeno o lo impuesto en base a su matriz cultural.

Ahora bien, los movimientos indígenas durante sus luchas sociales, como señala Ramiro Molina siguiendo a Walzer, evocaron su moralidad tenue; recordemos que Walzer distingue dos tipos de moralidades, una densa y una tenue: la densa es donde se encuentran los principios morales de un grupo arraigados fuertemente a su cultura y la tenue el núcleo de principios que hacen posible el entendimiento transcultural. Dichos movimientos hicieron aquello para tener consensos y cohesión, sin embargo no es posible comprender lo indígena solamente a través de los factores que les son comunes, su heterogeneidad y particularidad hacen imposible esa tarea. Vale decir, entonces, que se debe tomar en cuenta tanto su moralidad tenue como su moralidad densa.

Para finalizar es pertinente señalar que lo que, de ahora en adelante, resulta imprescindible hacer es entender al indígena como un sujeto histórico, tal como lo concebía Fausto Reinaga – idea que retoma Carlos Macusaya-, es decir que no sea entendido como un ser estático en el tiempo, sino como uno con la capacidad de redefinir su rumbo histórico, su cultura, su manera de hacer aprehensible a la realidad, de superar las formas primarias de reacción –idealización o victimización- ante las condiciones históricas de opresión, etc.

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