Maurizio Bagatin
Deberíamos descomponer esta petrificación que es la historia. Y sin embargo es tarea de una ciencia que no es perfecta, para recomponer el “confuso farrago de sucesos”, como definió a la historia Charles Peguy. El camino más correcto para recorrer debería ser tarea de los profetas, “mirar a través de la ficción verdadera” podría ser un acto de sinceridad, una emoción, hasta un sortilegio, “Imaginar el pasado, recordar el futuro” en una acción tan profunda cuanto amplia.
La historia es material pesado y pensante, al cual se le va atribuyendo verdades y mentiras, mitos y revisiones, es como la esencia de los seres humanos. Se va modificando el pasado según las modas, los intereses y los estados de ánimo de quien la escribe, de quien la lee y de quien la interpreta.
La historia nos permite volver a empezar cada día, nos permite devolvérnosla con intuición y poesía, como un periplo de hombre y de mujeres que recorrieron los símbolos y los mitos en el tiempo y en el espacio; aquí va lo que pensaba Augusto Roa Bastos: “Los historiadores son de hecho ‘restauradores’ de hechos. A partir de documentos reales, fabrican la ficción de teorías interpretativas semejantes a las ‘historias’ y a los diagnósticos clínicos sobre la mente humana»; al historiador científico no se le permite el yo; la historia entre bajo la piel, teje realidad y necesidades, como en la poesía de Eugenio Montale:
“La historia no es, pues,
la devastadora escarbadura que se dice.
Deja túneles, criptas, huecos
y escondites. Hay quien sobrevive.
La historia es también benévola: destruye
cuánto más puede: si exagerase, seguramente
sería mejor, pero la historia es corta
de noticias, no cumple todas sus venganzas.” (La Historia, de Satura, 1962-1970)