Construir castillos de arena puede parecer una tarea sencilla e incluso un juego de niños. Indudablemente, no es lo mismo que construir castillos en el aire, común expresión que se refiere más bien a cualquier hecho irrealizable por lo absurdo de la propuesta o, simplemente, por la enorme carga de fantasía que destruye toda conexión con la realidad. Justamente, este dilema entre el aire y la arena es una de las discusiones académicas en diferentes universidades estadounidenses sobre la globalización, el sistema económico mundial y la modernidad.
Uno de los autores más estudiados y discutidos es el sociólogo inglés Anthony Giddens, quien considera que la globalización implica una radicalización de la modernidad en el último cuarto del siglo XX. Asimismo, la modernidad en el siglo XXI se convierte en un fenómeno global, es decir, universal y absoluto. ¿Qué significa este azote implacable de tal radicalización? No otra cosa que una expansión gigantesca del sistema capitalista –que definitivamente no tiene otro sistema competidor– donde todo gira en torno de la producción e intercambio de mercancías, donde la vida se reduce al anonimato de las grandes metrópolis que homogeneiza las conductas, y donde el conocimiento científico es un subsidiario más de los procesos económicos.
La vieja sociedad tradicional y agraria construida sobre patrones culturales rígidos en los que prevalecían la familia extendida o las costumbres ancestrales, se disuelve en un mundo moderno donde predomina el racionalismo, las experiencias desordenadas de un erotismo transgresor e individualista, y en el que prolifera la duda frente a toda creencia religiosa. Finalmente, la modernidad se convierte en un espantoso escenario de contradicciones secantes entre pobres y ricos, junto a los espectáculos televisivos y la industria cultural del cine que nos hace creer en maravillas imaginarias.
Surge así la pregunta que excita a innumerables izquierdistas y otros deudos del movimiento anti-globalización: ¿existe alguna alternativa frente a la modernidad, la globalización, o una salida para escapar del capitalismo esquizofrénico al que se referían Gilles Deleuze y Felix Guattari? La respuesta es un lamentable y rotundo No. ¿Por qué, entonces, aparece tanto aspaviento para ir contra la corriente denunciando la inhumanidad del liberalismo económico, denostando al mercado por su obsesión con la acumulación de riquezas, y a qué se debe el resurgimiento de ideas relacionadas con la revolución socialista o un supuesto regreso a sociedades indígenas donde se exalta al “Popol Vuh” y, en otros casos, el pasado incaico?
Como todo fenómeno masivo, la globalización como radicalización de la modernidad ha creado también un atractivo enfermizo, pues la bonanza económica, el hipnotismo del éxito material, el consumo ilimitado que satisface cualquier deseo y los beneficios de la tecnología, son vistos como aspiraciones al alcance de la mano. Hoy día, críticos, rebeldes y liberales quieren ver que los resultados de la modernidad deleiten a todos, así sea para consolar por un momento las insalvables distancias que se han creado entre los países industrializados y el resto de naciones pobres o de mediano desarrollo.
Intelectuales de la nueva izquierda post-moderna, como Michael Hardt y Antonio Negri, entre sus penetrantes críticas al capitalismo post-industrial del famoso ensayo “Imperio”, reconocen que no existe un “afuera” de la modernidad. Por lo tanto, el mundo de hoy está hecho de múltiples variaciones de la modernidad. La modernidad global es el resultado de su permanente enfrentamiento y conflicto con espacios pre-modernos alrededor del mundo.
Los miles de espacios donde lo tradicional todavía pervive en muchos países pobres, se mezclan permanentemente con la modernidad que da lugar a fenómenos culturales híbridos, los cuales van reproduciendo, sin cesar, diferentes versiones de dicha modernidad.
El impresionante tropel de críticas a la globalización es un conjunto de esfuerzos por comprender nuestra situación contemporánea pero, al mismo tiempo, dichas críticas son solamente juegos intelectuales bien remunerados en la academia estadounidense. Todas las denuncias en contra del mercado global se convierten rápidamente en impresionantes edificaciones de arena, obras de arte magnificentes como las ballenas, barcos y esculturas que dejan boquiabiertos a los turistas en las playas de Sydney o California.
¿Significan los esfuerzos por superar las consecuencias perversas de la globalización una mentira o pérdida de tiempo? De ninguna manera, simplemente que todas las condenas hacia la modernidad y el poder del mercado mundial representan certidumbres hechas de arena, castillos en los que nadie habita, agradables a la vista, reales para el tacto, estimulantes del deseo pero a su vez tan ilusorios que nadie es capaz de imaginarse viviendo más allá de la modernidad o el mercado. Tal como lo había expresado el escritor Henry Miller en sus peculiares arranques de nihilismo, la sociedad industrializada y robotizada, su mercado y su cultura, constituyen una pesadilla refrigerada donde todos sucumbimos como palomas enajenadas.
Franco Gamboa Rocabado es sociólogo.