Hugo H. Padilla Monrroy
Se despertó al alba, miró despertar el padre sol, iluminando el cielo oscuro y tornándolo celeste, pincelado por brochazos blanquecinos.
Adornaba el árbol garsero, con sus congéneres picudos, vestidos de batón blanco púrpura, todos grandes y chicos alzaron vuelo a buscar sustento en el curichi vecino.
El día se fue oscureciendo pintando el ambiente de color plomizo, el ave angelical, levantó la vista y observó que su árbol dormitorio y el bosque vecino ardían con fuego diabólico, levantaron vuelo en busca de mayor claridad, no la encontraron, volaron alto y no vieron su bosque, volvieron a su hogar, logrando divisarlo con dificultad.
El compañero diurno y dios de la vida y energía, triste y angustiado escondió su rostro con la vergüenza de la impotencia, quizá lloroso, tornando el conticinio, en ese silencio, no se escuchaba, el rastrero andar de todas las noches, no estaban los vivientes de la selva, esos vecinos como el tropero, la cascabel, la urina, el jochi.
Nuestra garza se pasó la noche rezando al espíritu de la selva, por el drama vivido, observaba algunas chispas que sobrevivían a la labor destructiva del fuego, respiraba con dificultad un aire extraño que le hacía llorar, por dolor de angustia y por acción maligna de ese aire ahumado.
Nuevamente surgió la claridad, apenas se veía el sol, perdió su brillante amarillo oro, ese día volvió triste color naranja al alba, continuó su camino diario marcando tiempo.
Nuestra amiga garza blanca, miró a su contorno y observó algo raro en sus congéneres, ella misma miró su vestimenta plumera, la vio color negro, las cenizas, los desechos del fuego le cambiaron por ese triste día, el nombre, se volvió la GARZA NEGRA…
La bandada voló a su curichi a merendar, no pudieron, esa agua estaba agria, los pececillos muertos descompuestos, por ello y en triste decisión acordaron emigrar, perdieron su propiedad en el bosque, la selva perdió sus habitantes y su majestuosidad.
En su vuelo migratorio, en una formación disciplinada en “V”, a su paso por una de las Estancias Ganaderas del Paititi, se escuchaba los acordes con una estrofa de la Misa Campesina de Carlos García Godoy, que me animo a parodiar:
Los inmensos chuchiales
Los verdes arrocillares
Y los bosques calcinados
Por el fuego criminal.
Sus primas las garzas morenas, se unieron a la triste marcha allende otros bosques, otros curichis, otros garseros, más lejanos de la invasión humana, a restituir sus colores y sus destinos.
En un oscuro día de tragedia ambiental que, el provocado fuego por un maligno humano, destruyó el bosque, mató a sus habitantes, cambió de colores de esa vida alegre en la Amazonía, en Mojos, en la Chiquitanía y en las tierras del Yacundá.