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La Feria

Hace casi dos décadas que no había ido a la Feria del Libro en La Paz. La última vez fue en el 2003, cuando un sábado 30   de agosto, presenté mis dos libros ¿Ser cristiano es ser de izquierda? y La transformación del sentido, ambos publicados por Muela del Diablo editores. Encontré el afiche unos días atrás: el evento fue en la Sala Bartolomé Arzans, y comentaron Franck Poupeau y Fernando Calderón. Qué recuerdos.

El año siguiente partí hacia México en junio. No estuve en la XIX Feria, pero mi texto Una semana fundamental, que narraba los dolorosos sucesos de octubre del 2003 estuvo en los estantes. Le tengo cariño a ese documento porque fue en los primeros que ensayé la narración analítica acompañada de fotografías. También fue Muela del Diablo quien lo editó, lástima que desapareció esa apuesta editorial que dio tanto.

Durante todos estos años nunca pude hacer coincidir alguno de mis viajes a Bolivia con el evento paceño. Me quedé en la Feria de Guadalajara y en la de la UNAM en el Palacio de Minería, en la Ciudad de México, donde he presentado algunos de mis trabajos. Por eso mi especial interés en esta ocasión y estas impresiones preliminares (sólo fui una vez, pronto repetiré la visita).

Me impactó la producción nacional, las editoriales consolidadas que ofrecen materiales novedosos. No sólo están las grandes librerías que permiten la circulación de títulos más allá de nuestras fronteras -lo que se agradece-, sino que también se exhiben los autores que se dedican a las letras desde nuestro país. Aunque siento, sin tener datos empíricos para comprobarlo, que tenemos un grave desfase entre libros y lectores, yo soy de los que aplauden el nacimiento de todo libro, más allá de su calidad o pertinencia. “Vale lo que está escrito”, decíamos años atrás, aunque la sentencia sea un poco exagerada.

El estand que más me gustó fue el de 3600, además porque es mi casa editorial de cabecera. Ellos entendieron bien que hay que jugar con los libros como productos pegados a una cultura del consumo local. Decoraron con adornos típicamente paceños y pusieron botellas con las portadas coladas como etiquetas -hasta me tomé una foto con la botella que traía el título de mi libro El Desencanto-. Algunos otros guiños también fueron atractivos, como las pequeñas libretas de notas que acompañan los títulos de la editorial El Cuervo. Estuve a punto de comprarme una novela por la libreta.

Es sobrecogedor encontrarse con los autores, algunos vendiendo sus propios escritos en el segundo piso (aunque muchos tristemente alineados al discurso dogmático de Estado). A menudo me pregunto por qué en Bolivia la gente se esfuerza en publicar cuando normalmente un texto no trae réditos ni económicos ni simbólicos. Y sin embargo, ahí están quienes en el país de las tímidas letras, le apuestan a lo escrito.

Lamenté, como siempre, que los cientistas sociales tengamos menos palestra que los novelistas. Si uno escribe un documento sociológico, será menos leído y promovido que una novela, más allá de la calidad o qué develen las páginas. Nuestros libros están ocultos, colocados en el estante más difícil de encontrar. 

No voy a comentar los libros específicos, me falta comprarlos y leerlos para decir una palabra. Sólo contarles que salí con un precioso documento de fotografía publicado por la alcaldía hace algunos años: Late La Paz. Tengo la tesis de que la ciudad está siendo mirada -y construida- por una nueva generación de fotógrafos y tecnologías de la imagen que permite vernos como nunca antes nos habíamos visto. Ese volumen lo refleja.

Por último, saliendo de la feria, me encontré con un título que no se expone por múltiples razones. Una amiga me facilitó El libro de las pititas. Escritura colectiva. Es un documento muy valioso, difícil de encontrar, que se lo reparte con miedo, como texto clandestino ahora que el gobierno está empeñado en poner en la silla de los acusados a todos los que lucharon por el respeto al voto y la democracia en el 2019. El texto recoge testimonios escritos por actores de primera línea los 21 días de esperanza y resistencia al poder. No tiene ISBN, y seguramente desaparecerá de  circulación rápidamente, será aplanado por la maquinaria de Estado que, como lo viene haciendo hace tres lustros, borra de la historia lo que no le conviene. Pero bueno, escribir es resistir.

En suma, un deleite transitar por esos pasillos como niño en una juguetería. Pronto volveré con la intención de salir con la billetera vacía y la mochila llena. Además, uno de estos días iré a promover mis propios títulos. Ojalá sea la ocasión para más de un reencuentro.

Hugo José Suárez  es investigador de la UNAM.

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