De: Viviana Gonzáles / Inmediaciones
En ocasiones sucede que el hombre se cansa de ser poeta
de contar centavos
de añorar la casa
de vivir la urbe
de la mierda esta.
El dinero no le alcanza
apenas canjea aplausos
en bares de mala muerte
o en cantinas habitadas por borrachos
es culpa de la tierra hostil
es muy grande
muy perversa.
La Antonia lo mira por las mañanas
abrumado desencantado
y jodido
leyendo solo
medio borracho
medio de chaki.
Los libros son caros
y en la ciudad apenas existen librerías
para los poetas solo queda eso
el café barato y desabrido
los libros usados que cuestan como nuevos
los cigarrillos nacionales (que ahora son americanos)
la comida corrida de la ciudad de méxico
o los puestos ambulantes de las cholitas de La Paz.
El alcohol es, a su vez, veneno y savia
y los poetas maman alcoholes
blancos,
baratos,
cegadores.
Hay otros poetas
grandes
firman exquisitos contratos con editoriales (más grandes)
y son los jovencitos medio hipsters medio snobs que los leen fascinados.
Con una pluma cualquiera
el poeta
dedica sus escritos
a su madre
y a su novia
(la de hoy).
Estos poetas
suelen vestir chompas corroídas
y amuletos para la buena suerte
y con suerte leen
a la Alejandra
al Federico
o al Miguel.
En las calles de la Roma
los poetas cantan rancheras
de a peso
y en la Pérez
morenadas
de a luquita.
Pero ni con rancheras
ni con morenadas
llegan poemas escritos coherentemente
porque los poetas pequeños
no soy muy coherentes
son godinez por la mañana
y vendedores de hot dogs por la noche.
Habitan insignificantes
ciudades como México
o La Paz.
Van en metro
y nadie los conoce
salvo la casera de las tortas
los tamales
o las salteñas.
Pero ella no sabe de poetas
tampoco el vendedor de puchos
ni la Antonia.
Los otros
viajan a París
a Madrid
o a Nueva York,
donde firman libros
mayúsculos
entre cientos que los esperan.
El nuestro
hace fila para subir al metro
para las tortillas
o la marraqueta.
Por las noches
la caserita morena del puestito de la Tumusla
el vendedor ambulante del parque México
la loca que duerme en la calle
habitan sin enterarse jamás
unos poemas
que nadie lee
salvo el mismo poeta.