Oscar Seidel Morales
Aquel 21 de noviembre en el que murió Segundo Caicedo, los amigos del finado y su espíritu errante jamás lo olvidarían.
Todo comenzó con la manifestación del Paro Nacional para protestar por las malas acciones del Gobierno que el pueblo no iba seguir soportando. El líder portuario, Segundo Caicedo, se levantó temprano; desayunó a la ligera; tenía que ir a movilizar las huestes sindicales del Terminal Marítimo, para estar acompañando en la presencia masiva junto a profesores, estudiantes y demás organizaciones que se unirían al clamor general.
La jornada iba en calma hasta que entraron los capuchos infiltrados. Empezaron por destruir con piedras y palos los edificios de la Aduana Nacional, y Flota Mercante. Luego, saquearon los locales del San Andresito del puerto. Segundo Caicedo y otros líderes trataron de impedir este ataque vandálico, con tan mala suerte, que de manera fortuita un cartucho de aluminio del gas aturdidor disparado por las fuerzas del gobierno, perforó el pulmón izquierdo de Segundo, y lo dejó muerto de una.
Prestos, recogieron el cadáver, y acudieron a la funeraria Rodríguez para adquirir fiado el ataúd, pero ésta había cerrado sus puertas para evitar desmanes y saqueos. Su propietario guardaba el amargo recuerdo de la última manifestación contra los guardas de la Aduana Nacional, quienes asesinaron a un estudiante de bachillerato, a quien encontraron sospechoso de abrir en el muelle un contenedor de manzanas chilenas importadas. Cuentan que aquel día, fueron tantos los robos cometidos por la turba enardecida que hasta un hueco de la calle Naranjito trataron de llevarse los vándalos infiltrados.
Los sindicalistas improvisaron el ataúd con una caja vacía de madera que encontraron en la bodega # 5, y para evitar más problemas decidieron enterrar esa misma tarde el cadáver del compañero Segundo Caicedo. Pero, al llegar al cementerio central el difunto no fue recibido, porque el cuidador y el sepulturero del campo santo también andaban en la manifestación, y habían colocado un aviso en la puerta principal, el cual decía que aquel 21 de Noviembre en dichas instalaciones no se prestarían los servicios fúnebres por motivo del Paro Nacional.
Consternados, los compañeros portuarios regresaron con la caja, y de manera acelerada dejaron el cadáver en la bodega # 5 del Terminal, para continuar protestando.
Cuando regresaron a sus actividades laborales después de la jornada del Paro Nacional, se llevaron tremenda sorpresa al no encontrar la caja. Nadie esperaba que junto a las cajas de frutas al granel que se exportaban embaladas hacia Japón, aquella tarde, se fuera a ir entremezclado de manera equivocada el rústico e improvisado ataúd del líder Segundo Caicedo.
Por más reclamos que se hicieron a la naviera y a la embajada del Japón para rescatar al cadáver, todo fue infructuoso. Jamás apareció la caja de madera.
Definitivamente, nadie podía morir aquel día.