Andrés Hoyos
Roger Senserrich es un politólogo nacido en Venezuela, criado en Cataluña y residente en Estados Unidos, donde ha trabajado como asesor electoral durante casi dos décadas. El libro aquí reseñado tiene, por así decirlo, dos partes. La primera es una revisión afortunada y bien documentada del sistema político estadounidense a partir de la proclamación de la Constitución en el siglo XVIII, y una segunda, centrada en los avatares de las últimas décadas y en la llegada de Donald Trump a la presidencia en 2016 por primera vez. Esta parte también está bien documentada, si bien puede decirse que, a la hora de escribir a fines de 2023 y comienzos de 2024, Roger no vio venir con claridad lo que después pasó. Me dirán, claro, que no se puede exigir en un escritor el don de la profecía, y les daré toda la razón. Otro factor a tener en cuenta es que el autor con alguna frecuencia recurre a la ucronía, recurso que María Moliner definía como una «utopía histórica construida a partir de datos hipotéticos», técnica analítica no necesariamente fiable, de la que Senserrich abusa a lo largo de este ensayo.
El libro argumenta que la Constitución americana se quedó vieja. A sus autores ―los así llamados «padres fundadores», un verdadero grupo de visionarios― se les habrían escapado varias contingencias que después resultaron cruciales. La principal, llamada por algunos el «gran pecado original», fue la esclavitud, que andando cien años desembocó en la sangrienta Guerra Civil de 1861-1865.
Finalizada esta guerra, nacieron los dixicrats, o sea los demócratas de Dixie, nombre con el que se conoce a los estados del sur de Estados Unidos. Son políticos de clara inclinación racista y discriminatoria que, por ejemplo, toleraban los linchamientos de negros de los que habla la famosa canción de Billie Holiday, Strange Fruit, y adoptaron normas que les prohibían votar en las elecciones primarias, entre muchas otras barbaridades. Dados a los eufemismos, decían que las razas eran «separadas pero iguales». El libro define el foco de la polarización bélica con una frase afortunada: «La guerra fue sobre la esclavitud, la posguerra sobre la raza». La impunidad estaba generalizada. Con el posterior «Compromiso de 1877» se inauguraría un período de relativa estabilidad, aunque todavía predominaban el racismo y la desigualdad. Sin embargo, las ventajas electorales de los demócratas sureños desaparecieron cuando ya a mediados del siglo XX se impuso la legislación en pro de los derechos civiles, es decir, favorable a la integración equitativa de los negros.
Afirma el libro que los regímenes parlamentarios son superiores y más estables, menos propensos al bloqueo que los regímenes presidencialistas al estilo del estadounidense. Además, allá se optó por el Congreso bicameral. Muy en particular el Senado tiene un sesgo problemático, pues hay dos senadores por estado, tenga este la población que tenga. Así, se da un poder proporcionalmente muy mayor a los estados pequeños y a lo rural, contra las grandes urbes. Senserrich aclara que esto fortalece el conservadurismo general del país. Por eso mismo la Corte Suprema de Justicia (CSJ) —que él llama «Tribunal Supremo»— también es poco democrática en su conformación, ya que depende del Senado. Por ejemplo, la manipulación de las reglas electorales por la vía de la manipulación de las circunscripciones electorales ―técnica conocida como gerrymandering― es creciente, constante y descarada.
El libro define con acierto a Donald Trump como una «estrella televisiva», pues eso es lo que él era antes de emprender su carrera política, producto de The Apprentice, programa que el hoy presidente presentó durante las primeras catorce temporadas y en el que el hombre abusaba de tirios y troyanos. Después se pasó años repitiendo hasta la saciedad que el expresidente Barack Obama no había nacido en Estados Unidos (Hawaii), sino en Kenia.
Los medios de supuesta inclinación liberal, tiro por tiro, habrían sido instrumentalizados por Trump y por el Partido Republicano. Un ejemplo notorio es la importancia que dieron a las «denuncias» sin ningún sustento de James Comey, el jefe del FBI, contra Hilary Clinton, que a ella bien pudieron haberle costado la presidencia en 2016. Mientras que el GOP (Grand Old Party es el nombre que le dan al Partido Republicano) es una coalición de radicales, el Partido Demócrata (PD) es una organización más o menos liberal, que practica un izquierdismo en exceso tímido. Ese sería el balance político nacional, por así llamarlo. Al GOP lo mueven cuatro fuerzas, según Senserrich: la derecha religiosa, los halcones anticomunistas, los empresarios y los reaccionarios. Los republicanos se han vuelto muy en particular enemigos del derecho al aborto. Entre estos mismos republicanos, Richard Nixon tuvo el infortunio de ser el autor original de la catastrófica aventura del Vietnam. Según Senserrich, este presidente estuvo en el origen de varias tendencias perdurables. Lo admira demasiado para mi gusto. En cambio, John F. Kennedy no le gusta nada. Le sigue más la pista a Lyndon B. Johnson, a quien llama “revolucionario”. También aclara que a Johnson lo hundió un conflicto heredado de los republicanos: el fracaso de Estados Unidos en Vietnam.
Volviendo a los orígenes de las instituciones estadounidenses, la verdad es que la Guerra Civil acabó en 1865 muy a medias, pues aunque la esclavitud se volvió ilegal como resultado del triunfo de los Unionistas del norte contra los Confederados del sur, al final del conflicto se instaló un régimen abierto de discriminación y de racismo, que duró otros cien años y del que aún quedan claros vestigios. El otro factor que todo lo alteró fue la Gran Depresión de 1929. Tuvo, entre sus efectos inesperados, poner fin a la Prohibición del Alcohol, que iba despedazando los sistemas legales del país. Por fortuna, según explica muy bien el libro, surgió entonces la figura de Franklin Delano Roosevelt, y su New Deal.
Senserrich propone que en síntesis ha habido sucesivos regímenes constitucionales en Estados Unidos, según predominaran distintas interpretaciones de un único texto. Los republicanos han tenido relativo éxito con sus locuras. Son casi siempre disciplinados. Entre estas locuras, están el Tea Party y la N.R.A. (siglas en inglés de la Asociación Nacional del Rifle). Por último, menciona a la Moral Majority, la «Mayoría Moral», organización evangélica de extrema derecha dirigida por Jerry Falwell, la cual duró diez años.
El libro argumenta que en Estados Unidos el centro —una definición abstracta— no está en el centro, sino que se suele escorar a la derecha. La izquierda al estilo europeo nunca ha sido mayoritaria en USA. Nos aclara Senserrich que Estados Unidos no es de hecho un solo país, sino que «parece comportarse como varios». ¿Se dará en adelante una saturación del electorado o seguirán las marrullas contra la democracia? Imposible saberlo. El libro con frecuencia insiste en algo ampliamente conocido de la realidad americana: los estados más pobres suelen ser también los más reaccionarios. Nos falta, tal vez, una explicación contundente de por qué esto es así. Tal parece que mucho ha tenido que ver el exitoso recurso político de fomentar el resentimiento, sobre todo de los de abajo. Afirma Senserrich que su uso fue en buena parte un invento de Nixon.
Leemos en Por qué se rompió Estados Unidos que una gran cantidad de prácticas cuestionables y polarizadoras tienen origen y vigencia en los estados, o sea que no son federales. Es muy común, consistente y amplia la hipocresía institucional. En USA, las campañas se mueven cada vez más por el dinero, práctica poco democrática. Desde hace 80 años existen los PAC (Political Action Committees), unos supuestos Comités de Acción Política que de hecho son organizaciones privadas para recaudar dinero con el que apoyar a partidos y líderes. Son un clásico del sistema electoral americano y tienen una influencia a menudo determinante.
De los protagonistas del primer mandato de Trump, el libro cita al militar defenestrado Mike Flynn, a los asesores caídos en desgracia Roger Stone y Steve Bannon y a los periodistas ya fallecidos Roger Ailes ―creador de Fox News― y Rush Limbaugh. En lo geográfico, todo el tiempo se menciona el protagonismo de los estados del sur: Alabama, Arkansas, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Florida, Georgia, Mississippi, Luisiana, Tennessee, Texas, Virginia. Dada la desigualdad en el desarrollo, hubo grandes migraciones internas en varias épocas. Un factor crucial que habría impulsado y al final establecido a Trump sería la mediocridad y la terquedad de Joe Biden. Recurriendo Senserrich a la ucronía arriba mencionada, asegura que si el líder demócrata hubiera entendido que solo iba para un período y organiza al partido para su sucesión de forma adecuada, otro gallo cantaba hoy. Tan obvio lo considera, que en el capítulo «Mirando al futuro» ni siquiera se plantea la posibilidad de que Biden intentara la reelección.
Polarización en términos muy generales significa que un extremista activo y bocón ha asumido el poder en alguna parte del mundo y, además, que ha logrado silenciar temporalmente a los moderados del lado opuesto. Donald Trump es un ejemplo inmejorable de ello. En los primeros meses de su segunda presidencia, la actual, lo hemos visto recurrir de manera muy agresiva a los resortes populistas, polarizadores por excelencia, aunque también hay que decir que ahora, transcurrido casi medio año, su agenda económica parece de regreso en casi todo, aunque subsisten sus venganzas políticas, dirigidas sobre todo a jugadores de poco peso.
Mi instinto me dice que al final de cuentas va a pasar mucho menos de lo que se teme. O para concretarlo de otro modo, es casi seguro que Groenlandia seguirá siendo territorio danés en 2029, que el Canal de Panamá seguirá en manos del gobierno del istmo, que la sufrida franja de Gaza no será un resort para gringos ricos y que Canadá no será de ningún modo el estado número 51 de los Estados Unidos de América. Trump empezó exigiendo al presidente ucraniano Volodimir Zelensky un contrato leonino para la explotación de minerales raros y sin ningún beneficio, y pocos días después tuvo que firmar una versión mucho más balanceada. Falta aún que surja una tendencia moderada efectiva en el Partido Demócrata, porque es casi imposible que no sea así. Las polarizaciones casi nunca son duraderas.
Andrés Hoyos es escritor, columnista y fundador de la revista El Malpensante. Es autor de Conviene a los felices permanecer en casa, Vera y Los hijos de la fiesta, entre otros libros. A finales de 2022, el sello editorial Seix Barral publicó La tía Lola, su más reciente novela.