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Kali, la niña diosa y fenómeno

De: Viviana Gonzales / Para Inmediaciones

Anoche vi en la televisión local una niña de unos ocho años que nació con cuatro brazos. Los médicos explicaron las causas. No las recuerdo del todo bien, a esa hora suelo ver la tele sin verla, es decir, me hago a la que veo cuando en realidad duermo. Me desperté y alcancé a escuchar lo que era obvio, Victoria es un fenómeno.

Cuatro brazos, pensé. Cuatro como Kali. Victoria Kali. Diosa. Al cepillarme los dientes vi mis dos brazos. Flacos, largos. Dos pensé. Yo no soy un fenómeno.

Luego hice el desayuno. Tendí la cama. Di de comer al gato. Tendí la ropa que dejé en la lavadora. Le dije a mi hijo que se deje de joder, que desayune el huevo, que estamos tarde.

Yo que no soy una fenómeno como Victoria Kali, la diosa, pero me pongo 40 cadenas cada mañana:

El trabajo. La oficina con el hombre de una ceja que me acosa todos los días. Sí. Me acosa. Me dice lo que sueña, lo que hace al despertar de sus sueños. Me sirve el café y me susurra que me puede quitar el estrés después de las cuatro de la tarde, justo a la vuelta de la esquina, en ese hotel dice y siento su aliento podrido.

La familia. Mi madre ha dejado de hablarme hace cinco meses, es algo recurrente. Desde que murió mi hermana no ha levantado cabeza, hablo de hace veintiocho años.

Los vecinos de al frente que me miran, saben que somos extranjeros. No les caemos bien. Tampoco nos caen bien ellos. A mí no me caen bien. La mujer siempre me sonríe en el ascensor y luego se queda callada.

Mi marido y yo peleamos a menudo pero lo hacemos en silencio, es decir, nos insultamos bajito para que los demás no sepan.

Ser vegana, debo evitar a toda costa la crueldad animal. Mis amigas llevan tuppers de vidrio a los supermercados para evitar seguir contaminando el mundo. No tengo tiempo para hacerlo, en realidad, me vale madres.

Debo criticar tantito al gobierno en las parrilladas. No mucho, cuidado me acusen de revolucionaria. Soy extranjera. No me está permitido hablar demás, cuestión de lógica, sino ya se la respuesta, “vete a tu puto país tercermundista”.

No permitir que mi hijo juegue con armas de plástico. Ya no es la moda. Es violento.

Callar mis obsesiones. Las locas espantan a la gente.

Hacernos amigos de hipócritas y sonreírles felices. Escuchar sus largas y eternas pláticas entre vinos españoles.

Después, aceptar su puñalada.

Decirle a mi hijo todas las mañanas, no pelees cuando en realidad quiero decir, “no te dejes, carajo, tú no eres un mal tipo”.

Pensar que lo orgánico es bueno, es más, acudir a la tienda de la esquina de mi casa como si se tratara de un centro de sabiduría, una iglesia, una mezquita. Este es el culto moderno. Los dogmas no se cuestionan.

Defender a las mujeres siempre, tengo vagina, eso me toca.

Ir a las reuniones de la escuela bien calladita para escuchar cómo alguna erudita madre nos enumera los beneficios del yoga, “científicamente” comprobables.

Saber que la gorda maestra de yoga tiene obsesión con que mi hijo no es niño sino niña, porque tiene el pelo largo.

Hablar a mi hijo de tolerancia. Vendérsela en un frasco tetrapark para llevar y que le dure toda la vida.

Escuchar la historia de la chica que quiso abortar y abortó. Luego llorar inconsolablemente. Escuchar que el chico no quiso abortar, que reza en silencio y se siente vacío. Responder ante todos, así es mejor, era el cuerpo de ella. Su cuerpo, su decisión. Cargar mi rabia herida y levantar otra vez mi pancarta “feminista” con las amigas. Son tiempos modernos. Abajo el macho opresor.

Decirle a mi hijo que debe ser valiente, a pesar de todo, que este mundo no es de cobardes. Y luego, yo,  aguantarlo todo, cobardemente.

Ver al hombre del parque durmiendo en el frío. En las mañanas grita intentando ahuyentar a sus monstruos. Otra vez llorar a chorros. Llamar al hospital psiquiátrico para que vengan por él. Saber que no se puede. Cagarme en el hospital, en la capilla vegana, en la tienda pet friendly.

Olvidarme del hombre del parque. Cagarme en su vida. Volver a mi casa a pelear con mi marido, a insultarnos en silencio. A mis monstruos. A mi egoísmo de mujer moderna que no puede con marido, hijo y trabajo.

Y así puedo seguir…

El problema está en que si no le pongo estas mismas cadenas a mi hijo, él, al igual que Victoria, será un fenómeno.

Por eso, cada mañana, mejor lo ato, con el permiso de Kali.

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