De acuerdo a expertos en comunicación política, las emociones son determinantes en los procesos pre-electorales. Bajo este recaudo, es posible plantear que la actual batalla de acusaciones y contra-acusaciones CC-MAS en torno al caso Medina, es una forma de polarización discursiva que no necesariamente toca posiciones ideológicas ni visiones de Estado, sí emociones negativas, cuales a cada momento vuelven más tóxico el ambiente político y lo limitan a dos opciones bajo lo lógica: el bien contra el mal, es decir, poner énfasis en los aspectos negativos del otro y al mismo tiempo poner énfasis en los aspectos positivos propios.
En esta suerte de cuadrilátero de lucha discursiva que por los intereses en juego tiende a ser más dura, los golpes bajos serán más recurrentes conforme se acorte el tiempo en perspectiva 20-O. Vale decir, una sucesión de acontecimientos discursivos que amenaza la visibilidad electoral de los otros candidatos y los condena a la hielera. Lo lamentable de esta polarización no es que dejen fuera de juego a los otros actores políticos, es su motivo circunstancial: la mancha negra y tóxica del narcotráfico.
Si la política se entiende como deliberación y su sentido es la libertad, en el campo político boliviano actúan en contra sentido. El pragmatismo y las argucias jurídicas patea la batalla de ideas, le quita oxigeno cada día y condena al escepticismo ciudadano -no es casualidad que la intelectualidad boliviana esté disminuida en cuanto a la reflexión critica: mientras a unos los limita la crispación, a otros el buen pago-.
Con todo, el juego de emociones como efecto de las estrategias discursivas tóxicas, sólo busca conservar el orden político actual, no el cambio. Mientras determinados movimientos tácticos juegan con las emociones para fines electorales, algunas instituciones públicas se caen a pedazos. Sin embargo, es posible empezar a limpiar dicho ambiente tóxico: no dejarse llevar por las distracciones cotidianas estratégicamente pensadas.
José Orlando Peralta B. / Politólogo UAGRM