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Itinerario del fracaso, porque mi primera película fue una comedia

Marcos Loayza

Quién puede convencer al mar para que sea razonable?
Pablo Neruda, El Libro de las Preguntas

No soy mucho de hablar de mi mismo. Pero puedo hacer un intento por explicar cómo es que llegué donde llegué en mi manera de pensar y ver las cosas para hacer el cine que hago. Antes de empezar el siglo ya se habían publicado importantes manifiestos, en el siglo en el que nací se hacían muchos, miles de manifiestos: cada partido hacia el suyo, cada gremio de artistas y cada unión de artistas, y también cada colectivo que deseaba empezar a hacer un nuevo arte diferente al anterior, antes de salir a hacer vida pública como artista era imprescindible sacar uno, siempre había que estar un paso más adelante que el resto de todos. Había dadaísmo, ultraísmo, nadaísmo, yoismo, y cada cierto tiempo un nuevo arte, movimiento de nuevo cine, movimiento de nuevo video. El siglo de las “vanguardias”. Curiosa palabra que viene en libros de estrategia militar. Curiosa manera de verse los artistas, de estar en la primera línea de combate. Un siglo de las guerras, de las grandes guerras, donde se mató a más gente que en toda la historia de la humanidad; y la presencia de la guerra no sólo se expresa en el uso de la fuerza que habitaba todo, sino que todos empezaron a utilizar, las costumbres y sus palabras provenientes de la guerra; era importante encontrar a un enemigo al que enfrentarse y al que tener que derrotar, debían encontrar un enemigo que les dé sentido a sus días, había que liberar territorios, matar para liberar. Así, sin darnos cuenta, los artistas empezaron a usar palabras que vienen de la guerra, había que estar a la “vanguardia”, en la “primera línea”, había que salir de la “retaguardia”, como los soldados que comparten cama, nosotros nos llamábamos “camaradas”, aunque está en duda, algunos piensan que compañero viene de compartir el pan, también se cree que son personas que pertenecen a la misma compañía militar. Teníamos que estar en las “trincheras”, había que “abastecer” al público; cuentan que en las trincheras inglesas, en la primera guerra mundial, el parte militar se ponía en una pizarra donde se anunciaba el número de bajas (killed) y cuando era un buen día la pizarra lucía en cero, 0K, de ahí se quedó el okey en todo el siglo como algo bueno. No había espacio a la duda, a la oscuridad, sino todo lo contrario, cada quien debía ser como un faro, iluminar, una idea se representaba como un foco encendido, dar el ejemplo, ser capaz de dar conciencia. El artista estaba sobre todo para catequizar, concientizar.

Ahora está hasta mal visto el hombre que explica, pero entonces si no tenías un relato, socialmente la tenías más difícil.
El arte no podía ser un fin en sí mismo, ni su creación, ni su disfrute, se discutía sobre su frivolidad y se condenaba casi por unanimidad “el arte por el arte”; el arte se lo concebía como un alicate, como un martillo, como un electrodoméstico; es decir, como una herramienta, por eso hasta ahora es muy común leer en críticas de cine las cosas que sí le funcionan o las cosas que no le funcionan en la cinta, el desempeño por encima de todo. La crítica más bien como un review de un nuevo producto lanzado al mercado. El arte, más que una herramienta, era concebido como un arma, un objeto que tiene que hacer daño antes que sanar; neutralizar al enemigo, en el mejor de los casos, subirle la moral al combatiente, había que luchar para cambiar la cosas que andaban muy mal. Eran tiempos de combatientes (radio “la habana” tenía un programa en onda corta para toda América Latina, donde oímos las primeras canciones de la trova cubana que se llamaba, “la canción: un arma de la revolución”) Lo terrible era que el artista, el filósofo y todos deberíamos entregarle la conducción de la sociedad no al más idóneo, sino al militar, al comandante, al subcomandante, al que mejor capacidad tiene de apuntar y disparar los fusiles. Los gobernantes se ufanaban de vestir y de hacerse sacar fotos con su uniforme militar, y hasta se puso de moda una y otra vez andar en las fiestas con ropa de soldado de todas las guerras, de los lugares más extraños. Y muchas veces era el militar, el político quien conducía los caminos del artista y de su arte, en los manifiestos y los congresos de las organizaciones políticas, siempre al final había un par de párrafos con instrucciones de cómo estaban las cosas y qué debían hacer los artistas en ese estado de cosas. Y el problema es que los políticos adoran los lugares comunes y por lo tanto, los espacios culturales manejados por leales a los políticos les daban espacio a las obras plagadas de esos tópicos. No eran días fáciles para tratar de ser artista, pero como por suerte hubo gigantes que a pesar de semejante despropósito su arte fue mucho más allá, entre tanto iluminado, ellos sólo proponían su sombra y sus dudas, pero como en todo, esas solo fueron excepciones.

Tan natural eran las cosas que hasta estaba bien visto que el jefe mande a fusilar a sus enemigos. Y como para un hombre común, no es fácil representar ese hecho, el enemigo tenía que ser muy malo, cruel, insensible, así fue como es que nos llenamos de rufianes, nazis, científicos locos, cerdos capitalistas, ministros corruptos, marcianos invasores, terroristas, fundamentalistas y a todos ellos había que cortarles la cabeza, como hacía la reina de corazones en el país de las maravillas. Y cuando alguna voz ponía en duda esa política de descabezar al enemigo y al traidor, te cantaban, “por amor estamos matando”, o “hasta la iglesia jesucristiana ante la injusticia empuñó las armas” “ o “ a cabalgar, hasta enterrarlos en el mar” “no ves a Camilo, el cura guerrillero”.

Y había faros sobre cómo debe el artista ser en tiempos de guerra, como Bertolt Brecht. Pero creo que hubo una lectura muy sesgada sobre su manera de hacer arte, propiciada por los políticos y de alguna manera también por los comedidos que ahora se les llama divulgadores, porque el distanciamiento, no significaba en ningún momento devaluar el drama, o detener la dinámica del relato; lo más importante para él de su teatro era el teatro, y no el efecto político que de él se deriva. En sus propias palabras: “Se buscaba una manera de interpretar que volviera llamativo lo corriente, asombros lo acostumbrado”. Y de alguna manera creo que el artista busca compartir el asombro. Y eso de tomar conciencia se refería más bien al punto de vista y el lugar donde se pone el espectador más que la obligatoriedad de explicar la lucha de clases.

Lo más terrible era que algunos desprendían de esa lectura que los personajes de un drama no deberían ser gente con nombre y apellido con una historia, o arquetipos de la propia cultura, sino más bien apenas esbozos de personas, representantes, a una clase social, deberían ser reducidos casi a lugares comunes en aras de que el espectador, no se identifique con el personaje, sino que pueda entender el lugar social que le toca entre los medios de producción.
Las obras para ilustrar Das Kapital, cuando el autor no estaba acompañado de las musas que eran las más de las veces, tenían resultados que solían ser espantosos; pero que siempre encontraban sus aplaudidores y gente que se ocupaba solícitamente a incluir la obra en los indispensables del nuevo tiempo. Era más importante la militancia del autor, como un pasaporte, antes que la calidad de la obra. Y así algunos poetas, cantautores, cineastas, pasaron al olvido solo porque no comulgaban con la ideología de los radicales, críticos y gestores culturales. Y lo que es peor aún, muchos otros artistas, estuvieron y están en todas las antologías y reseñas solo por su buen desempeño como militantes y simpatizantes de los políticos.

Pero, por otro lado, algunas voces más lúcidas como Glauber Rocha, no se cuadraron con el discurso y confesaba que él no sabía bien dónde había que ir, qué cine hacer, pero sí tenía claro lo que no quería hacer.

Así era más fácil el camino, no queríamos un cine cuya principal función sea la del simple espectáculo, el show, porque deseábamos un arte con mayor densidad propia, que el espectador disfrute la historia, cada escena, que pare de sufrir, que se acabe la protesta para que empiece la construcción. A eso, algunos críticos pensaban que eso haría que el espectador se aliene y por consiguiente se convierta en un agente de mantener las cosas en el estatus quo.
No era la imagen de un artista que daba lo mejor de sí, del universo que tenía, sino la de un combatiente, la de un guerrillero, un obrero de la cultura, y que estaba al servicio de quienes mejor llevaban la revolución y el progreso, hacia una sociedad mejor y más justa. Y como tales, de alguna manera estábamos condenados a vivir en la miseria del socialismo en pleno estado capitalista, porque en cada actividad nuestro trabajo lo dábamos de manera solidaria, todos los artistas, hacíamos canciones, cortos, dibujos, escenografías, obras de teatro, dibujos; pero el resto de la cadena no era solidaria como nosotros, y el vidriero, las imprentas, los dueños de los equipos, y los programadores y políticos cobrarán.

El mundo pensaba que lo que nos faltaba como país era desarrollo y que con algunas políticas públicas sería fácil salir del subdesarrollo, eso significó que todo el dinero que se podría gastar era para desarrollar, entonces los artistas eran contratados para hacer canciones educativas, los pintores para hacer cartillas, lo cineastas para hacer documentales sobre cómo salir de la pobreza y no morir en el intento. Más allá de que pasaron los años y seguimos donde estamos, lo más grave es que casi dos generaciones de poetas y artistas, ante su precariedad económica, terminaron trabajando en ONGs y en organismos internacionales, su prosa al servicio de grandes informes destinados sobre todo a conseguir más financiamiento de funcionamiento para la ONG.

Y lo más terrible es que se hablaba de que había dos maneras de entender el mundo, una de manera idealista, reaccionara, alienante; y la otra científica, progresista y concientizada. No podía haber nada oscuro en tu razonamiento, la creación debía hacerse en una caja transparente, visible a tu propia conciencia, la inspiración era un ardid de la burguesía que ocultaba oscuras intenciones o un lastre del idealismo y del espíritu romántico que había que desterrar dentro de uno. Como artista estabas obligado a racionalizar tus sentimientos, tus miedos, tus miserias y tus instintos o, de lo contrario, pasar a ser un hombre detestable.

Era una trampa, donde se tenía que creer en algo con el dogma de fe, de que era científica tu creencia, es decir comprobable y verificable; en oposición a los otros dogmas de fe que sólo se sustentaban en idealismos. A la distancia se ve que era una guerra santa, una religión civil a la que tenías que creer a pesar de las evidencias. Lo peor era que el mundo estaba dividido en dos, de este lado los buenos y del otro los malos. y los de allá pensaban igual, cada uno estaba en el lado correcto de la historia, y ese era el problema, había muchos que no nos sentíamos en ninguno de los lados, tanta estupidez no podía ser correcta; y ahí nos quedamos; haciendo las cosas al margen, haciendo las cosas que no son correctas, que no están mal, pero que no sirven, que solo entretienen.

Y uno sabe que parece fácil, pero el solo hecho de hacer las cosas que no aburran y sean bien recibidas requiere detrás toda un ingeniería, una sabiduría, un arte, un edificio que debe estar construido y además que no queremos que se vean ni sus cimientos, ni sus vigas, ni nada de su estructura, para no perder el encanto y que el espectador no se adelante a lo que va a suceder.

Nos condenaban por no saber a dónde queríamos llegar, a pesar de que les mostrábamos la máxima de John Cage: “El arte es un puente de ningún lado a ningún lado».

Estábamos aprendiendo y entre los libros que cayó en mis manos estaba “El chiste y su relación con el subconsciente” de Freud, ahí las cosas no eran tan en blanco y negro, el ser humano requiere que le den atajos al coco, lo lúdico es algo tan necesario como el agua. Hay dentro de nosotros un océano ingobernable, que de no ser por nuestra represión haría lo que le dé la gana. ¿Qué se hace con eso cuando tenemos la responsabilidad de tener territorios que concientizar y liberar? Salió en su ayuda Wilhelm Reich y trató de juntar el materialismo dialéctico con el psicoanálisis, y fue enarbolado por muchos combatientes, hasta que el compañero se pasó de rosca con el orgasmo y terminó preso; más recatados y racionales fueron Erich Fromm, Marcuse y Lacán. Pero la herida estaba abierta; después llegó a mis manos Carl Jung y abrió a que todos tenemos una sombra, un lado del que no estamos orgullosos, no somos buenos del todo, no estamos del lado bueno al cien por cien. Y además hay un vasto subconsciente colectivo y están los mitos que hacen que esos mitos se transmitan y sigan vivos, de ahí le siguieron Otto Rank y después Joseph Campbell, quien fue un faro a miles de guionistas y cineastas.

Uno de los aspectos más patéticos de las obras en ese mundo en lucha es que el humor estuvo confinado a la intimidación, a burda parodia y lo que es peor, en general, los críticos y las autoridades más preocupados en la corrección, lo desterraron de sus propias vidas, y para colmo los paceños somos tan proclives a la solemnidad que el coctel resultó veneno para el humor. El humor fue muy mal visto en las artes plásticas, en el teatro y también en el cine. A los que lo hacían los bajaron de categoría y los pusieron junto a los bailarines, artesanos y bufones.
El resultado: se devaluó la comedia. Y no es que no se hacían comedias, pero el humor, creo yo, no es hacer chistes, la comedia no es una colección de gags. El humor es una manera de mirar la realidad, es llevar la realidad hasta las últimas consecuencias, con plena libertad. El humor es libertad. Es una manera radical de ponerse en los zapatos del otro, de empatizar; y es una manera de verse a sí mismo, de reírse de uno mismo. Si no es bullying. Milan Kundera: “Tenía veinte años. Para identificar a alguien que no fuera estalinista, al que no hubiera que tener miedo, bastaba con fijarse en su sonrisa. El sentido del humor era una señal de identificación muy fiable. Desde aquella época, me aterroriza la idea de que el mundo está perdiendo el sentido del humor”.

El mundo iba para adelante, nos decían que estábamos en un la culminación de un largo proceso civilizatorio que culminaría con una mejor sociedad en la que vivirían hombres nuevos, más solidarios y justos. La palabra clave era el progreso, desde 1931, hasta 1991 funcionó en la Unión Soviética la editorial “progreso” que traducía a casi todos los idiomas obras de los autores que señalaban ese camino para llegar al futuro. Entonces en la vida uno solo tenía dos caminos a elegir, el camino progresista, o ser reaccionario. Todo lo nuevo era mejor, todos los artistas estaban obligados a revolucionar, avanzar progresar.

Pero justamente ahí es que se instaló una de las mayores grietas, una duda que hizo caer toda esa idea de ser progresista: en arte hay picos insuperables, genios inclasificables, hombres avanzados a su época y algunos que trabajan como si vivieran en el pasado. ¿Cómo explicar que había jóvenes que hacían arte viejo y viceversa? Cuando esa duda razonable llegó hasta donde los políticos, la discusión se la critico y a veces se la censuró. El resultado es que a nombre del progreso se decretó que se haga un arte para la ocasión, cuyo resultado fueron obras y películas que no atrajeron a nadie y por miedo a errar, por su falta de humor y por su solemnidad sólo eran manuales de moralidad más que obras de arte.

Toda esa carrera del progreso, culminó con un norteamericano en la Luna, más allá de ser o no cierto ya los jóvenes nos preguntábamos pera para que cuernos queremos seguir progresando, la guerra no es progreso, todos los caminos del futuro están cerrado, no vamos a la utopía sino a la distocia. Antes el peligro venía de afuera, lo traían los marcianos, desde que llegamos a la luna, el miedo estaba dentro de nosotros. Nosotros éramos los únicos culpables de nuestras propias pesadillas. Como en el final de la primera “El planeta de los Simios” de 1969. Los progres habíamos perdido la brújula. El arte había ganado la batalla.

Marcos Loayza es un cineasta que hace 25 años estrenó la película CUESTIÓN DE FE

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