¿Es posible la solución de los dos estados?
Carlos Decker-Molina
La respuesta es negativa debido a las actuales circunstancias bélicas y a la presencia del gobierno históricamente más extremista en Israel, con un partido ultra religioso judío en el poder. Este tejido político, religioso e ideológico impide asumir el reto de los dos estados. Por otro lado, la Autoridad Palestina, dirigida por Mahmoud Abbas, ha perdido influencia política y cuenta con pocos apoyos internacionales, resultado de la presencia de los ultras islamitas de Hamás en el “gobierno” de la franja de Gaza.
Israel tiene un gobierno que recibió información de inteligencia sobre el ataque de Hamás diez semanas antes de su ejecución el 7 de octubre de 2023. Según *The New York Times*, Netanyahu permitió que ocurriera para tener el gran pretexto de echar a los palestinos de la franja y retomar el control israelí de la zona y de la frontera con Líbano. Se sabía del ataque, pero no de su magnitud. Es imposible pensar que el Mossad, que coloca bombas en Bipers y Walkie Talkie, no se haya enterado de los preparativos de Hamás que culminaron el 7 de octubre. Era el momento culminante que esperaban ambos extremismos: mientras Israel tenía la oportunidad de llevar a cabo una limpieza étnica, el extremismo de Hamás y Hezbollah, aunque perdieran la guerra, aparecían como los únicos defensores de los palestinos. Los sunitas de Arabia Saudita quedaban así como los árabes traidores a la causa palestina.
Hamás tiene el propósito de aniquilar a Israel, al que no reconoce como estado, y Netanyahu y sus aliados tienen la misma intención: echar a los palestinos. Por otra parte, el gobierno de Netanyahu ha fomentado el crecimiento de miles de asentamientos de colonos judíos en Cisjordania, convirtiendo el mapa en un archipiélago de colonizaciones.
La violencia política como método en ambos lados.
Antes de los bombardeos al Líbano, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ha reiterado su rechazo a una solución de dos estados, afirmando: “No transigiré con el pleno control de seguridad israelí sobre todo el territorio al oeste de Jordania, y esto es contrario a un estado palestino”. Netanyahu nunca ha estado a favor de la solución de los dos estados; la idea, que tenía asidero en el laborismo israelí, se ha ido diluyendo. Hoy, el laborismo ha dejado de ser el partido más grande de Israel y no tiene peso político.
La idea de los dos estados como solución al conflicto de más de 70 años está vigente en Estados Unidos, Reino Unido, naciones europeas, Australia, Canadá y Egipto. La respuesta militar de Netanyahu al asalto terrorista del 7 de octubre ha dejado el tema fuera de la mesa de negociaciones, pero podría resurgir si Netanyahu y sus aliados desaparecen de la escena política e Irán pierde hegemonía en la línea pro-palestina. Los aliados occidentales de Israel no pueden soportar otra guerra. Netanyahu está empecinado en echar a Hamás de la franja y eliminar lo más posible la potencia de Hezbollah en el sur del Líbano. Otros gobiernos israelíes lo intentaron sin éxito.
Historia
Hay una olvidada resolución de las Naciones Unidas (NNUU), la número 181, que esbozaba un plan para dividir el llamado Mandato de Palestina, bajo control británico, en un estado judío y otro árabe. El 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Resolución 181, que recomendaba un Plan de Partición con Unión Económica para resolver el conflicto entre judíos y árabes en la región de Palestina, que en ese momento estaba bajo administración británica.
El plan de las NNUU proponía dividir la parte occidental del Mandato en dos estados, uno judío y otro árabe, con un área que incluía Jerusalén y Belén, bajo control internacional. La Parte I del Plan estipulaba que el Mandato terminaría con la retirada del Reino Unido a más tardar el 1 de agosto de 1948, y los nuevos estados comenzarían a existir dos meses después de la retirada. El Plan también pedía la unión económica entre los estados propuestos y la protección de los derechos religiosos y de las minorías. Las organizaciones judías colaboraron con el UNSCOP durante las deliberaciones, mientras que los dirigentes árabes y palestinos boicotearon dichas negociaciones.
Esa resolución nunca se ejecutó. Poco después, Israel declaró su independencia, desencadenando la primera guerra árabe-israelí. Egipto, Siria y Jordania invadieron y fueron derrotados, lo que provocó más de 700.000 palestinos desplazados del nuevo estado de Israel, que se agruparon en su huida en Cisjordania, Gaza y los estados árabes vecinos, como Líbano y Siria.
¿Quién recuerda “la línea verde” como la frontera propuesta en 1949? Tras la guerra de 1948, se acordó un armisticio entre Israel y sus vecinos, y se trazó la línea verde como frontera entre Israel, Cisjordania y Gaza. La idea duró poco, porque en 1967 se produjo la guerra de los Seis Días, en la que Israel capturó y ocupó Cisjordania y Gaza, junto con Jerusalén Este y los Altos del Golán (Siria).
Hoy, el debate es menos intenso que hace dos décadas, pero aquellos que hablan del tema recuerdan la línea verde o “las fronteras anteriores a 1967”, lo que significa que el Estado palestino estaría conformado por Cisjordania, sin asentamientos de colonos israelíes, y Gaza. El problema ha sido y seguirá siendo Jerusalén.
Los acuerdos de Oslo
A principios de los 90, hubo un avance significativo en la solución de los dos estados. Los gobiernos socialdemócratas de Noruega y Suecia jugaron un papel muy importante como mediadores, instrumentadores y anfitriones de diálogos. Los socialistas nórdicos vieron que la Primera Intifada de 1987 fue un aviso de que la violencia se podía apaciguar mediante el diálogo. La cumbre de Oslo fue en 1993, donde acudieron Yitzhak Rabin, primer ministro israelí, y Yaser Arafat, el jefe de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).
La OLP era considerada una organización “terrorista” en los círculos políticos de EE. UU. Muchos analistas afirmaron que no era una reunión “entre iguales”, pero los socialdemócratas de Oslo continuaron con su hoja de ruta y se suscribió un acuerdo tras importantes concesiones de ambas partes, sentando así las bases para la creación de un Estado palestino independiente. Aunque no se mencionaban expresamente las fronteras de 1967, la apoyatura internacional fue la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de las NNUU de 1967, que exigía la retirada de las fuerzas armadas israelíes de los territorios ocupados en el reciente conflicto. El acuerdo fue premiado con el Nobel de la Paz que recibieron Arafat, Rabin y el ministro de RR. EE. de Israel, el laborista Shimon Peres.
El Acuerdo de Oslo II se firmó en 1995, detallando la subdivisión de las zonas administrativas de los territorios ocupados. Cisjordania, en concreto, se dividió en parcelas controladas por Israel, la Autoridad Palestina o en operación conjunta: el primer paso hacia la entrega de tierras en los territorios ocupados a la Autoridad Palestina.
Había malestar en ambos lados, pero más palpable en Israel; los palestinos no tendrían todo, pero al menos obtendrían su legalidad estatal. Los conservadores religiosos nacionales y los líderes del partido Likud creían que retirarse de cualquier tierra «judía» era herejía. El entonces líder del Likud y futuro primer ministro, Benjamín Netanyahu, acusó al gobierno de Rabin de estar «alejado de la tradición y de los valores judíos».
Lamentablemente, seis semanas después de la suscripción del Acuerdo de Oslo II, Rabin fue asesinado a tiros por un nacionalista judío, agraviado por las concesiones hechas por Israel. Uno de los militantes de la extrema derecha de aquel entonces era Itamar Ben-Gvir, que perteneció a la organización que asesinó a Rabin y hoy es ministro de Seguridad en el gabinete de Netanyahu.
Camp David
La URSS había desaparecido; soplaban aires de distensión y la palabra democracia se pronunciaba en los cinco continentes. Bill Clinton convocó a Camp David entre el 11 y el 24 de julio de 2000 al primer ministro de Israel, Ehud Barak, y al presidente de la Autoridad Palestina, Yaser Arafat, para alcanzar un acuerdo permanente. Leer en las memorias del presidente estadounidense el capítulo de esta cumbre produce rabia por la incapacidad de Arafat de ser pragmático en relación con Jerusalén y admiración por Barak, quien solo retrocedió, apoyado por Clinton.
Los palestinos dijeron que no se les había ofrecido lo suficiente, mientras que los israelíes afirmaron que no podían ofrecer más. Clinton hizo largos paseos con Arafat por los espacios verdes de Camp David, pero no logró convencerlo.
Tanto en las memorias de Clinton como en las declaraciones de Shlomo Ben Ami que en ese tiempo era ministro de RR. EE. del gobierno de Barak, escribió
“Lo que ocurrió allí, es que por primera vez en la historia se quebraron los grandes tabúes del conflicto. Las fronteras del 1967, los refugiados palestinos, los colonos judíos, y ante todo, el futuro de Jerusalén.” y que lo que falló fue “Ante todo, los problemas políticos internos de ambas partes. El principal error estaba relacionado con Jerusalén”.
Según el exministro Ben Ami para alcanzar la paz es necesario que “EE. UU. forme una coalición internacional que incluya a las partes y la reunión tenga un marco de arbitraje internacional”.
El líder palestino tampoco hizo nada para prevenir los disturbios que se desencadenaron con la visita de Ariel Sharon a la Explanada de las Mezquitas en septiembre de 2000, hecho que dio inicio a la segunda Intifada. El conflicto fue el más violento, y Arafat perdió apoyo político y popular entre los palestinos.
Las elecciones generales en Israel de febrero de 2001 llevaron al poder a Ariel Sharon, un militar que durante su carrera política había demostrado que no era el hombre de la paz, sino del enfrentamiento. La segunda Intifada se recrudeció y el ciclo de violencia se reanudó con la respuesta militar del ejército israelí en los territorios ocupados, que llevaron a la construcción del famoso muro de separación.
Ariel Sharon, en 2005, unilateralmente, decidió la retirada de Gaza, con el propósito de ganar las elecciones y facilitar su gobierno. Su intención fue deshacerse de Hamás, que hasta ese momento había logrado arrebatar a Fatah el control de Gaza, pero no logró el objetivo; la división entre Fatah y Hamás se consolidó y se dio paso a la construcción de los túneles de contrabando que hoy se usan en la guerra contra Israel.
El macro atentado de Al Qaeda
En las sombras de Washington surgía una contradicción entre los ideólogos estadounidenses. Por un lado, los neoconservadores y, por el otro, los liberales, que en EE. UU. son considerados de izquierda. La victoria de Bush hijo y los macro atentados de Al Qaeda contribuyeron a redibujar el mapa de conflictos entre liberación nacional y colonialismo, transformándose en terrorismo contra el neocolonialismo o imperialismo.
Recibí una carta de un amigo periodista árabe el 12 de septiembre de 2001: “La lucha por Palestina se convertirá en terrorismo por culpa de los saudíes”, en referencia al origen de los militantes de Al Qaeda.
Al Qaeda luchó como aliada de los estadounidenses contra el comunismo en Afganistán, pero se sintió abandonada por sus protectores y se vengó con los macro atentados, que incluso ayudaron a justificar la guerra de Putin contra los “terroristas islamitas” de Chechenia.
La guerra contra Irak, en busca de armas de exterminio masivo que nunca se encontraron, no fue un triunfo para “la alianza de EE. UU.”; el triunfo estratégico fue para Irán. Los chiitas son los verdaderos ganadores de la invasión de Bush hijo, pues dirigen el gobierno “democrático” de Bagdad. Los sunitas iraquíes que apoyaron a Saddam se convirtieron en la columna vertebral de las fuerzas terroristas del Estado Islámico (EI), que llevaron su guerra interna hasta Siria. Fueron derrotados por los kurdos y la alianza ruso-siria, esta última alineada con Irán, que ayudó a combatir al EI.
El país más antijudío y anti-Israel en el mapa político del Cercano Oriente es la teocracia de Irán, que alimenta económica y militarmente a Hezbollah y a Hamás, a pesar de que este último está integrado por palestinos sunitas. Los extremos se unen.
De vuelta a la guerra
La guerra que estalló en 2021 en Gaza fue precedida por el enfrentamiento de fuerzas israelíes con palestinos en la Explanada de las Mezquitas en Jerusalén durante el Ramadán. El ejército israelí se movilizó y los grupos armados de Gaza respondieron disparando cohetes. Los bombardeos aéreos israelíes se cobraron la vida de más de 250 palestinos, incluyendo niños y mujeres, y de 13 israelíes, lo que generó una indignación internacional. En medio de la guerra, el mundo vio cómo se moría gente de hambre en Gaza y cómo sus habitantes se volvían a manifestar en las calles en contra del bloqueo que sufre la franja.
La comunidad internacional, incluidos Estados Unidos, la Unión Europea, la Liga Árabe y Rusia, pidió una vez más el cese de hostilidades, pero la guerra continuó. Los medios israelíes informaron sobre la violación de los derechos humanos en Gaza, pero sus gobiernos, que son elegidos por la población, se sienten fuertes y seguros ante la amenaza de los grupos armados. La esperanza de que el cese de hostilidades fuera la última vez que se repitiera un conflicto como este fue desvaneciéndose, y el ciclo se reprodujo. Confirmándose el método con la masacre terrorista del 7 de octubre de 2023.
Los países árabes que reconocen la existencia de Israel
Varios países árabes han reconocido a Israel en las últimas décadas: Egipto, tras los Acuerdos de Camp David de 1978; Jordania, en su tratado de paz con Israel en 1994; y, más recientemente, Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Marruecos, en el contexto de los llamados Acuerdos de Abraham. La Santa Sede estableció relaciones diplomáticas con Israel en 1994.
El ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 ocurrió semanas antes de que Arabia Saudí, el otro coloso musulmán de la rama sunita y enemigo ideológico/religioso de Irán, reconociera al estado de Israel. Algunos analistas sugieren que la fecha del ataque fue elegida para evitar el reconocimiento saudí a Israel.
Estas son algunas de las causas del abandono de la idea de los dos estados, pero hay otras propias de las estructuras palestinas e israelíes. Israel ha tenido gobiernos conservadores y un Netanyahu que ha estado al frente de cinco mandatos, algo extraordinario: de 1996 a 1999, y luego, tras una reforma, continuó de 2009 a 2021. Hoy gobierna con una coalición impensable de extremistas, pero, iniciado el conflicto bélico, tiene un gabinete de guerra en el que figura Yoav Gallant como ministro de Defensa, quien declaró: “La respuesta israelí cambiará la realidad sobre el terreno en Gaza para los próximos cincuenta años”. Expresó su voluntad de “borrar a Hamás de la faz de la tierra”.
No hay que olvidar que, antes de la guerra, los sucesivos gobiernos de Netanyahu promovieron el crecimiento de los asentamientos judíos en Cisjordania, conectados por puestos de control militar.
Por el lado palestino, tampoco hay luces que iluminen el callejón aparentemente sin salida de los dos estados. Mahmoud Abbas, el presidente de la Autoridad Palestina, ha perdido influencia política porque el lenguaje de paz y coexistencia fue reemplazado por el lenguaje terrorista de Hamás, que ganó en las urnas el gobierno de Gaza, provocando una división irreconciliable entre los palestinos.
Ningún jefe de Estado, como Netanyahu, ha hecho más por socavar la solución de los dos estados. En 2010, se filtró una grabación de 2001 en la que Netanyahu se vanagloriaba de haber “puesto fin de facto a los Acuerdos de Oslo”.
Sin embargo, hay un número considerable de israelíes que no tienen expresión político-partidaria y están a favor de los dos estados. En este momento, su oposición a Netanyahu se centra en la guerra como forma de rescatar a los secuestrados que todavía están en manos de Hamás. Antes de la guerra, fueron los que se opusieron masivamente a la reforma judicial de Netanyahu. Estos israelíes podrían constituir las bases que apoyen la solución de los dos estados.
Soluciones posibles
Hay quienes sostienen que es posible la “solución de un solo estado”, lo que significaría que los palestinos de Cisjordania y Gaza recibirían la ciudadanía israelí y se crearía un estado democrático y étnicamente pluralista. Donald Trump apoya este plan.
Los árabes constituyen alrededor del 20% de la población actual de Israel; sin embargo, la solución de un solo estado no sería políticamente viable. Según la ideología sionista, Israel debe seguir siendo un estado de mayoría judía y conceder a los palestinos la ciudadanía en los territorios ocupados socavaría esta premisa.
La otra solución de un solo estado implicaría una limpieza étnica similar a las llevadas a cabo por serbios y croatas en la ex Yugoslavia, que llevaron a la desaparición de la federación yugoslava.
Hay sectores dentro del gobierno de Netanyahu que desean ampliar el control estatal israelí en Cisjordania y Gaza, fomentando los asentamientos judíos en territorios ajenos según las resoluciones de las NNUU.
Antes del ataque terrorista de Hamás a Israel, existía una tercera posición, el statu quo, pero con la respuesta de Netanyahu, esta posibilidad ha dejado de existir.
El reconocimiento
Hay 140 miembros de NNUU que reconocen (España recientemente) el Estado de Palestina. Sin embargo, esto no implica que el “estado” exista como tal, porque no hay “soberanía estatal”, que, en derecho internacional, significa otorgar autoridad al gobierno de una nación dentro de sus fronteras. No hay que olvidar que los habitantes de la tierra vivimos o estamos legalmente bajo la jurisdicción de un estado soberano.
Las decisiones futuras
En algún momento, Netanyahu dejará de gobernar. Su guerra contra Hamás en Gaza y contra Hezbollah en Líbano está provocando la respuesta de Irán, cuyos ayatolás son protectores y financiadores de ambos grupos terroristas. Irán respondió con un ataque masivo que, entre otras cosas, sabía que no iba a modificar nada. Ahora es el turno de Israel, pero Netanyahu puede esperar, porque está ocupado combatiendo en Líbano y Gaza, y tal vez todo dependa de quién gane en las elecciones de EE. UU. para prolongar la guerra contra Irán.
Personalmente, tengo dudas, porque Irán tiene problemas internos, gasta mucho dinero en mantener sus guerras por encargo y hay insatisfacción entre la población iraní. El nuevo presidente iraní tiene intenciones de acercarse a Occidente. Otro sector del gobierno de los ayatolás mantiene aproximaciones a Rusia y forma parte de una especie de eje del autoritarismo liderado por Moscú que pasa por Corea del Norte. Está programada una reunión entre el presidente de Rusia, Vladimir Putin, y su homólogo iraní, Masoud Pezeshkian, en Turkmenistán. A Rusia le conviene que siga la guerra en el Cercano Oriente por razones obvias.
La guerra de Netanyahu ha desgastado tanto a Hamás como a Hezbollah; tanto en Gaza como en Líbano hay muestras de alegría por las derrotas de ambos grupos, pero también hay militancia disgregada que está a la espera de reorganizarse. Existe una historia de derrotas y reorganizaciones, por lo tanto, es posible la reconstrucción de sus estructuras militares destruidas por los últimos bombardeos.
Por el lado de Israel, hay un movimiento encabezado por el ex primer ministro Ehud Olmert que cree que la paz es posible. “Tenemos que parar la guerra, ahora. No para hacerle una merced a Hamás, sino porque hemos alcanzado todo lo que se puede alcanzar en la guerra. Hamás debe liberar a todos los secuestrados e Israel debe irse de Gaza”.
Según la tesis de Olmert, Gaza debe ser administrada durante un tiempo por una fuerza internacional europea y, al mismo tiempo, se deben iniciar las negociaciones para la solución de los dos estados.
Los musulmanes chiitas (Irán y sus protegidos) son los perdedores, por eso la palabra “solución” queda en manos de Arabia Saudita y Egipto; este último ya reconoció la existencia del estado de Israel. Los sauditas podrían comenzar reconociendo el estado de Israel y convertirse en uno de los actores de la reconstrucción del diálogo con el fin de crear el estado de Palestina, lo que sería una forma de sustituir a Irán en el contexto y aparecer como el más grande defensor del estado de Palestina. Naturalmente, EE. UU. debe jugar un rol importante junto a la
UE e intentar incorporar a China para separarla de Rusia, que es un aliado de Irán, país que le proporciona drones para combatir en Ucrania.
El tema y los actores están inmersos en la maraña global de intereses. Puede haber otras variantes, pero la que describo podría ser la ideal.
Finalmente, si esta oportunidad se deja pasar, dentro de unos años las generaciones venideras serán testigos de otra guerra entre otro Netanyahu y otro Hamás, y otro Hezbollah. Dos extremos que quieren borrarse mutuamente del mapa geopolítico del Cercano Oriente.