Desde el ataque del 7 de octubre de 2023 a Israel perpetrado por el grupo terrorista Hamás, el número de muertos se ha multiplicado progresivamente en la franja de Gaza, que es el escenario central de la contienda. No vamos a descubrir que Israel cuenta con un arsenal abismalmente superior respecto al de sus eternos enemigos, lo que se refleja en un desproporcional número de muertos en ambos bandos. Por ello, y ante el fracaso rotundo de la diplomacia, el terror se ha apoderado de todos.
Y es que la diplomacia, en un conflicto inmemorial como el de judíos y árabes, haría recular a los griegos sobre algunos de los principios que su invento ha trazado para la resolución de algunas diferencias que, como en este caso, han cobrado vigor a partir del Holocausto. Luego del cese de hostilidades, el mundo comprendió que el pueblo judío tenía el derecho de tener un territorio soberano después de siglos de una prolongación del éxodo bíblico, con la agravante de que, en la actual era, su emigración nunca tuvo una Tierra Prometida. Hebreos y judíos anduvieron por todos los rincones del planeta y, sin que la discriminación alcanzara grandes índices, no estuvieron exentos de momentos de una subestimación racial, al extremo de que en varios periodos de la historia fueran considerados como los causantes de los grandes males del mundo.
Pero es evidente que el pueblo judío, haciendo caso omiso a la resolución de la ONU que en 1948 asignó un territorio tanto a sionistas como a palestinos, no pudo reponerse de la humillación desde que Nabucodonosor lo deportara de Judea (Palestina) para quedar sin un suelo que pudiera identificarlo como nación. Los métodos brutales de los fundamentalistas islámicos no pueden justificar que los hoy poderosos israelíes mantengan ambiciones desmedidas de un imperialismo brutal sobre territorios que en derecho le fueron adjudicados a Palestina, pero que Israel, aprovechando sus alianzas con potencias occidentales de las que sus enemigos carecen, ha hecho un infierno para los gazatíes, quienes nada tienen que ver con los conflictos políticos, raciales o religiosos, convirtiendo a ese miserable trozo de tierra en su feudo y a Cisjordania en una colonia de la que pronto se apropiarán íntegramente.
El conflicto árabe-israelí es tan antiguo como la humanidad misma, por lo que pensar que los conflictos actuales entre ambos radican solamente en los grupos terroristas como Hamás o Hezbolá, en la intolerancia religiosa de los radicales islamistas o en la política avasalladora del sionismo, es sesgar el pasado remoto que ya nada tendría que importar. Pensar en a quién perteneció antiguamente esos territorios es como querer desentrañar cuál es primero, si el huevo o la gallina, pues unas veces el territorio de Palestina estuvo ocupado casi exclusivamente por judíos, y eso está documentado en el Nuevo Testamento, pero también estos fueron expulsados por mil años y nunca dejó de llamarse Palestina a partir de lo que antiguamente fue Canaán y después Fenicia. Lo que sí tiene relevancia es que hay que ponerse del lado correcto de la historia, es decir, reconocer la pertenencia natural de esos pueblos a esas tierras, razón por la que quienes en el último año de guerra están sacando victorias comunicacionales, son los palestinos, provocando un viraje en la percepción de una parte de la comunidad internacional. Varios países de América tradicionalmente simpatizantes de Israel están atemperando su animadversión hacia los reclamos de una Palestina que no va a cejar en la crueldad de sus métodos, mientras Israel no se retire de la pequeña Gaza, de Jerusalén Oriental, y ejerzan soberanía absoluta sobre Cisjordania, que, más allá de los antecedentes milenarios que pudieran rodear a la región, es fruto de la distribución que la Resolución 181 de la ONU hizo para ambos pueblos.
La humanidad tendría que reclamarle a Israel la invención del comunismo (Marx era de origen judío), o los judíos tendrían que reclamarles a los cristianos por las persecuciones que sufrieron al considerarlos despreciables criminales y herejes, y que en conjunto son parte de una historia negra que el siglo XXI debe superar. Se han producido muchos crímenes de guerra de ambos lados, pero Palestina está haciendo méritos para que el mundo cada vez logre mayor simpatía por su causa, pese a los métodos que emplea.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor