Tras la contundente victoria de Javier Milei en la segunda vuelta de las elecciones argentinas del pasado 19 de noviembre han comenzado a surgir imitadores, fanáticos y seguidores del nuevo presidente argentino. El libertarianismo es anunciado como ideología emergente por miles de nuevos adictos a la libertad. Bolivia no ha sido la excepción, desde el triunfo de La Libertad Avanza, asambleístas de oposición, analistas y cibernautas parecen ansiosos de equipar pelucas leoninas para competir por el puesto de Milei boliviano, pero, ¿Es posible trasplantar un proyector político de la Argentina postkirchnerista a la Bolivia Plurinacional? ¿Consolidar semejante proyecto sólo requiere de la sumatoria de fervientes voluntades hambrientas de libertad? ¿No están pecando de ingenuidad nuestros libertarios primigenios?
A diferencia del liberalismo clásico del siglo XIX y del liberalismo social acuñado en Estados Unidos por el New Deal en el siglo XX, los libertarios tienen un origen distinto, aunque no totalmente divorciado de esas raíces. En palabras del propio Javier Milei, los libertarios beben de las ideas de Ludwing von Mises y Murray Rothbard, del llamado “anarcocapitalismo” y de la teoría subjetiva del valor de la escuela austriaca. Para el nuevo presidente argentino: “Un libertario es aquel que cree en el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, lo que implica tener la libertad de comercializar con quien quieras y meterte a la cama con quien quieras”. Esa definición ambigua se reafirma aclarando que un libertario niega al liberalismo clásico, al liberalismo social y, por extensión, al neoliberalismo. Durante su etapa como analista económico, Milei aseveró que el término liberal se había corrompido y permitido a varios socialistas infiltrarse en la lucha por la libertad, decantando en la aprobación de medidas destinadas a fortalecer al Estado, ente opresor, funesto en la economía y paralizante de las energías individuales. Al parecer, un marcado individualismo económico, una defensa a ultranza de la propiedad privada, un ferviente antiestatismo y una fe ciega en las virtudes del libre mercado, son los aspectos distintivos del libertarianismo.
Distintos defensores de la libertad difunden ideas para articular un gran frente libertario en Bolivia o al menos esa parece ser la intención de eventos como el reciente “Encuentro por la libertad” celebrado en Santa Cruz el pasado 18 de noviembre. Los principios de los libertarios bolivianos, según sus páginas oficiales, serían los siguientes: Respeto irrestricto a los derechos de la vida y la libertad individual; centralidad del individuo en la vida social por encima de cualquier ente colectivo; respeto al Estado de derecho, la protección de los derechos individuales y la igualdad jurídica ante las leyes; sospecha ante nociones como el asistencialismo social, el bien común y el interés colectivo; defensa de la privacidad individual; la familia natural (unión de un hombre y una mujer) con fines reproductivos es la base de la sociedad; el poder político y el gobierno son peligrosos, deben ser limitados y controlados ante su capacidad de volverse amenazas a los derechos individuales; los principales objetivos del Gobierno son proteger la vida, la libertad, la propiedad privada, la paz y la seguridad de los individuos; el libre mercado es el ente más importante para el correcto funcionamiento de la economía.
Los postulados antes descritos pasan por alto los derechos humanos de segunda y tercera generación, pero su falencia más grave, en caso de pretender aplicarlos en Bolivia, es que ignoran la importancia de los sujetos colectivos en nuestra historia. Eso no implica negar al individuo (difícilmente comprensible como una unidad coherente e indivisible luego de los distintos aportes del psicoanálisis durante el siglo XX), pero borrar de un plumazo a sindicados campesinos, juntas vecinales, sindicatos obreros, colegios de profesionales, pueblos indígenas, comités cívicos, las ONG, organismos internacionales y confederaciones de empresarios, es una falencia demasiado grande como para tomar en serio a los libertarios.
Debemos recordar el enorme aporte de “Sistema y proceso ideológicos en Bolivia (1935 – 1979)” de Luis H. Antezana, con la acuñación de la noción Nacionalismo Revolucionario – NR como una episteme ideológica/articulador hegemónico/campo ideológico, en el cual objetos sociales (conceptos sociales) como pueblo, nación, revolución, adquieren sentido en tanto se mantengan en el centro de ese campo. No se debe olvidar que en nuestro país las ideologías radicales fracasaron o fueron marginales, no sirven para ocupar espacios de poder. Los discursos políticos pueden ser elásticos, pero las medidas efectivas difícilmente se concretizan alejándose de la moderación. Se enuncian discursos incendiarios, pero se asumen medidas pragmáticas. Es una de las principales razones de los fracasos de la Falange Socialista Boliviana y del trotskismo, de que el Partido Comunista y el Partido Demócrata Cristiano hayan sido periféricos.
En Bolivia la actividad privada no puede entenderse sin la presencia o permisibilidad del Estado (para conceder créditos, abrir mercados, condonar deudas, etc.), la actividad privada no es un reflejo exclusivo del “emprendedurismo” individual, la historia del empresariado privado y su dependencia al Estado, a gobiernos como los de Paz Estenssoro, Banzer, Morales y Añez, son pruebas demasiado evidentes como para negarlas con efusivas declamaciones sobre la libertad. Lo único claro, por todo lo visto y oído hasta ahora, es la ingenuidad libertaria y su desconocimiento de la heterogeneidad del país.