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Informar no es tan distinto de opinar, o por lo menos, interpretar

Jorge Larrea Mendieta

 La objetividad es una virtud que protege al periodista

Hay  que interpretar y contar la historia sin tocarle un pelo a la exactitud, pero al mismo tiempo hacerle sentir al lector que uno está de su lado, que trabaja para él y con él, y que sólo él importa

Todos los códigos del periodismo admiten de una u otra forma la verdad objetiva como ideal supremo del buen informador. Y ello porque se trata de satisfacer un derecho humano fundamental de la persona y de la entera sociedad, cuyos intereses prevalecen sobre los particulares del informador.

Inseparables de la verdad son la objetividad, la exactitud y la veracidad. Por lo mismo, se condena toda forma de distorsión informativa, sobre todo la omisión, o énfasis indebido, así como la propaganda. La distorsión equivale a lo que comúnmente solemos llamar manipulación. “La objetividad es práctica y teóricamente imposible. Hoy en día la psicología social habla de construcción de la realidad. La noticia no es un reflejo de la realidad, tampoco una reconstrucción sino una determinada forma de construir la realidad. La realidad no determina las noticias como si fuera un tipo de lectura, de fotografía o de reflejo”[1].

El memorando de A.M. Rosenthal,  periodista del Time y Premio Pulitzer en 1960, dice que “La objetividad periodística es una pretensión tan desmedida como la de aprisionar el reflejo de las aguas de un río, que en un instante son y en el siguiente dejan de ser. Sin embargo, esa objetividad es la garantía que el lector busca para poder creer”. Para los periodistas del New York Times llegó a ser un mandato escrupulosamente obedecido en incontables redacciones. Entonces publicaron en el periódico neoyorquino: «el deber de todo reportero y editor es luchar para conseguir tanta objetividad como sea humanamente posible». Y a renglón seguido describía la objetividad como distancia, exclusión de puntos de vista personales e inclusión de todos los puntos de vista. La socióloga Gaye Tuchman menciona que la objetividad es una virtud que protege al periodista, porque trata por igual a todas las personas y opiniones.

Sin embargo, informar con objetividad significa hablar de las cosas tal y como son en sí, en su propio contexto, sin manipular o distorsionar ninguna de sus circunstancias. Ser veraces, en cambio, equivale a decir primariamente lo que sabemos de las cosas, adecuando lo que decimos a lo que sabemos, que puede no coincidir necesariamente con lo que las cosas son exactamente en su objetividad pura. La objetividad exige a los reporteros que se hagan responsables de cómo informar, no de lo que están informando. La tarea informativa debe limitarse a la transcripción rigurosa y exacta de los hechos y opiniones como fueron recogidos, en concordancia con la realidad. Son percepciones que a veces se contradicen y que dejan en tela de juicio que es  la objetividad

La objetividad

Luka Brajnovic, en su libro “Deontología periodística”, menciona que la imparcialidad o la absoluta objetividad parte de un conocimiento exacto y cierto, de una reflexión consciente y de una rectitud intachable de intenciones.

El buen informador aspira siempre a poder decir al público la verdad sobre hechos, acontecimientos o ideas con el mayor grado posible de objetividad. Es decir, adecuando la información a la realidad de la que trata de informar.

En la práctica, sin embargo, el periodista trabaja bajo tales condiciones personales y ambientales que frecuentemente sólo conoce la verdad a medias, y cuando la conoce en toda su amplitud y objetividad, no siempre le es permitido decirla, de tal manera que el medio está condenado a convertirse en un medio prostituido que depende únicamente de sus intereses y se constituye en un filtro deformador de la realidad.

¿Es posible la objetividad?

La objetividad absoluta no es posible en la práctica. Pero tiene que haber una objetividad o reflejo de la realidad mínima e indispensable para que el informador se considere éticamente con derecho a informar. Sin un mínimo de conocimiento objetivo de las cosas, el informador responsable lo mejor que puede hacer es callarse.

Los filósofos por lo general invocan en su favor a Heráclito y a los filósofos escépticos. El célebre texto de Heráclito sobre el hombre que no puede bañarse dos veces en el mismo río, porque sus aguas en movimiento constante hacen distintos ríos cada instante, es una interesante comparación para describir la tarea del periodista. Los hechos de la historia diaria, que son la materia prima de la información periodística, son tan cambiantes como las aguas de un río.

Los fundadores del periódico Time comprobaron que era imposible la objetividad y que sus editores deberían indicar en los asuntos controvertidos «cuál de las partes tiene mayor mérito», no estuvieron solos en esa percepción. Desde 1883, Josep Pulitzer había dicho resueltamente que el New York World se dedicaría «a la causa del pueblo en vez de la de los monarcas financieros, a desenmascarar todo fraude e hipocresía, a combatir todos los males y abusos públicos» que es la misma posición del periodista de hoy que denuncia la corrupción, que rechaza la violencia y que defiende la vigencia de los derechos humanos.

Han existido, por otra parte, prácticas periodísticas con las que se pretende mantener una objetividad irrealizable. Es el caso de la impersonalidad de la noticia que se impone o porque la información es el producto de una empresa, o porque esta ausente un yo individual, sin expresiones así lo ordenan los Manuales de Estilo, creencias u opiniones de una persona. Van Dijk concluye «el yo puede estar presente solo como un observador imparcial, como un mediador de los hechos»[2].

El “yo” en periodismo

El uso del yo y, desde luego, la opinión personal son delicados. En lugar de eso, son de rigor el lenguaje neutro, las citas de fuentes y el uso de estrategias persuasivas como la descripción de los hechos en directo, el recurso a testigos cercanos y a representantes de la autoridad, el manejo de cifras y porcentajes: edades, fechas, hora de los hechos, peso, tamaño.

Son juegos de cifras que sugieren objetividad a toda prueba. Van Dijk agrega, la utilización «de dispositivos estratégicos que relacionan la verdad y la credibilidad».[3] Y enumera el uso selectivo de fuentes, modificaciones específicas en las relaciones de relevancia, perspectivas ideológicamente coherentes con la descripción de los sucesos, usos selectivos de personas e instituciones fiables, oficiales, bien conocidas y creíbles, cita de testigos oculares.

Aparentemente, en la práctica periodística se han acumulado demasiados recursos para disipar en el lector la sospecha de que el yo del periodista es el que impone una versión no objetiva y para consolidar la certeza de que, al desaparecer el yo, se puede tener la seguridad de una información objetiva. Sin embargo, anota Tuchmann, «las citas son la protección del reportero contra la calumnia y el libelo, y la ilusión retórica de fidelidad encuentra aquí su correlato social en la veracidad de la representación»[4]. Aquello que las cosas son independientemente de lo que a nosotros nos parezcan. Las ovejas, por ejemplo, no dejaban de ser ovejas por más que en la imaginación perturbada de Don Quijote fueran guerreros. En efecto, todos esos recursos al servicio de la objetividad, de hecho no crean objetividad sino una ilusión de objetividad, porque es posible aparentar impersonalidad, manejar fuentes, manipular cifras y porcentajes y convertir todas esas tácticas en simples coartadas.

Esa ilusión de objetividad desaparece cuando intervienen las inevitables tomas de posición, implicadas en la decisión entre varios hechos que pueden ser convertidos en noticia: ¿cuáles se cubren y cuáles no? Al optar por un determinado hecho, viene un segundo paso: las fuentes que se consultaron: ¿por qué esas y no otras? Se repite el fenómeno cuando el periodista utiliza el material proporcionado por las fuentes, porque debe seleccionar unas partes y descartar otras: ¿con qué criterio se hace la selección? Y las decisiones continúan al preferir un enfoque a otros, al titular, al subtitular, al diagramar, al ilustrar. En todas estas etapas se mantiene vivo el hecho de que las posiciones subjetivas impiden la objetividad absoluta.

Victoria Camps, filosofa española, formula reflexiones que seguramente han pasado ya por la cabeza de los periodistas sometidos a esa dualidad de sentirse obligados a ser o parecer objetivos y de decidir en cada uno de los pasos de la elaboración de una noticia, entre su subjetividad y el precepto de la objetividad. Dice la experta: «informar no es tan distinto de opinar, o por lo menos, interpretar”.

El periodismo comprometido

En vez del estoicismo de hielo del periodismo objetivo, aparece el periodismo que se compromete, que tiene una opinión, que defiende un punto de vista, deberíamos reflexionar, ¿hasta qué punto esto es posible sin violar el patrón de la imparcialidad informativa? El papel que los medios y los profesionales tendrían que jugar debería estar más acorde con una sociedad adulta, crítica y responsable, en la que la información es el elemento que permite tomar las decisiones y formar la opinión. Muchas veces, incapaces de resistir la atracción de los cantos de sirenas de los intereses partidistas —del poder, en cualquiera de sus formas, o del capital, en cualquiera de sus monedas— son, en realidad, títeres orgullosos e incapaces de reconocer quién mueve realmente sus hilos.

La experiencia de la relación periódico-lectores demuestra:

  1. Que no es creíble el periodista que hace gala de no creer en nada; en cambio, aporta razones de credibilidad el que manifiesta honestamente en qué cree.
  2. Una objetividad mecánica sólo produce esa información simplista que reproduce los dos puntos de vista enfrentados, y se lava las manos diciendo que las conclusiones corren por cuenta del lector, o en su defecto del que escucha las noticias. Esa objetividad es la que impide ir más allá de la superficie de los hechos, para acometer su interpretación y análisis.

La intencionalidad

Los medios de comunicación juegan un papel cada vez mayor en el juego político, en el que no participan como simples observadores, sino como jugadores en toda regla.

El poder no es sólo el poder de hacer, sino el poder de contar, de transmitir, de transformar la realidad en discurso. Esto no es nuevo. Con este mismo fin mantenían los reyes a los poetas a su lado, para que sus acciones llegaran más lejos convertidas en baladas y poemas. Ganar una batalla era importante, pero también lo era que el relato llegara lejos en el espacio y en el tiempo. No sólo aseguraba el recuerdo de la gesta, sino que obligaba a los enemigos a reflexionar antes de emprender acciones.

Toda información obedece a una o varias intenciones, algunas de ellas expresas; otras, quizás el mayor número, implícitas. Sea expresa o implícita, la intención gobierna el proceso de elaboración de una información, le impone sus reglas que pueden darle forma, deformarla, recortarla, destacarla o suprimirla.

De lo que se trata, por tanto, no es de volver sobre la inacabable discusión sobre la capacidad o limitación del ser humano para conocer la realidad, sino de ir más adelante.

Sobre el supuesto de los límites del entendimiento, la reflexión se dirige a la voluntad del que informa para preguntarle: ¿cuáles son sus intenciones expresas y cuáles las implícitas, en el momento de informar?

La naturaleza de esas intenciones señala el grado de libertad de la información, saber cuáles son las intenciones explícitas, traer a la conciencia las intenciones que permanecen en el subconsciente, son procesos necesarios para quien quiere informar con libertad. La información libre, sin descartar la preocupación por la información verdadera, está resultando de mayor importancia que los anteriores esfuerzos para saber si era verdadera o no. Quizás porque existe la intuición de que, al ser libre, tiene las máximas garantías para ser verdadera.

El fundador de la revista de periodismo de la Universidad de Columbia, James Boylan, abandona el esquema maniqueo: objetividad vs subjetividad y confiesa que más allá del impersonal estilo «balanceado» de escribir noticias, hay un reclamo para que el periodismo ocupe un lugar en la sociedad, con una posición que sea a la vez imparcial y en nombre del interés general. De eso se trata. Entre los extremos —viciosos ambos— de la información distorsionada o sesgada, por los puntos de vista subjetivos o interesados, y el de la noticia aséptica, sin color, olor, ni sabor, de puro objetiva, hay un término medio, tan difícil como todas las virtudes: contar la historia e interpretarla sin tocarle un pelo a la exactitud, pero al mismo tiempo hacerle sentir al lector que uno está de su lado, que trabaja para él y con él y que sólo él importa.

Los periodistas que invocan las expectativas del público para justificar esta política de simplificación demagógica (en todo punto contraria al propósito democrático de informar, o de educar divirtiendo) no hacen más que proyectar sobre él sus propias inclinaciones, su propia visión; particularmente cuando el temor de aburrir les induce a otorgar prioridad al combate sobre el debate, a la polémica sobre la dialéctica, y a recurrir a cualquier medio para privilegiar el enfrentamiento entre las personas en detrimento de la confrontación entre sus argumentos. Es decir, lo que constituye el núcleo fundamental del debate: déficit presupuestario, reducción de los impuestos entre otros. Dado que lo esencial de su competencia consiste en un conocimiento del mundo basado más en la intimidad de los contactos y las confidencias (e incluso de los rumores) que en la objetividad de la observación o la investigación, son propensos, en efecto, a circunscribirlo todo a un terreno en el que son expertos, y están más interesados por el partido y los jugadores que por lo que está en juego.

Si se piensa, además, que el periodista actúa como un guía que, a través de la información, le permite a la sociedad identificar sus propósitos, crece en importancia el deber de ofrecer una información libre.


[1] Van Dijk Teun A.: “La noticia como discurso, comprensión, estructura de la información”. Barcelona: Paidos 1990

[2] Van Dijk Teun A.: “La noticia como discurso, comprensión, estructura de la información”. Barcelona: Paidos 1990

[3] Van Dijk Teun A.: “La noticia como discurso, comprensión, estructura de la información”. Barcelona: Paidos 1990

[4] Tuchman Gaye: “Métodos cualitativos en el estudio de las noticias”, 1993

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