Santos Domunguez Ramos
Perséfone, la muchacha indecible
Eurípides
Hija y madre que vuelves
desde los negros muros de tu casa
a la luz ancestral del confín de los tiempos,
de los bosques oscuros al despertar del sueño
Madre, esposa indecible, objeto de plegarias
con palabras opacas y rituales secretos
que invocan la raíz de la serpiente
en la tierra sin frutos en donde todo calla.
Ven, ven desde la niebla, indecible muchacha,
que en la raíz oscura donde germina el día
hay una luz arcaica
que sube desde el fondo de los ritos
y se ve con los ojos cerrados y en silencio.
Madre tú de la sombra,
tejedora celeste,
ven y vuelve fecunda la luz de cada día,
toca con tus palabras la frente del misterio,
invoca a los planetas, mira girar el tiempo
en el espacio ardiente de la noche secreta.
Haz presente tu lumbre en la noche de Eleusis,
en el párpado abierto de las contemplaciones,
en el lenguaje extraño y en las preces precarias.
Oye la voz ajena de la noche del mundo
y su velo secreto.
Escucha a las madrastras, vengadoras de sangre,
oye a las viejas niñas de los cabellos blancos.
Desde el profundo sello de silencio,
en la noche sagrada de los astros
conviven el abismo sin luz de la semilla,
los animales quietos y los dioses antiguos
para llegar al centro donde arde el laberinto.
Señora de la sombra,
póstrate, y que la sombra se arrodille contigo
sobre la lepra antigua del tiempo irremisible,
sobre el retorno eterno del tiempo circular,
muchacha renacida hacia la luz del mundo.