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Incredulidad, miedo, indiferencia

La palpable ansiedad social por la escasez de dólares contrasta con el discurso gubernamental que pregona una estabilidad económica y un futuro glorioso. Su principal componente, el dólar, más que en un medio de cambio se ha convertido en un fetiche. Es un doloroso signo de la normalidad perdida que empieza a develar las verdaderas razones que nos trajeron hasta este punto. 

Cuando la crisis se iniciaba, la veíamos como el parámetro de las dificultades económicas que asechaban el futuro; a pesar de ello, guardábamos la esperanza de que la situación se controlaría. Luego pasó a ser el precio real de mi salario y empezamos a notar mucho más pronto de lo esperado que el salario mensual no cubría los gastos. Finalmente nos percatamos que era el único recurso de sobrevivencia que teníamos, a esas alturas ya no quedaba duda de que lo que estábamos pasando tenía un nombre; se llamaba crisis, y tenía apellido, apellidaba MAS.

Los liberales nos dicen que es el reflejo de la precariedad del modelo plurinacional del que los masistas se jactan tanto. Los fanáticos economistas del “Bloque Popular” nos dicen que la crisis se debe a las maniobras de una “derecha” antipatria aliada al imperialismo.  Nosotros, en lo más profundo de nuestro fuero interno, pensamos que es la resultante de la combinación de una poderosa dosis de incredulidad, una cantidad considerable de miedo y una indiferencia casi cómplice que terminó pasándonos la factura. La crisis es, a más de la ineptitud del régimen masista la consecuencia de la ingenua honestidad del pueblo boliviano.

La primera condición, la Incredulidad, llevó a una buena parte de los bolivianos a pensar que el régimen autoritario que gobernaba en medio de un mar de abusos era la clave que habíamos estado buscando desde la fundación de la república, y que, aquel primer indio en el Palacio de Gobierno encarnaba la solución definitiva de nuestros pesares históricos, sin embargo, pronto nos pusimos a pensar si nos merecíamos semejante gobierno. La segunda condición, el miedo, se impuso sin tapujos al punto que parecía natural. Nos acostumbramos a un pensamiento unipolar y al imperio del silencio autoimpuesto.  Resultó prohibido pensar diferente so pena de ser tachado de derechista antipatria, q’ara despiadado o loco rematado altamente peligroso para el Proceso de Cambio, y finalmente, la tercera condición, la indiferencia producto de un engañoso bienestar que propiciaban la bonanza en los precios de las materias primas exportadas, parecía más al letargo de un moribundo que en su languidez tuvo el poder de paralizar la protesta, suspender la razón crítica y amordazar los discursos divergentes bajo el manto sacrosanto de una indianidad racista, victoriosa y hegemónica.

La crisis ha develado la naturaleza perversa del Proceso de Cambio y muestra con meridiana claridad su estrepitoso fracaso. Ha dejado al descubierto el profundo daño que le hizo a la sociedad, sobre todo en los niveles de la subjetividad social, a más de su ineptitud técnica y profesional. Quizá si el MAS se ubicara en el presente y decidiera mirar el futuro y no quedar anclado en los viejos discursos de la izquierda fracasada, encontraría la solución de manera más ágil, más económica y rápida, cosa difícil dada la proverbial miopía histórica de la izquierda actual. No quepa duda sin embargo que esta crisis es un punto que marcará un antes y un después en el desarrollo de le economía, la política y la democracia boliviana.

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