Márcia Batista Ramos
Nací al sur del desierto del Sahara, mi padre con mucho orgullo me miró y sonrío a su pequeño desnutrido y exclamó:
– ¡Te llamarás Rey y heredarás el Mar Mediterráneo!
Los días de mi niñez pasaban rápidos, con el calor sofocante y las faenas agrarias en nuestra tierra pobre que, por bendición (del cielo, de las estrellas, del dios o de quien fuere) produce algo para poner al estómago. Por la noche, todos los habitantes de mi aldea, se sientan alrededor del fuego para escuchar los mitos y tradiciones de nuestro pueblo. Después, cuando ya nos cansamos de escuchar y estar sentados, empiezan a tocar los tambores, algunos danzan, otros se retiran a sus casas; yo miro el reflejo del fuego, la sombra de la gente que se mueve, las estrellas allá arriba, siempre tan lejos… Pienso en el Mar Mediterráneo…
Por la mañana pregunto a mi padre:
– ¿Cuándo conoceré mi mar, el Mar Mediterráneo?
– Cuando crezcas Rey, tienes que crecer hijo.
Siempre que empiezan a contar un relato, ellos nos dicen que nuestra cultura es tan antigua cuanto la existencia de los seres humanos sobre la tierra. Sé que existen muchos lugares y sé que normalmente, los seres humanos, no llegan a conocer todos los lugares que existen. Conté a mi madre que cuando crezca iré a mi mar, al Mar Mediterráneo. Ella lloró mucho y no dijo ninguna palabra. No entendí qué le pasó. Por la noche, en la aldea, a la orilla del fuego agarré al mano de mi madre y ella acercó sus labios a mi oído y preguntó:
– ¿Sabes dónde está el Mar Mediterráneo?
– No.
– Está lejos, hijo mío. Muy lejos. Tan lejos, que el día en que te vayas será el último día que te vea en ese cuerpo; después que te vayas, solo nos veremos en espíritu.
– ¿Cómo sabes?
-Otros ya se fueron antes. Y sus madres murieron.
-No quiero que te mueras.
– ¡No te preocupes! Las madres no mueren nunca…
Me gustaba las comidas de vegetales con legumbres que mi madre preparaba. La tisana de hojas del bosque que ella nos daba tibia antes de dormir. También me gustaba ver la destreza con que pintaba, largas telas de algodón o las paredes de nuestra casa,” para alegrar a los ancestros” decía sonriendo. Ella molía distintas tierras y mezclaba con plantas y tenía los colores que necesitaba para alegrar nuestra casa… y a los ancestros.
Me percaté que estaba creciendo, cuando mi padre me llamó para que le ayude a agarrar un toro. Antes, yo quería ayudar y él decía “cuando crezcas, hijo…”
Transpirados de haber corrido detrás del toro para amarrarlo, caminamos hasta la casa y mi madre nos ofreció la tisana de hojas del bosque. Miré a mi padre y le pregunté:
– ¿Cómo llego al Mar Mediterráneo?
-Tienes que ir a la ciudad, está a tres noches de nuestra aldea. En la ciudad hay que tomar el transporte que va al norte. En el norte tienes que ir hacia el desierto… -Dijo con la voz entrecortada.
– ¿Cómo se cruza el Desierto del Sahara, padre?
-Con Dios y con suerte, hijo mío.
– ¿Por qué?
-Porque en el desierto uno muere de sed, de miedo, de angustia, de emboscada… El desierto es difícil hijo…Si logras cruzar el desierto, tienes que viajar hasta el puerto y cuando llegas al puerto, el mar es tuyo. Llegas a tu Mar Mediterráneo.
Miré a mi madre que escuchaba nuestra conversación en silencio, con el rostro bañado en lágrimas. Mi padre la miró y fue a su lado y le abrazó diciendo:
-Sabíamos que un día crecería y nos dejaría, siempre lo supimos, desde que estuvo en tu vientre. Es la ley de ésta tierra. Tenemos hijos para el mar. – dijo eso y empezó a llorar abrazado a ella.
…
Hace tres horas que la barcaza se hundió y mientras me transformo en pez, me transformo en alga, entiendo porque al nacer heredé el Mar Mediterráneo.