Sabemos que vienen tiempos difíciles, pero, no deja de sorprender el empeño de organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización del comercio mundial (OCDE), el Banco Mundial (BM), cámaras empresariales, analistas y académicos, por someternos a un continuo e inmisericorde bombardeo de pavorosas previsiones sobre el futuro económico. Su entusiasmo es comparable al de oscuras versiones que circulan en las redes y plataformas digitales.
La insistencia y el tono de sus análisis y previsiones pertenece a lo que puede llamarse, con precisión, terrorismo económico. Su línea y estilo de difusión, en una situación bélica (que es cómo varios se imaginan la epidemia) los conduciría a la cárcel, porque sus mensajes no contribuyen a enfrentar los problemas, ni a prevenirlos, sino a sembrar desaliento y pánico masivo.
La realidad que se imponga, cuando empiecen a delinearse las hoy inexistentes certezas, podrá ser peor o mejor que los vaticinios de estos heraldos del miedo; pero, será diferente de los escenarios que imagina la fauna de expertos, atrapados por los barrotes de sus prejuicios, espejuelos ideológicos e intereses.
Su frenesí proyectivo contrasta brutalmente con el espeso silencio que guardaron durante la crisis de 2008, conducida y protagonizada por los grandes bancos y los enormes fondos especulativos que, juntos, evaporaron una cantidad de recursos, probablemente cercana a todo un producto anual planetario.
En ese entonces, ni previeron el desastre ni, menos, sus recetas ayudaron a remontarlo.
La validez de su palabra está comprometida, por la escasa o nula atención a cuestiones decisivas (y desconocidas) de índole fisiopatológica, inmunológica o epidemiológica, porque la epidemia se desenvuelve de una manera tan atípica y enrevesada que desbarata las previsiones vigentes. Lo atestiguan las altas mortalidades donde no se las esperaba, alternadas con los silencios en regiones que, por su pobreza e indefensión sanitaria, tendrían que estar literalmente ardiendo. Como parte de estos imprevistos, en Bolivia no mueren principalmente octogenarios, sino jóvenes, de entre 20 a 39 años, lejos de los quintiles consignados en las estadísticas.
Sin embargo, uno de estos reportes menciona la posibilidad de más de 3 millones de muertes en nuestra región, en su reporte sobre “políticas públicas ante la Covid 19”.
En segundo lugar, y por lo anterior, asumen tal cantidad de supuestos inciertos o endebles, que sus previsiones adolecen de una gran fragilidad. En tercero, sus profecías parten de supuestos sociológicos, históricos y de otras esferas que suelen desconocer y menospreciar.
Sus aspavientos y proclamación de desgracias fatales, se acomodan perfectamente a la visión y expectativas de los grandes capitales -a los que benévolamente denominan los mercados- y al desenvolvimiento de una campaña, apta para inducir la resignación de los castigados de siempre, para que ganen los grandes beneficiarios usuales.
Buena parte de los gobiernos y Estados, como el nuestro, apurados por obtener créditos y el beneplácito de estos organismos ya están preparando las fórmulas que presuntamente aliviarán nuestras desgracias futuras.
Así, se están redescubriendo “las bondades” de cultivos transgénicos, por ejemplo. Para hacerlo, hemos de olvidar que durante la vigencia del régimen masista, su gran aliado económico, aunque antipático rival político e ideológico, esos cultivos con sus inseparables negocios de tráfico de tierras, prosperaron sin interrupciones, al compás de masivas quemas de bosques, que hoy vuelven a gestarse, al amparo del silencio y la inacción oficial. No vayamos a perder la oportunidad de seguir los pasos de “robustas” economías como la brasileña o la argentina
Mientras el MAS exige elecciones urgentes y también pronostica catástrofes, los directivos de YPFB nos urgen, en el más puro estilo de sus antecesores, a extender los cultivos para “biocombustibles”, como alucinante solución a la caída de los precios del gas, en un mercado anegado de petróleo. Para cumplir tal consejo se necesitan, desde luego, nuevos chaqueos y quemas mayores.
Hasta mientras, igual que ayer, las cuentas se mantienen opacas, los informes tardíos o incompletos, y ni siquiera tenemos registros accesibles sobre los ingresos y gastos que se están realizando para atender la emergencia sanitaria.
No necesitamos falsas esperanzas; tampoco pájaros de mal agüero. Los que ensayan tales vuelos, se están comportando como verdaderos estimulantes de la pandemia y los desastres que trae, por lo que no deberían sorprenderse de que, muy probablemente, terminen siendo tratados exactamente como tales.
Roger Cortez es docente e investigador