Maurizio Bagatin
Recuerdo al Henry Miller filósofo y ensayista. Tal vez el no estuvo en África y sin embargo me habló del origen y de que “nada es más cierto que el hecho de que nos convertimos en lo que somos”. De vuelta a nuestro origen hablándonos del fin del mundo, Un domingo después de la guerra es un texto con muchas reflexiones. Henry Miller era lucido e incómodo, no era solo el Sena, los pintores de redrosaca, las mujeres de Modigliani y toda aquella gente vagabundeando por el mundo. Fue más riqueza de imágenes que Céline, el muslo interior a la ballena así tan bien descrita por George Orwell. Una radiografía a la triste democracia hecha sin premura: “El fracaso del principio democrático se debe, en mi opinión, al hecho de que hasta los pueblos más democráticos nunca han llegado al extremo absoluto, o sea ni suficientemente bajo ni suficientemente alto. En una democracia como la nuestra, por ejemplo, la mitad del país gobierna a la otra mitad, dependiendo de quien empuñe el látigo. En la Grecia de Pericles, la llamada Edad de oro, los hombres libres decidieron el destino de un numero mucho más grande de ilotas. Un pueblo puede ser exactamente tan tiránico como un dictador o un monarca absolutista. El pueblo es el peor enemigo de sí mismo”.
Viajo a nuestro origen. “Ser alegre es estar loco en un mundo de espectros tristes…”. Es la emoción de un muchacho al comprarse su primera bicicleta. La Coca-Cola contiene dos ingredientes fundamentales, la hoja de la planta de coca y la nuez de la planta de cola. Esta ultima la íbamos mascando en las pausas del duro trabajo…comíamos víbora del Gabón preparada en mil recetas, éramos antediluviano, nos decían las chicas de la ciudad. Escuchábamos Mombasa, «African Rhythms & Blues», tremendamente bello este disco, tam tam africano y sangre blues en las venas, ritmo difícil de quitarse del alma. Y del alma salen otras historias…
Oímos a los empleados de La voix du paysan chismorreando de Ahidjo el dictador, de los billetes de Francos CFA que hizo imprimir para que no haya devaluación en aquel Camerún fresco de independencia, en contra de todas las reglas internas y exteriores, en contra de Francia y de su eterno colonialismo. Una nueva negritud estaba albergándose por ahí. Sigue viva en el imaginario de este pueblo, su figura firme y transgresora para el bien de su gente. A Paul Biya nadie ya lo quiere, totémico, monolítico y absurdo, con su ridícula esposa siempre extravagante First Madame, blanqueándose siempre el rostro como una eterna Jagua Nana. El tribalismo que leíamos en las crónicas de Kapuściński está aquí ahora y siempre. No quiero olvidarme de Gerard y de Moisés, de sus travesuras de niños crecidos solo en sus cuerpos. El recuerdo mas integro es lo que me transporta a una noche en Yaundé, cuando Bernard Ndjonga nos recogió del aeropuerto para llevarnos al hotel que nos hospedaría unas cuantas noches, el tiempo que serviría para arreglar burocracias y salir hacia el norte, hacia la brousse. Sin acercarme al significado de patria, reconocí en Bernard el amor por su tierra, por su historia, sobre todo por su gente, no se dejaron esclavizar, prefirieron la muerte, como en un himno “olvidado adentro” en muchos países. Pero esta es otra historia.
Henry Miller existencialista. Nunca vio el hambre pantagruélica, solo cinismo y putrefacción, la hipocresía de toda sociedad humana de aquel tiempo. Y la gran depresión. Estados Unidos fue siempre así, Clovis masacrada y los casinos entregados a los sobrevivientes de Sand Creek. Una Historia llevada por una pincelada de Alexis de Tocqueville y un viaje de Thomas Jefferson. Solo Washakie y su pueblo, los Shosheni, no se entregaron, “¡Que se vaya al diablo la papa!” les gritó a los funcionarios estadounidenses, “Nómadas nacimos y nómadas queremos morir!”. Paris era el sueño de todos los inútiles, y de toda la inutilidad que ahora estudiamos y visitamos en los museos. El dictado de Baudelaire y las vocales visionarias de Rimbaud.