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Hannah Arendt. Cartas del recuerdo para los amigos

Carmen Azustre

La editorial Herder acaba de publicar una inteligente y sugestiva obra de Olga Amarís Duarte sobre Hannah Arendt que lleva el subtítulo de Cartas del recuerdo para los amigos. En el prólogo, podemos observar un canto a esa forma de género epistolar que es la carta, una carta a la que define como “un papel plegado que encuentra su razón de ser en el acto de plegar y desplegar ese papel que llega a nuestras manos, un papel que tiene memoria y cuyos pliegues quieren reproducir el roce del primer encuentro”. Ante esa descripción, no puedo menos que sentir una especie de melancolía ante la desaparición de las cartas que ya no habitan nuestros buzones, exceptuando las publicitarias o bancarias, también en extinción. Han sido sustituidas por los mensajes de WhatsApps o las que nos llegan al correo electrónico y que anidadas unas en otras a veces desaparecen.

Sí, me gusta la definición que la autora del libro expresa sobre la carta “como aquel refugio en el que el pensamiento se exilia, en los intermedios del día, para poder hablar con el otro, el yo convertido en un huésped”. La carta como construcción del pensamiento y diálogo interior con uno mismo y con los demás. Eso es lo que podemos observar en las cartas de Hannah Arendt a sus amigos y conocer los mundos creados por esas cartas que ella escribe y recibe de sus interlocutores. Unos pensamientos que se materializan en el lenguaje que los acoge y a los que podemos volver gracias a la materia que los contiene y abrir una y otra vez los pliegues que guardan su interioridad, y reparar con sorpresa la voz que interpela desde fuera. Somos más humanos a medida que pensamos y damos forma con la palabra a nuestro modo de pensar el mundo.

Dice Olga Amarís: “La humanidad, atendiendo a la teoría de las luminarias de la politóloga, es aquella luz que no se apaga y que reluce siempre con la misma intensidad, mientras encuentre una superficie a su medida en donde poder reflejarse. Las cartas de Hannah Arendt a sus amigos son el testimonio de esa parte innegable del ser humano que permanece en pie frente a los envites y que no cede a la tentación, convertida en tendencia de su tiempo, de perderse en un continuo insustancial de arena sobre arena. Las cartas son esos oasis que se pliegan para proteger en su interioridad a dos seres que han decidido no sucumbir a la mediocridad, porque escribir una carta o recibirla, es indicio de que todavía palpita un deseo consciente de preocuparse por los acontecimientos y de interesarse por las personas que tendrán que sobrevivirlos en nuestro mismo lado de la historia”. Para la autora de este interesante prólogo, ese cuidado del otro que se significa en el amor desprendido de la amistad es el hilo conductor que entreteje toda la obra y vida de Arendt: “La amistad, a fin de cuentas, es una delicadísima trama confeccionada por cuatro o más manos que se afanan en un mismo proyecto sin importar la forma final que la tela vaya a adquirir”.

Tenemos derecho y obligación de encontrar esos oasis que nos repongan del desierto de arena en que vivimos y para ello, tenemos a nuestro alcance el papel, y nuestras manos podrán plegar esos pensamientos ya encarnados en palabras que puedan ser desplegados por otras manos que, al hacerlos suyos desde el interior de sus ojos, originen otros que continúen ese diálogo que vuelva a plegar el papel y el envío de la carta en una continua corriente de agua que llena la bahía de nuestra alma en tiempo incierto de tormentas. “Sin el amigo falta esa parte esencial que integra, que nos vuelve íntegros, pues desaparece el elemento conformador de nuestra humanidad […] Las cartas de Arendt a sus amigos son un intento más de definir la amistad”. Una amistad que encontramos en estas carta de Hannah Arendt a sus amigos, una mujer a la que Olga Amarís describe así: “Una mujer griega, romana, judía, alemana, parisina, estadounidense y cosmopolita, a medio recostar en el sillón de su escritorio, y con gafas,  va escribiendo misivas a los amigos de esa república de pares que ha ido fundando en cada uno de sus viajes. Con esta imagen de alcoba de Hannah Arendt, de saberse a solas acompañada de la multitud de presencias de los que no están, empieza este libro, una carta”.

Preciosa carta la que escribe Amarís sobre Arendt y sus amigos, Martín Heidegger, Rahel Varnahen, Heinrich Blücher, Hilde Fränkel, Walter Benjamín y Karl Jasper. ¿No nos anima este gesto de Hannah a escribir otra carta a otro amigo o amiga con los que queramos compartir nuestra percepción de la realidad? ¿No nos anima a empezar ese diálogo con nosotros mismos que nos descubra las profundidades de nuestro ser?

Quizá en este tiempo de verano podamos volver a poner sobre el papel esa palabra que nos rescate del desierto de arena que nombrábamos antes y nos sitúe en ese oasis de humanidad, y así creceremos en humanidad, porque “Humanizamos aquello que está sucediendo en el mundo y en nosotros mismos, por el mero hecho de hablar sobre ello; y mientras lo hacemos aprendemos a ser humanos”, como cita la autora de esta obra en la selección que hace de la reflexión de Arendt Hombres en tiempos de oscuridad.

Sí, en este momento, tenemos la oportunidad única de escribir el libro de la vida en esa carta que espera, anhelante, el pliegue y despliegue de manos amigas.

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