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Hacia una política exterior boliviana renovada

En fechas 25 de diciembre de 2015 y 22 de enero de 2016, en posteriores artículos y en variadas entrevistas me referí al áspero relacionamiento internacional del gobierno del MAS y a sus múltiples desaciertos en política exterior. 

La agenda de la política exterior de un Estado prioriza los más importantes objetivos nacionales, cuya materialización depende fundamentalmente de actores internacionales relacionados con el tema en cuestión. En esa lógica para que un Estado concrete sus proyectos de alcance internacional debe planificar su relacionamiento internacional bajo estrategias de concertación y diálogo, más aún si carece de factores persuasivos frente a su interlocutor, como es el poder económico, tecnológico o militar.

En el caso de Bolivia, el Gobierno lleva más de una década conduciendo las relaciones internacionales con improvisación y desprecio a las normas básicas de la diplomacia, y bajo premisas políticas e ideológicas radicales.

Frecuentes desaciertos dañaron las relaciones con algunos países. Sólo a modo de ejemplo, cito los siguientes:

La política respecto a la causa marítima no sólo fue errónea, sino irreverente con la dignidad del tema. Un fingido patriotismo encubrió el verdadero móvil que estaba vinculado a proyecciones de liderazgo personal y/o de grupo en el escenario político nacional. Fue así que la opinión de quienes hubimos puesto en duda la efectividad del mecanismo judicial instaurado ante la Corte Internacional  fue deliberadamente ignorada. 

Propios y extraños se rehusaron a admitir que la solución definitiva del diferendo marítimo debía estar precedida de diálogo persuasivo y respetuoso entre los interlocutores y no de duelos bravucones que dieron paso a una abierta confrontación. En la misma línea, la búsqueda de apoyo internacional no debía procurarse como una dádiva o conmiseración, sino como una necesidad de poner fin a un problema que afecta y separa a dos pueblos vecinos, con identidades comunes insoslayables, reconociendo a cada quien sus propias fortalezas.

Otro desacierto fue la relación con Brasil. El Gobierno boliviano desperdició la coyuntura emergente de la afinidad entre Evo Morales y Lula Da Silva. Los términos de la exportación de gas al Brasil se mantuvieron en el mismo nivel alcanzado por los gobiernos que precedieron al MAS y las relaciones comerciales en general se estacionaron. La extensa frontera con Brasil se volvió más vulnerable al crimen organizado, al narcotráfico, a la trata de personas y al contrabando.  Si las relaciones bilaterales en época del PT fueron anodinas e irrelevantes, ¿cómo se proyectan hoy con el Brasil de Jair Bolsonaro, cuya posición ideológica es diametralmente opuesta a la de Evo Morales?

Asimismo, no cabe duda que la adhesión de Morales al denominado socialismo del siglo XXI también tuvo incidencia negativa en el desarrollo y profundización de los procesos de integración regional.  Bolivia desaprovechó la oportunidad de asumir liderazgo en esa esfera y por el contrario más bien contribuyó a fracturar esquemas como la CAN, la Unasur y probablemente también la CELAC. Siguiendo las consignas de Hugo Chávez, Bolivia con sus deslucidas gestiones en la Secretaría General de la CAN asistió indiferente a la desaceleración del proyecto andino de integración. En esa deriva internacional vertió duras críticas contra los países miembros de la Alianza del Pacífico y contra el proyecto como tal, cercenando así la posibilidad de construir, a futuro, una relación óptima con dicha Alianza.

Por otra parte, la relación con EEUU fue severamente afectada por un discurso hostil y provocador, perdiendo así la oportunidad de optimizar las relaciones comerciales en beneficio del país y de   los exportadores de productos manufacturados, a la sazón de una pregonada soberanía para el cultivo ilimitado de hoja de coca. Esto provocó que EEUU retire los beneficios arancelarios a las exportaciones bolivianas.

Respecto a las relaciones con la Unión Europa, si bien éstas no se optimizaron, al menos se mantuvieron en el mismo nivel de pasadas gestiones, todo gracias a la diplomacia europea acreditada en Bolivia que en muchos casos tomó iniciativas para sostener un buen relacionamiento.

En cuanto a las relaciones multilaterales, el accionar de Bolivia en Naciones Unidas (Consejo de Seguridad) y en la OEA fue deplorable por la manifiesta ideologización, falta de planificación y sentido de la oportunidad.

Estas reflexiones llevan a la conclusión que es urgente rediseñar nuestra política exterior y reconducir las relaciones internacionales de Bolivia. A modo de contribuir en este importante asunto, los siguientes artículos de mi columna analizarán propuestas orientadas a encarar un renovado relacionamiento con la comunidad internacional y nuevos lineamientos hacia una política exterior coherente y promisoria para el país.

Karen Longaric R. es profesora de Derecho Internacional en la UMSA.

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