La hermosa percepción del filósofo Spinoza (“El mundo es un libro”) ha sabido parar los pelos de los reaccionarios desde un principio. La Iglesia inauguró el gusto (¿gustará todavía?) de quemarlos en hogueras; pronto se popularizó este estilo y también los quemaron los fascistas, los comunistas y los híbridos hasta nuestros días. Como sabemos, si aún no los queman, ya los censuran. Parece ser cuestión de tiempo.
En el permanente afán que tenemos de dividir la historia en dos, creo que me anoto en una esencial: antes de la escritura, después de la escritura. Esto no significa desdeñar toda la inmensa sabiduría que atesoran pueblos íntegros sin escritura. No hay razón para pensar así; pero la escritura derivó en libro, en traducción y en divulgación de pensamientos y sentimientos de gente nacida siglos antes de Cristo hasta hoy: una maravilla saber de ellos y cotejarnos y construirnos. Esa experiencia me fascina y la disfruto a diario.
Don Werner Guttentag, nuestro gran librero, tenía este sentimiento, a no dudar. En su valiosa biografía afirma que hubiera publicado Mi lucha, de Adolf Hitler, pese al horror inigualable que desató. Yo hubiera actuado igual. ¿Acaso al borrar el libro negamos o abolimos lo que sucedió? Mejor que ocultar es mostrar y luego discernir. Mejor que adoctrinar (dogmatizar) para que la gente repita una letanía, es enseñarle a ejercitar el sabio criterio (pensamiento crítico). Hitler fue una pesadilla que las nuevas generaciones tienen que conocer. Él ordenó y presidió el genocidio de varios pueblos. ¿Cómo es posible que aún ahora tenga seguidores?
Werner Guttentag llegó a Bolivia a sus diecinueve años (1939), pudo decir que de milagro. Cargaba la máquina de escribir y la bicicleta, aliadas de peligrosas correrías en Breslaw, Silesia, en el movimiento judío alemán, conformado por adolescentes y jóvenes resistentes al nacionalsocialismo, el macabro partido de Hitler que acechaba oscuro en el horizonte y que luego fue realidad. Alemán, ante todo, vestía pantalones cortos que Cochabamba le cambió por los largos. Sus primeros años de tanteo, mientras obviamente leía y añoraba amigos y libros que tuvo que quemar en la estufa de azulejos de su casa en su ciudad natal, trabajó de aprendiz de joyero y auxiliar en la administración de algunas minas del judío alemán Hoschild. Este trabajo le permitió conocer Oruro, gente y el paisaje de montañas blancas y azules del insólito altiplano boliviano. No obstante, su vocación librera y bibliotecaria impuso que fundara la clásica librería Los Amigos del Libro. No solo eso: creó también la editorial. Surumi, la novela de Jesús Lara, acaso el último escritor indigenista boliviano, fue la primera favorecida de este empeño de locos. En la dictadura de Banzer se decomisó toda la obra de Lara, que ya incluía varios títulos y, junto con otros libros, alimentaron la hoguera en la ribera del río Rocha.
Mientras trabajaba su bio-bibliografía boliviana, titánica ayuda a la organización de la producción libresca boliviana, Guttentag descubrió que Klaus Barbie Altman, carnicero de Lyon, asesino de niños, jóvenes (amigos de Werner en Ámsterdam) y del líder de la resistencia maqui, Jean Moulin, era un cliente de su librería. No solo él, también su esposa. Apenas lo supo, expulsó al nazi a la calle (av. Heroínas, esquina España) corriendo un grave riesgo: desde tiempos lejanos (Barrientos, 1964), este hombre comandaba la represión de opositores a dictadores e, inclusive, a narcotraficantes que hicieran sombra al mayor de todos ellos. Sus paramilitares contaban, entre sus nutridas filas, con apellidos de la alta sociedad de aquel entonces. Pero Werner Guttentag sobrevivió a los fascistas de derecha e izquierda, porque el ELN también lo amenazó de muerte, a su esposa e hijos (envenenarían su leche, escribieron) por financiar la publicación de Guerrillero Inti, de su amigo Jesús Lara, crítico furibundo del Partido Comunista boliviano que se negó a acompañar al Che en la guerrilla. Olvidaban que Lara era comunista antiguo, pero recordaban que siempre estuvo prohibida la crítica, en Moscú y en Bolivia, y en cualquier lugar donde se profesara su credo.
Esta editorial creó el premio de novela “Erich Guttentag”, clave para la motivación y difusión de los novelistas bolivianos. Esa colección arrancó con Los fundadores del alba y tuvo títulos como Hijo de opa que fueron best sellers en Bolivia. Ese premio continuó con el Nacional Alfaguara y se cree que perdurará con el Internacional Kipus.
El año 2008 falleció este gran amigo. Lo lloramos los bolivianos y es probable que muchos judíos. Desde entonces lo extrañamos con gratitud.