Los campesinos rusos, según Bakunin, esperaban que llegase Garibaldoff para salvarlos. Garibaldi no llegaría. Amparo Ochoa cantaba que “dicen que Zapata no ha muerto, que Zapata ha de volver”. Mucho dolor y sangre en la historia. Hasta épica si queremos llamarla así. Epopeya. Los tiempos cambiaron, ahora cualquier delincuente común, dícese Evo Morales, ansía volver desde su cercanía argentina. Las hordas alcoholizadas, dopadas con chicha y pasta base de cocaína, en el aberrante fin del mundo del Chapare, la Sodoma y Gomorra del trópico, abyecto como en las páginas de La vorágine, lo reclaman. No hay Tierra y Libertad, ni Unidad ni Igualdad. Aquí, en este reclamo de un porcentaje mínimo de la población, enriquecido en el antro del vicio, eyaculación obligada sobre mujeres inermes, asesinato, tortura, un verticalismo infame abusador, no existen atisbos ideológicos, idearios, idealismos. Acá hay droga y dinero sucio, y nada más. El cacique quiere regresar a su cama de cuatro metros por tres para violentar menores, manejar su avioncito y despachar droga. Duele no ser ya emperador. Duele perder el derecho de pernada. ¿Para qué lo quiere, si tiene a su hetaira incondicional, la Montaño? ¿O tampoco allí existe nada? ¿Amor o narco? ¿Dinero y jale o sentimiento? Lo sabrán ellos; finalmente hasta entre convictos nace apego al arrumaco.
Aseguran que el falso indio se trasladó cercano a la frontera. La misma que pasó Lavalle deshuesado, o triste el montonero Felipe Varela para, otra vez comentan, hacer las delicias de Melgarejo. El imbécil López Obrador se prestó a ser usado como puta por el insaciable, traidor y cobarde ex presidente de Bolivia. De nada le sirvió darle honores, documentos, guardias, propaganda sin fin. El infalible Evo lo dejó pagando. Se fue con dos cueros a Cuba. Se rumora que se casó con la Hiena allí. La noche de bodas sería el triángulo isósceles de la parodia marxista del indito.
Pero allá ellos con sus apetencias sexuales. Habrán llevado, según sugiere el malicioso pueblo, al gaucho marido de la ministro para que les sirviera de colchón. Lo que importa acá es el plan macabro cuyas instrucciones fueron a recibir en La Habana, la preparación del golpe de estado seguramente diseñado por los Linera que afirman que son guerrilleros siendo en realidad ases de los cien metros planos.
No olvidar que en la isla del caimán se fraguó la estupidez guevarista. Esa hecatombe producto tanto de la vanidad como de la estulticia. Terminó mal como terminará también esta aventura. No han sabido leer que lo que sucedió, por lo que corrieron como galgos, fue un levantamiento popular, mayormente joven y multiétnico. No como dijo el asno argentino Graña, excremento del excremental peronismo. Ni Camacho, ni Pumari, menos Mesa, a quienes supongo se pretende eliminar, fueron los artífices de lo sucedido. Catalizadores, es posible, como aparecen en toda revolución. El retorno de su majestad solo produciría otra reacción esta vez doble, una cuyas consecuencias bien podrían mirarse en los faroles de la plaza Murillo.
En intento tal, casi seguro que no habría escape. Y, ya fuera del control (en cierta manera) de dirigencias, el masismo en todos sus niveles sería ahogado en sangre. Esta correría de ambos lados. Pero en uno hay unas decenas de miles de cocaleros y otra de delincuentes pagados. Al frente, millones. Basta un agitador, uno que faltó en la marcha por el TIPNIS, para que se suelte la tragedia. Si desean arriesgar, adelante. La opinión de los secuaces argentinos, otra banda de rateros y madres que lucraron de sus hijos muertos (y abuelas), no cuenta. El izquierdismo vive plagado de ceguera. Cuenta el dinero de la droga, que correrá a montones, pero volvemos al mito del rey Midas cuya moraleja enseña que el oro y el poder no alcanzan, que son pobres objetos para alcanzar futuro.
“Volveremos a los laboratorios de cocaína” es la nueva consigna de la revolución. Pues de esta vuelta vendrá una estampida cuyo fondo se tocará en el barranco. Probemos.