Por: Daniel Averanga Montiel
Gonzalo Llanos, o Golla para los amigos, es un escritor que ha estado mostrando su ingenio con sus trabajos literarios y lo ha hecho hasta ahora de manera insuperable. Él mismo se identifica con el mundo a partir de un talento que domina y que pocas veces es aprovechado por los escritores que prefieren extenderse en prosa y explicaciones, pero que desde Solsejnitsin hasta Arreola, pasando por Monterroso y Shua, ha sido visitado y revisitado: la microficción.
¿Será que la vertiente de lo breve y bueno, que es bueno precisamente por ser breve, tenga la delicadeza de quebrarse si se la manipula en demasía? Es de tontos pensar que la literatura que tiene a la brevedad como esencia, será literatura menor, como si lo “mejor” que habría escrito Bolaño fuera lo más extenso de su producción (prefiero un millón de veces a “Amuleto” que “2666”, y sí, muchos me apedrearían por este atrevimiento), o que ese mamotreto indescifrable y cansino, denominado “Felipe Delgado” haya sido la cumbre literaria en cuanto a la narrativa de un Sáenz que se defendía mucho mejor con “Los cuartos” o “Santiago de Machaca”. Lo breve, ya lo demostró Rulfo, puede reunir mucho más de lo que se puede leer.
Golla demuestra, en su colección de narrativa breve “Cuento Feroz”, la genialidad del diseño de historias que, en pocas líneas, adquieren superioridad argumental, en comparación a trabajos presuntuosos que toman a la ciudad de La Paz como algo más que una tramoya.
El secreto está, y lo digo con sinceridad para aquellos que quieren adentrarse en el pantanoso mundo de la microficción, en lo que no se cuenta, pero se ve más allá de la cortina translúcida de nuestra imaginación. Golla se convierte en diseñador de esta cortina, y lo hace tan bien, que un cuento de cinco líneas termina flotando más allá de esas líneas y se recuerda incluso varios días después.
Los personajes de Golla son creados sin artificios, pero con mucho arte, pues el arte, se ha dicho, imita a la vida, y es aquí cuando podemos encontrarlos en la gente que vemos en el cotidiano; no son héroes o villanos, genios o imbéciles maniqueos, y eso denota, al menos en él, una capacidad superior de creación literaria desde la verosimilitud: Golla observa, escucha, y a través de estos dos sentidos, diseña sus universos microscópicos.
Un libro de cuentos que Golla publicó hace un buen tiempo, y que, sorprendentemente, se aparta de la microficción, “Circo de perros calientes”, repite la fórmula del subtexto, pero va mucho más allá de la intuición que el mismo Golla pide a sus lectores; cuentos de largo aliento, tan bien estructurados, tan cruelmente ejecutados cuando se apela al drama, demuestran la madurez de un autor al que conocí hace ya diez años, cuando yo soñaba con publicar algo y no sabía cómo. Lo vi, revisé sus libros, las ilustraciones de estos, tan profesionales y con un diseño tan grandioso, que me sorprendí al saber que él mismo los ilustraba, y he ahí que asocié el arte de Golla, que va mucho más allá de las palabras, y se posa también en lo icónico.
Sería sano recomendar, a aquellos críticos que afirman que la literatura boliviana está en crisis y que “no dice nada”, el leer a Golla, estudiar su estilo, explorar su mundo escrito y dibujado, y no solo leer y opinar sobre los autores nacionales que publican en editoriales consolidadas o extranjeras, y que ya son casi extranjeros, porque viven afuera, y sin embargo se promocionan siempre como: “autores bolivianos en el exterior”.