Sagrario García Sanz
Escarbé entre mis recuerdos
y acaricié los más bellos,
pero arañé con mis uñas
los que más me dolieron.
Traté de arrancarlos
pero no se fueron,
y como otras tantas veces
por tiempo permanecieron.
Pero no dolían ellos,
sino los sentimientos
que me provocaba
traerlos al pensamiento.
Con su recuerdo rememoraba
el dolor que había sentido,
aunque hubieran pasado años
desde que hubieran sucedido.
Descubrí que no eran ellos
la fuente de mi aflicción,
sino mi insistencia en rememorar
algo que hace tiempo ya pasó.
Y que evocar los recuerdos
de momentos de dolor
era infligirme daño a mí misma
por mi propia decisión.
Viviendo en un pasado
que hace tiempo quedó atrás,
siguiendo yo empeñada
en revivirlo una y otra vez más.
Y entre recuerdos dolorosos
mi presente se desvanecía,
viviendo anclada en un pasado
que ya ni siquiera existía.
Que solo existía en mi mente
pero con papel protagonista
haciendo de mi existencia,
la de una frágil funambulista.
Funambulista de pisada vacilante
con rumbo directo al vacío,
con paso continuamente oscilante,
con paso continuamente perdido.
Con el equilibrio desvanecido
por los sinsabores y sinsentidos,
que se erigían como mis únicos guías
hacia desdibujados caminos.
Y como desandar lo andado
ya no tenía sentido,
me bajé del alambre
de los recuerdos baldíos.
Entonces reanudé la marcha
sobre nuevos campos de cultivo
donde sembrar la buena práctica
de no volver a perder el equilibrio.
