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Fernando Pessoa: El inmortal poeta luso

Márcia Batista Ramos

«La literatura es la prueba de que la vida no alcanza» Fernando Pessoa

Entre las familias de origen portugués es muy común el nombre Antonio, en honor a Santo Antonio de Padua, que nació en Lisboa, 15 de agosto de 1195 – falleció en Padua, 13 de junio de 1231. Por eso, también se llamaba Antonio, el poeta luso, en homenaje al santo y porque el nombre de pila del santo era Fernando, el poeta fue llamado Fernando Antonio Nogueira Pessoa (Lisboa, 1888-1935), sus padres le colocaron el nombre de pila y el nombre monástico del Santo portugués, seguramente, para garantizar que fuera ampliamente bendecido.

Si Los nombres del santo fueron providenciales y definieron la inmortalidad del poeta, no lo sé, pero Fernando Pessoa fue uno de los poetas y escritores más brillantes e importantes de la literatura universal y, en particular, de la lengua portuguesa.

Sus biógrafos destacan su infancia feliz hasta la muerte de su padre cuando él tenía cinco años. Después de las segundas nupcias de su madre con un diplomático portugués en Durban, Sudáfrica y el traslado con ella a sur del continente africano, aparecen cambios en la personalidad del niño Fernando Antonio, que marcarían su vida hasta los últimos días. Pues, cambiar de casa, de país y no tener su padre al lado, sufrir por la muerte de un hermano, tener que adaptarse a la relación con el padrastro, aprender un nuevo idioma, en un país con hábitos culturales diferentes a su realidad nativa, por cierto, que influenció de sobremanera en el niño que fue escolarizado en inglés (con gran éxito académico).  

Se hace un poeta bilingüe, la influencia sajona será constante en su pensamiento, en su obra y en su forma de ser, como describe Taborda de Vasconcelos: «Con ojos profundos y húmedos, rasgados de almendra; y el mirar ausente detrás de las gafas de gruesos cristales sin aros. Sobrio de palabras, ensimismado y distante, el aire esfíngido no movía los brazos ni agitaba las manos. Vestido siempre de oscuro, usaba trajes de corte anglosajón como si no hubiera olvidado las impresiones de una adolescencia vivida en un país de lengua inglesa. Hasta en la estricta moderación de gestos no tenía nada de meridional o de latino».

La convivencia con la abuela Dionisia, que padecía de una enfermedad mental y protagonizaba actos violentos, fue otro factor de sufrimiento en la vida de Fernando Pessoa, quien temía ser heredero de la demencia de la abuela. Aun en su adolescencia, comienzan los síntomas que lo acompañaron durante toda su vida. Siente un particular vértigo y dispersión que le ocasiona un fuerte miedo a la locura, vivido como un “abismo de suspensión mental” que lo afecta también en las relaciones sociales, sosteniendo su padecimiento en el secreto de su intimidad y escribe: “No tengo nadie en quien confiar. Mi familia no me entiende. No puedo incomodar a mis amigos con estas cosas. No tengo realmente verdaderos amigos íntimos… Soy tímido y tengo repugnancia en dar a conocer mis angustias… Ningún temperamento se adapta al mío” (GASPAR SIMOES 1954, 95).

Creció tímido y reservado, inmerso en un rico mundo imaginario, creó seres irreales con los que conversaba, jugaba y se carteaba. En palabras de Fernando Pessoa en traducción de Mario Bojórquez: – “Desde niño tuve la tendencia de crear en torno mío un mundo ficticio, allegarme de amigos y conocidos que nunca existieron. (No sé, con claridad, si realmente no existieron o soy yo el que no existe. En estas cosas, como en todas, no debemos ser dogmáticos.) Desde que me conozco como siendo aquello a lo que llamo yo, me acuerdo de crear mentalmente, en apariencia, movimientos, carácter e historia, varias figuras irreales que eran para mí tan visibles y mías como las cosas a las que llamamos, por ventura abusivamente, la vida real. (…) Me acuerdo, así, del que parece haber sido mi primer heterónimo, o antes bien, mi primer conocido inexistente, un cierto Chevalier de Pas de mis seis años, de quien escribía cartas dirigidas a mí mismo, y cuya apariencia, no enteramente vaga, aún fascina aquella parte de mis afectos que linda con la saudade”. 

A los 13 años regresó a Portugal en vacaciones y entró en contacto con la poesía portuguesa, son sus primeros pasos, lee al romántico Almeida Garret. Más tarde amplía su universo literario y lee Shelley Keats, Tennyson, Poe, entre otros. Haciéndose ávido lector de las obras de William Shakespeare, Lord Byron o John Milton.

A los 17 años, ve frustrarse, por problemas burocráticos, su intento de estudiar en Oxford, entonces abandona los estudios de derecho en la universidad Del Cabo, en la República Sud Africana y regresa a Portugal para afincarse en Lisboa, definitivamente.

Fernando Pessoa, desde temprana edad, encontró en la literatura una vía para comunicar lo más profundo de su ser, al mundo, mientras intentaba comprender la dualidad entre razón y vida. Se sentía incomprendido, inadaptado y solo, en esa época escribió en inglés con el heterónimo: Charles Robert Anon.

Trabajó como traductor de cartas comerciales para diferentes empresas. Empezó a conocer autores portugueses y frecuentar tertulias. Al mismo tiempo, comenzó a colaborar en revistas en un proceso de nacionalización portuguesa, como poeta y ciudadano que descubre sus raíces.

Lamentablemente, Fernando Pessoa, era víctima constante de crisis y depresión reiteradas que lo hundían en un estado de abulia. Síntomas que incidirían fuertemente en su tendencia a la dispersión y en la falta de continuidad para la realización de sus proyectos. Si bien desde niño construyó ese mundo ficticio de amigos y conocidos que, como aclara en una carta, “… nunca existieron (No sé si realmente no existieron o soy yo el que no existe)” no era constante en sus proyectos.

En 1914 aparecen los heterónimos literarios: el maestro Alberto Caeiro, y los discípulos, Ricardo Reies y Álvaro de Campos. Más tarde surgirá el heterónimo Bernardo Soares. Cada uno con personalidad propia, estilo literario definido, dejando concretas señales de que Fernando Pessoa padecía de disociación psíquica, de la cual habrían surgido los heterónimos. Para cada heterónimo desarrolló una obra poética diferente, estableciendo relaciones entre ellos mismos.

Cabe notar, que los estudiosos apuntan los heterónimos en Pessoa con la misma función que en otros escritores cumplen los personajes literarios. Ya que permiten al autor desdoblar, desarrollar y proyectar las distintas facetas de su personalidad. “Pessoa encontró la solución de convertir al autor en diversos personajes. Los autores fingidos, los heterónimos, le permitieron expresar su doble identidad de poeta dramático-íntimo. A este genial invento literario le puso el nombre de ‘drama em gente’”, afirma el médico psiquiatra Alfredo Barbero.

Además de ser un gran poeta, Fernando Pessoa fue también un notable escritor, crítico literario, autor de novelas policiales, obras de teatro, ensayista, editor y filósofo portugués, definido como una de las figuras literarias más importantes del siglo XX y uno de los grandes poetas en lengua portuguesa, también tradujo y escribió en inglés y francés, tradujo libros de ocultismo, entre otros. Inventó corrientes literarias como el paulismo, el sensacionalismo y el interseccionismo, es también el inventor de un universo de egos, siendo todos los hombres posibles en uno solo.

 Su primera y única obra que publicó en vida fue el poema patriótico Mensaje, que vio la luz en el año 1934. Su obra ha sido traducida a 37 idiomas. Los excesos de alcohol y tabaco fueron determinantes de su prematura muerte en 1935. Después de su muerte, encontraron en su casa, más de 27.500 documentos escritos.

Fernando Pessoa es una de las figuras clave del modernismo, y sus versos prolíficos siempre son actuales.

El 30 de noviembre, se recordará más un año de su muerte, pero Fernando Pessoa no está muerto, porque es el poeta que camina taciturno inspirando a miles de otros poetas, invitando a todos y cada uno a desahogar su alma, mientras conversa con sus heterónimos, también universales, igual a él: inmortales.

Lisboa revisitada (1923), del heterónimo Álvaro de Campos:

No: no quiero nada.

Ya dije que no quiero nada.

¡No me vengan con conclusiones!

La única conclusión es morir.

¡No me vengan con estéticas!

¡No me hablen de moral!

¡Aparten de aquí la metafísica!

No me pregonen sistemas completos, no me alineen conquistas

De las ciencias (¡de las ciencias, Dios mío, de las ciencias!)—

¡De las ciencias, de las artes, de la civilización moderna!

¿Qué mal hice a todos los dioses?

¡Si poseen la verdad, guárdensela!

Soy un técnico, pero tengo técnica sólo dentro de la técnica.

Fuera de eso soy loco, con todo el derecho a serlo.

Con todo el derecho a serlo, ¿oyeron?

¡No me fastidien, por amor de Dios!

¿Me querían casado, fútil, cotidiano y tributable?

¿Me querían lo contrario de esto, lo contrario de cualquier cosa?

Si yo fuese otra persona, les daría a todos gusto.

¡Así, como soy, tengan paciencia!

¡Váyanse al diablo sin mí,

O déjenme que me vaya al diablo solo!

¿Para qué hemos de ir juntos?

¡No me toquen en el brazo!

No me gusta que me toquen en el brazo. Quiero estar solo,

¡Ya dije que soy un solitario!

¡Ah, que fastidio querer que sea de la compañía!

Oh cielo azul —el mismo de mi infancia—,

¡Eterna verdad vacía y perfecta!

¡Oh suave Tajo ancestral y mudo,

¡Pequeña verdad donde el cielo se refleja!

¡Oh amargura revisitada, Lisboa de antaño de hoy!

¡Nada me das, nada me quitas, nada eres que yo me sienta!

¡Déjenme en Paz! No tardo, yo nunca tardo…

¡Y mientras tarda el Abismo y el Silencio quiero estar solo!

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