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Espejo de olvidos

Alfonso Gumucio Dagron

 Amalia Decker es novelista, y en sus relatos breves sigue siendo novelista. Hay quienes nos sentimos mejor en el ejercicio del cuento o del relato breve y nos cuesta mucho dar el salto a la novela, pero para Amalia el camino inverso es un paseo en un día de sol.

 El lenguaje de la novela es especulativo, el del cuento es directo como una flecha. Entre ambos está el relato breve o la novela corta, o si se quiere estos fragmentos que preludian una novela que no ha sido todavía escrita (como Javier Marías con “En el viaje de novios”, que fue el germen de “Corazón tan blanco”), o que, por el contrario, son una manera de exorcizar una novela nonata, o varias, en este caso.

 A esa última categoría, creo yo, pertenecen los 21 relatos de “La valija” (Kipus, 2022), agrupados en cuatro “libros”, aunque cada una sea en realidad un proyecto de libro.

 El primero, “Pasados por el tamiz del tiempo”, tiene que ver con una experiencia vital en la memoria de la autora, aunque adopta el papel de narradora externa a quien le cuentan confidencias como si ella misma no las hubiera vivido. Hay cierto pudor en esa forma narrativa que se refiere a sí misma pasando por el filtro de una observadora cómplice. Los cinco relatos de esta sección evocan un pasado de compromiso militante con la lucha guerrillera, que pasa por Cuba inevitablemente, donde “la fiebre revolucionaria” le tocó muy joven a la autora-narradora.

Amalia Decker

 El tiempo lo cura todo, como dicen, y la madurez hace ver las cosas de otra manera. Los fracasos guerrilleros y las victorias autoritarias permiten una perspectiva autocrítica que a veces es dolorosa como si los personajes tuvieran temor de mirarse en el espejo del olvido: “¿Cómo no me di cuenta a tiempo?”

 En realidad, los personajes de los relatos se dieron cuenta casi a tiempo, pero demasiado tarde porque ya estaban atrapados en la telaraña de los “políticamente correcto”, que sigue siendo décadas más tarde la coartada de quienes se niegan a pensar con su propia cabeza.

 Muchas cosas tienen que pasar en un lapso de tiempo relativamente breve para que Marcela, el alter ego literario de Amalia, abra los ojos ante una realidad donde impera el machismo y la disciplina absurda que sustituye los ideales por la idea mesiánica de que un puñado de iluminados se erigirán en salvadores del “pueblo” tan manoseado.

El nefasto Chato Peredo del ELN

 Las individualidades y diferencias humanas se borran cuando los personajes se ven sometidos a la presión del grupo y adquieren una personalidad colectiva que les es ajena, pero se ven obligados a adoptar por disciplina y también por esa suerte de fervor a veces tan peligroso, que hace que un grupo humano sea protagonista de un linchamiento. 

 Estas son historias de humanidad y de inhumanidad rescatadas de una memoria que durante décadas prefirió echarle tierra al dolor y al desengaño. Los relatos de esta sección transmiten bien el absurdo de aventuras como la del ELN boliviano, con la desconfianza interna, los ajusticiamientos entre compañeros y la irracionalidad dominante de tipos tan despreciables como el “Chato”.

Amalia Decker ©Foto Alfonso Gumucio

 El segundo libro, “Querencias”, rezuma la memoria de los afectos y nos recuerda que las más importantes decisiones en la vida están guiadas por los sentimientos y no necesariamente por el análisis racional de las cosas. Confieso que no es la parte del libro que más me impresiona, pero no es un reproche a la autora sino una cuestión de gustos, de la misma manera que no me gusta “El amor en los tiempos del cólera” de García Márquez, que para muchos es una novela señera. Sin embargo, rescato “La cueva” por su erotismo y humor. Es un breve relato que se aproxima al cuento por sus elementos de sorpresa, incluyendo el giro de la última línea.

 “El edén”, la tercera parte (o libro) aborda el tema del narcotráfico cada vez más presenta en la vida cotidiana de Bolivia, algo impensable hace veinte años, pero tan corriente ahora que se ha incorporado en las aspiraciones de los niños que cuando les preguntas lo que quieren ser de grandes ya no dicen “bombero”, sino narcotraficante.

 Los tres relatos de esta sección son característicos, describen desde adentro una realidad que es despiadada para quienes la viven, engañados por la promesa del exceso y el poder. En las tres aparece el mismo personaje: Eva (una suerte de “reina del sur” con veleidades intelectuales, que pasa aprietos, pero al final casi siempre sale con la suya) y su hermana Julia, que es como su conciencia a la que nunca hace caso.

 Más original me pareció “La muda”, el tercer cuento que viene precedido, a diferencia de todos los otros, por una cita perfecta de Borges: “No hables, a menos que puedas mejorar el silencio”. Esta es una historia de redención por interpósita persona, aunque el final parezca lo contrario. La Muda es “esa mezcla perfecta de niña y mujer; esa singular amalgama entre el desamparo y la soberbia…”, puta por decisión propia, un acto contestatario.  

 Debo decir que es el cuarto libro con sus cinco brevísimos relatos finales, el que he apreciado más. “Inventando ciudades” se despega de lo anecdótico y profundiza en la reflexión sobre la memoria sublimada. La ciudad inventada es la de las palabras, una metáfora sobre la creatividad y el lenguaje, sobre las palabras que al nombrar crean universos. Las mejores páginas del libro están en esta última parte: “Transité entre la nostalgia y la imaginación. Redescubrí el tacto y con él las superficies que se rompen con la mirada. Pude ver el silencio nuevo en el canto de las cigarras por la noche”.

 En suma, este es un libro donde la narradora dialoga con sus personajes desde un lugar literario que escapa a la cotidianeidad de sus vidas. Rescata vivencias en el espejo del olvido, como para exorcizar la memoria. La literatura lo hace siempre. Es una pena que la edición de Kipus esté sembrada de erratas, es imposible pasarlas por alto durante la lectura del libro.

La más noble función de un escritor es dar testimonio,como acta notarial y como fiel cronista, del tiempo que le ha tocado vivir.—  Camilo José Cela

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