En algo lleva la delantera el MAS, pese a que se desnucó el 2019 y a que tiene en contra a la mayoría del país. El MAS es aún diestro con los símbolos y la calle, y ha reasumido la iniciativa. Pandemia al margen, el MAS nos mantiene carburando si acaso habrá elecciones en agosto o cuándo combustionará el país.
De paso, los candidatos del MAS cumplen su etiqueta del silencio para no inculparse, a la vez que avivan la acción directa. A lo mejor aguardan otra foto de las fuerzas del orden armadas, emblema favorito de la otrora infalible narrativa, sin matices, de opresores/oprimidos. No importa tanto que los pobres en apronte sean carne de cañón del palo o del coronavirus. Como Enrique IV, “París bien vale una misa” y mejor si es arriesgando el cuero ajeno. Una parte del MAS adora ese pongueaje moderno que es la clientela política.
Mientras, el gobierno pasea la retórica de la fuerza hasta para combatir en Facebook, a través del ministro que a veces parece portar la tarjeta: “gerente-propietario del área política”. Pero incluso la repre no puede estar atada a un solo registro discursivo, digamos, de las tripas. Hasta la dureza necesita sustento. Encima, el oficialismo le regala al MAS el monopolio indígena, comete errores no forzados y sufre el síncope simbólico -y en euros- de los respiradores, justo con el país en modo sacrificial.
En la tercera esquina, Mesa es la mesura al cubo, sin acercarse al oriente ni al mundo indio. Él apuesta por el acuerdo, doctrina de bien pensantes ilustrados que parte de una premisa no verificable: el pacto es siempre mejor y posible. La vaina es que si cada bando se asigna chances de vencer y carga una “verdad” no transable, todo postulante a Confucio está fuera de la obra.
Por eso en España Manuel Vásquez Montalbán alegaba que los Pactos de la Moncloa se basaron en una “correlación de debilidades”, no de fuerzas. En cambio, en vez de una “correlación de debilidades”, en Bolivia hay ahora un cálculo frío de fuerzas. Echarle flores al acuerdo sin promover que las condiciones cambien, permite un sueño reposado y hablar de principios, pero sin responsabilidades. Y los bandos quieren ganar, así sea sólo posiciones, no confían mínimamente entre sí y no hay mediadores del gusto de todos.
En lo internacional, también se ha roto el equilibrio geopolítico en Bolivia. Las crisis de 2003 y 2008 fueron desactivadas por el consenso brasilero-argentino y, en un sentido más amplio, sudamericano (Unasur, Chávez en su apogeo, etcétera), con el repliegue norteamericano.
Hoy el suelo es inestable. Brasil y Argentina riñen por sus propias cuitas y por incidir en Bolivia. Estados Unidos ha retornado junto a una red de países como Brasil, Colombia, Chile y Ecuador. El influjo de Venezuela implosionó, pero tal vez sus técnicas, como las milicias, tuvieran que ver con los trances de noviembre. La Unión Europea, otro actor relevante, condenó las malas artes electorales del MAS, pero España es la encargada usual de la línea de la UE en Iberoamérica. La UE de su “canciller” Josep Borrell es, por lo menos, un atado de enfoques dispares sobre Bolivia.
Y como si faltaran dados, un general en retiro hace su lista de pedidos a la Presidenta, mientras la FSTMB llama a los uniformados a sumarse a la calle nacional-popular y las Fuerzas Armadas se rebelan ante un Legislativo que -con Evo y su estridencia como aderezo- les dilata los ascensos para que reaccionen en traje de fajina.
Los militares no habían estado hace rato así de concitados, salvo en minutos terminales. No, por lo menos, desde que César López, entonces cercano a JRQ, declamara un speech de izquierda nacionalista en el umbral del gobierno del MAS, para después sufrir sus rigores. O desde que sonaran los sables del general Antezana con el aliento de lado de un secretario de la COB, hace tres lustros.
Antes se decía que cuando los militares pasivos hablan, en realidad son la voz de algunos oficiales activos. Y no sé si lo que fue verdad ayer es hoy mentira, pero estos días dejan ese olor como a polvorín de los años 70.
Gonzalo Mendieta Romero es abogado.