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Escrito en la última página de un libro de historia

Homero Carvalho Oliva

Sin un verdadero amor
Sin un quehacer verdadero
La Historia no justifica
Nuestro paso por la Tierra

Jorge Guillén

De niño, en un colegio católico, creí enamorarme de sor Rosario de la Penitencia, una joven monja, ¡virgen hermosa bajo la negra cofia de lino de las religiosas!, que sabía todo sobre Dios y sus misterios y nos catequizaba cinco veces a la semana y yo creí amarla con devoción cristiana.

De adolescente creí hacerlo de la miss Peñafiel, una bella profesora de inglés que nos contaba de Mark Twain y las aventuras de Tom Sawyer y me dediqué a escribirle unos barrocos cuentos de la selva para hacerle saber mi afiebrado origen amazónico.

Meses después, cuando el otoño pendía de los árboles del Prado paceño, creí enamorarme de la profesora de francés, la mademoiselle Camille, cuyos atrevidos labios me hicieron creer que si aprendía el idioma de Villon y Baudelaire podía haberla conquistado y le escribí unos cursis poemas románticos que aspiraban a ser conjuros seductores.

En la universidad, en el alba de las revelaciones, cuando la revolución también era una muchacha, creí que lo estaba de una socióloga revolucionaria (cuyo nombre confundo con el de una dirigente de la Juventud del Partido Comunista), que dominaba los textos de Marx y Gramsci, tanto como mis deseos juveniles y pronto me di cuenta que debía aprender más de la dialéctica de los cuerpos.

Hasta que un día, en el atrio de la universidad, como una aparición entre los profetas del trotskismo, vi pasar a una muchacha pecosa y de crespa cabellera, vestida con jeans y un poncho de alpaca, que iluminaba el mundo con su sonrisa, de la que no sabía nada, ni siquiera su nombre; el sol proyectó su sombra sobre mi nostalgia y, al verla, fue como si toda la energía oculta de la tierra subiera por mi cuerpo, vi los mundos que quería descubrir en su mirada y la amé como si la revolución dependiera de ello.

(de Inventario nocturno, Premio Nacional de poesía 2012)

(Escrito en el año del Señor de 2010 y dedicado a Carmen Sandoval Landívar, la Amada, con quien me casé por lo civil un 24 de junio de 1988 y al día siguiente, 25 de junio, por lo religioso. Hoy cumplimos 33 años de casados oficialmente y dos de clandestinos)

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