Qué alivio, los parlamentarios elegidos hace cinco años culminan su gestión caracterizada por escándalos, sumisión ciega a las órdenes del ejecutivo, extrema degradación institucional, incumplimiento de sus deberes constitucionales, cobro de emolumentos sin trabajar y, lo más grave, coautores de la instalación de un régimen autoritario.
El Congreso, de ser la expresión más importante del debate político, dejo de serlo con la instalación de la asamblea legislativa que se convirtió en un circo en el que se dejaron de lado códigos de comportamiento conquistados por las luchas populares e instalaron la linea del “todo vale”, de este modo se desplegó con mayor fuerza la crisis de representación que destrozó todo lo que debía cobijar el órgano legislativo.
La justificación de la representación se confrontó con la realidad, una vez elegido el parlamentario por una fracción del pueblo, teóricamente, se convertía en representante de toda la nación, dejando de lado cualquier nexo directo con sus electores, este divorcio generó el emplazamiento de prácticas autoritarias del elegido que fueron alentadas por burocracias socavadoras de su propia institucionalidad.
Fue un proceso de largo aliento, que paradójicamente se incubo en la democracia pactada, en ella se desmereció el sentido de los acuerdos políticos con cuoteos entre las fuerzas o cuateos entre sus lideres.
En el periodo neoliberal, en la pretensión de resolver la demanda ciudadana de mayor participación, solo atinaron a echar las culpas a la partidocracia y promover la creación de agrupaciones ciudadanas que envilecieron mucho más la representación, o a usar el placebo de la elección de diputados uninominales que feudalizaron los espacios electivos.
Con la imposición del estado plurinacional la crisis se agudizó. Sus promotores incorporaron la idea de la delegación corporativa, es decir dejaron de lado la representación nacional y recurrieron a la delegación sectorial en la que cada parlamentario iba con un mandato que reivindicaba demandas alejadas de cualquier interés nacional.
A lo largo de su existencia, la asamblea legislativa plurinacional, sufrió un deterioro progresivo, al extremo que de su seno no surgió un solo líder o prospecto más o menos digerible, los rostros promisorios no aparecieron, la retórica de cambio generacional quedo en eso, las nomenclaturas del pasado se mantuvieron incólumes en las sombras.
El parlamento fue caricaturizado, empezaron a abundar relucientes guardatojos en cabezas vacias que nunca lo habían usado en lo que correspondía, brillaba la vestimenta autóctona que solo sirvió para ofender a sus verdaderos poseedores, creían que lo pluri se construía con poses circenses.
Convirtieron el hemiciclo en un ring, con algún que otro nocaut al bravucón provocador cuya lengua no tuvo correlato con sus puños, nunca se produjo un debate político sustantivo, la ignorancia era carta de presentación, disfrutaron de viajes al exterior y al interior del país con todos los gastos, modificaron la semana laboral a unas pocas horas, en resumen, tuvieron vacaciones pagadas por cinco años, encima como tenían el micrófono periodístico se convirtieron en seres populares del disparate.
Los oficialistas fueron serviles a las decisiones del poder político, los opositores libres de cualquier decisión partidaria, recordaban a cada instante que la conquista de su curul era producto de sus méritos personales y que le hacían un favor al país de estar ahí. El parlamento como institución democrática dejo de existir porque fue devorado desde dentro por sus propios miembros.
De pronto mi alivio se tornó en preocupación al ver algunas demostraciones muy parecidas a las que vimos en estos años.
El PDC, LIBRE y UNIDAD son cáscaras que cobijan a varias fracciones sin relación entre ellas. La primera muestra de unidad tendrá que darse en su interior para luego aproximarse a las otras. Por el momento no se sabe quien es quien, muchos empiezan a operar por cuenta propia, imaginar en tales circunstancias cómo será la conducción gubernamental a partir del 8 de noviembre, es preocupante.
Los flamantes diputados y senadores tienen la delicada tarea de no caer en la tentación de repetir conductas pasadas y recuperar la dignidad del órgano legislativo. Los resabios del neopopulismo autoritario no han sido erradicados, están presentes en lo cotidiano.
El presidencialismo imperante no será suficiente para amainar los peligros y amenazas de la coyuntura, el primer hombre del país será fuerte por un tiempo. Cuidado si solamente él pone la cara, todos los yerros le serán atribuidos sin piedad en el futuro.
Mientras no haya partido político y dirigentes que contribuyan en la conducción gubernamental, una otra forma puede ser, la conformación de sólidos equipos que ayuden a gestionar soluciones no solo en lo económico, sino también en lo político y lo social.
El número uno y su entorno no bastan, es la hora de los equipos.