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Epístola al fundamento de nuestro existir

Querida Madre: tus hijos, los humanos, continuamos recordándote, aunque algunas veces demos la sensación de poseerte por interés mundano, pero al fin sabemos que el cielo por sí mismo, necesita también de ti, la tierra, al menos para darnos sustento y vida a los mortales. Ojalá fuésemos más poesía que poder, más alma que cuerpo, alrededor de nuestro hogar diario, y volviésemos a cultivar mares de pétalos en lugar de dejarnos apresar por las riadas de impureza, generadas por nosotros mismos, a través de nuestro mezquino endiosamiento. Creo que el yo nos ha aborregado hasta el extremo de olvidarnos que nada somos sin los demás, y que todos habitamos en ti, igual que lo hicieron nuestros predecesores y también lo harán las generaciones venideras. Por tanto, acéptame esta epístola al fundamento de nuestro existir, déjanos continuar enhebrando suspiros al viento, y que las lágrimas soltadas, se conviertan en poema que nos deleite y conciencie; sabiendo que, la conciencia, es el mejor manjar que tenemos para crecer estéticamente.

Os necesitamos Madre, origen y principio de cada uno, por vuestro sosiego y disfrute de lo armónico de la naturaleza, de la que somos parte,  de ese todo que sin ti nada somos. Perdona nuestro incivismo y, de igual modo, a nuestro corazón ingrato. Ayúdanos a reencontrarnos con la bondad de tus latidos y a vivir en la virtud de lo responsable. En 2017, la campaña, coincidente con el Día Internacional a tu fervor planetario (22 de abril), se denomina “Alfabetización medioambiental y climática”. Ya me gustaría que la onomástica no pasase desapercibida para nadie. Ciertamente, aún como especie pensante no hemos aprendido a valorarte, a considerar tu valor de señorío y cauce, tu ternura para con todos tus retoños. Qué pena que sigamos siendo una humanidad irresponsable, alocada, necia e imprudente, no prestando atención a tus llamadas, y en vez de cooperar todos a una a salvarnos, optemos por la indiferencia y el egoísmo más radical, que nos lleva tanto a abusar de los recursos naturales que tú nos donas, como a excluir a los débiles sin miramiento alguno.

Qué crueldad Madre nos cobija. Se nos olvida, al linaje, de que todos somos esencia de un poema interminable, con su pulso y su pausa, y de que  todo está interconectado en esta tierra, cada noche más enterrada en nuestras miserias, aunque a la mañana siguiente nos ofrezca sus jardines como respuesta. Quizás deberíamos volver a ser niños,  para seguir soñando en otro mundo más habitable y humano, con menos agentes contaminantes y más energías literarias. Vuelva a nosotros la inocencia. Ya lo decía el inolvidable escritor español Pío Baroja (1872-1956): «Son los inocentes y no los sabios los que resuelven las cuestiones difíciles». Cuánta razón hay en ello. Para desgracia nuestra, somos más destructores que constructores. La inmensa mayoría de especies vegetales y animales se nos van, casi siempre, por alguna acción humana.

Madre querida, retorna a nosotros, sabes bien que cada día andamos más desmembrados unos de otros, más deteriorados, sin apenas espíritu y con una degradación sin precedentes. No hemos respetado los espacios vírgenes, los hemos inundado de cemento, asfalto, vidrio y metales, para levantar verdaderos ataúdes que nos impiden abrazar la auténtica naturaleza del verso. En tantas ocasiones, nos hemos dejado engatusar por la mentira que nada es lo que ha de ser, una vida respetuosa contigo, curso de nuestro vivir, puesto que tú  como arranque nos precedes en bondad y nos has sido dada como vínculo de unión y unidad. Lejos de seguir tu modelo, hoy somos un auténtico desastre para este vergel existencial que aún no hemos aprendido a conservar y a proteger. Sólo te pido, en consecuencia, que no te canses de nosotros, pues aunque la maldad se extienda por doquier, ha de surgir una nueva esperanza bajo tu misericordioso manto.

La mística del universo, sin duda, tiene un valor y un significado que ha de conmovernos a los moradores del planeta, al menos para que seamos más contemplativos, y así, poder aprender a reconocernos en relación con las demás criaturas. Alabado sea el despertar de los descendientes de la Madre tierra. Nunca es tarde para que cuidemos la vida y la belleza impresa en el aire. Lo haremos, pero somos débiles, y vos, por su raíz maternal, bien que lo sabe, porque el amor siempre cuesta sobre todo si es auténtico. Por eso, clemencia y reconciliación pido, entre la familia humana y su techo natural. Carpetazo al comercio. Venga, sí.

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

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