Jaime García, Director de Proyectos del Índice de Progreso Social de CLACDS/INCAE.
De acuerdo a la OMS, la crisis del COVID-19 ha venido acompañada del fenómeno de la infodemia; es decir, una masiva cantidad de información (alguna correcta otra no) sobre un tema en específico, que dificulta que las personas encuentren fuentes confiables y fidedignas cuando la necesitan. Esta generación y difusión de información en un contexto en el que millones de personas pueden producir y compartir contenido desde sus teléfonos celulares o computadoras puede alcanzar niveles de magnitudes difíciles de entender; como, por ejemplo, que en el 2020, en un minuto, se compartieron en promedio 500 horas de video en Youtube; 347,222 historias en Instagram; y 42 millones de mensajes en Whatsapp. Nunca en la historia de la humanidad habíamos tenido esta capacidad para comunicar.
Pero como apunta la OMS, en el contexto de una pandemia, esta capacidad se ha transformado en un factor particularmente peligroso, pues se han multiplicado las noticias falsas y teorías de la conspiración sobre el COVID-19, sus afectaciones o la vacunación. Desde relacionar al virus con tecnologías de telefonía móvil; promover falsos remedios ; o difundir miedo sobre la vacunación. Este tipo de información falsa no conoce fronteras y afecta en todos los países; y como se había comentado en el blog anterior, puede incidir en el cumplimiento de las metas de vacunación, tan necesarias para salir de la crisis.
Por supuesto, las noticias falsas no son nuevas, ya desde hace años se les ha dado seguimiento y se han estudiado como el fenómeno social que son. En el 2018, ya se había analizado que las noticias falsas se mueven y se comparten más rápido que las noticias verdaderas, de hecho tienen 70% más probabilidades de compartirse que las noticias reales; siendo las personas las principales responsables, y no ejércitos de bots o programas de cómputo.
Detrás de este fenómeno de compartir noticias falsas están los llamados sesgos cognitivos, que como explica el premio Nobel Daniel Kahneman, son atajos mentales irracionales que inciden en nuestras decisiones, en donde cuentan nuestras creencias, nuestros grupos de referencia, y nuestras experiencias. Y si bien es complicado medir estos sesgos cognitivos, Facebook y the Economist Intelligence Unit, como parte de su iniciativa para medir la inclusión de internet, han aplicado una pregunta a usuarios de internet de 120 países, sobre el nivel de confianza que tienen en la información que se comparte en redes sociales proveniente de otros usuarios. Lo que nos permite discernir entre el riesgo que tienen los países de verse más afectados que otros por las noticias falsas.
Así, destacan, Nigeria y Pakistán donde el 50% de los usuarios de internet creen ampliamente en el contenido que se comparte en redes sociales, siendo los más crédulos de los países evaluados; en contraste, los más escépticos son Bulgaria y Nueva Zelanda con menos del 13% de usuarios que creen ampliamente la información compartida en redes sociales por otros usuarios.
En la región, Costa Rica con 18% y Panamá con 20% son los países con el menor porcentaje de usuarios de internet que confían ampliamente en los contenidos de redes sociales compartidos por otros usuarios; en contraste, Honduras con 32% y Nicaragua con 34% son los países que más confían. Si comparamos con Estados Unidos, como referencia, el nivel de confianza en estos contenidos es de 41.8%.
Mapa 1. Porcentaje de usuarios de internet que confían ampliamente en el contenido de redes sociales compartido por otros usuarios.
Fuente: Elaborado por INCAE con datos de Inclusive Internet Index.
Ante este fenómeno han surgido diferentes esfuerzos de organizaciones, gobiernos, empresas, medios de comunicación y sociedad civil por contrarrestar la desinformación con filtros y mecanismos verificadores de información. Y si bien estos esfuerzos son necesarios, se ha analizado que la educación de calidad es el mejor filtro para desactivar las noticias falsas. En la región esto queda claro cuando se contrastan los años de educación promedio de los usuarios de internet, y se encuentra que a menor número de años de educación más porcentaje de usuarios confían ampliamente en los contenidos de redes sociales haciéndolos más propensos a compartir noticias falsas.
Gráfico 1. Relación entre confianza en contenidos de redes sociales compartidos por otros usuarios y los años de educación promedio de los usuarios.
Fuente: Elaborado por INCAE con datos de Inclusive Internet Index.
Finalmente, la pandemia nos ha recordado que a este fenómeno hay que darle la importancia que se requiere, pues no sólo se han sembrado dudas en la medicina y la ciencia, también ha costado vidas. Y es claro que este fenómeno seguirá siendo un factor de riesgo para todas las dinámicas sociales, afectando el contrato social, y amenazando con desestabilizar la democracia, el debate público, nuestras libertades, y el funcionamiento de nuestras sociedades. Así que hay que empezar a tomarlo en serio, y atenderlo de forma coordinada con gobiernos, medios de comunicación, empresas, sociedad civil y mucha responsabilidad individual.