Santos Domínguez Ramos
“Hay una foto donde se ve a Borges que intenta descifrar las letras de un libro que tiene pegado a la cara. Está en una de las galerías altas de la Biblioteca Nacional de la calle México, en cuclillas, la mirada contra la página abierta.
Uno de los lectores más persuasivos que conocemos, del que podemos imaginar que ha perdido la vista leyendo, intenta, a pesar de todo, continuar. Esta podría ser la primera imagen del último lector, el que ha pasado la vida leyendo, el que ha quemado sus ojos en la luz de la lámpara”, escribía Ricardo Piglia al comienzo de “¿Qué es un lector?”, el primero de los seis capítulos con los que compuso El último lector, el luminoso ensayo narrativo que publica Cátedra Letras Hispánicas con edición de Ricardo Baixeras Borrell, que desarrolla en su amplio estudio introductorio y en sus minuciosas anotaciones la construcción de Piglia de la lectura como literatura y de la literatura como lectura en un intercambio continuo de mundos que dialogan.
La de Borges es una de las escenas de lectura que evoca Piglia, que explicó que “este libro no intenta ser exhaustivo. No reconstruye todas las escenas de lectura posibles, sigue más bien una serie privada; es un recorrido arbitrario por algunos modos de leer que están en mi recuerdo. Mi propia vida de lector está presente y por eso este libro es, acaso, el más personal y el más íntimo de todos los que he escrito.”
Porque El último lector aborda las representaciones y las interpretaciones de la figura del lector que nos transmite la literatura a través de personajes como don Quijote, Hamlet, Madame Bovary, o Anna Karenina, su presencia central en los relatos de Borges y en los diarios de Kafka y en sus cartas a Felice Bauer o los puentes tendidos entre la escritura y la lectura en autores como Cervantes, Poe, Joyce o Proust. Autores que fueron además y antes lectores excepcionales.
Y es que -afirma Piglia- “la pregunta «qué es un lector» es, en definitiva, la pregunta de la literatura. Esa pregunta la constituye, no es externa a sí misma, es su condición de existencia. Y su respuesta -para beneficio de todos nosotros, lectores imperfectos pero reales- es un relato: inquietante, singular y siempre distinto.”
Y por eso, añade, “buscamos entonces las figuraciones del lector en la literatura; esto es, las representaciones imaginarias del arte de leer en la ficción. Intentamos una historia imaginaria de los lectores y no una historia de la lectura. No nos preguntaremos tanto qué es leer, sino quién es el que lee (dónde está leyendo, para qué, en qué condiciones, cuál es su historia).”
Esas figuraciones de lectores imaginarios que en una novela leen una novela muestran en diferentes escenas y escenarios la lectura como salvación en Robinson Crusoe, como origen de un proyecto de vida en don Quijote, como refugio en Anna Karenina, como redención en Mme. Bovary o como manifestación de lucidez diferencial y extrema en Auguste Dupin.
Sobre la lectura narrada, Piglia construye en El último lector una poética de la recepción literaria en la que la lectura es también una manera de escribir, un método de apropiación y reescritura de los universos que crea la lectura, cuando “construye un espacio entre lo imaginario y lo real, desarma la clásica oposición binaria entre ilusión y realidad. No hay, a la vez, nada más real ni nada más ilusorio que el acto de leer.
Muchas veces el lugar de cruce entre el sueño y la vigilia, entre la vida y la muerte, entre lo real y la ilusión está representado por el acto de leer.”
Y en esa poética de los libros leídos es fundamental la perspectiva del lector, y por tanto saber no sólo qué, por qué y cuándo lee el lector, sino también y sobre todo desde dónde se lee. Entre la variada tipología de lectores, Piglia destaca la del lector puro que hace de la lectura su forma de vida:
“El lector adicto, el que no puede dejar de leer, y el lector insomne, el que está siempre despierto, son representaciones extremas de lo que significa leer un texto, personificaciones narrativas de la compleja presencia del lector en la literatura. Los llamaría lectores puros; para ellos la lectura no es solo una práctica, sino una forma de vida.”
Esa relación existencial entre realidad e imaginación, entre vida y literatura se convierte en uno de los hilos conductores de los seis capítulos de este ensayo sobre la lectura y la escritura, sobre la experiencia literaria y el papel activo del lector. Este párrafo resume el vínculo entre la lectura y la realidad que, con sus diversas variantes y perspectivas, constituye uno de los temas vertebrales de El último lector, que llega hoy a las librerías:
“Hay una relación entre la lectura y lo real, pero también hay una relación entre la lectura y los sueños, y en ese doble vínculo la novela ha tramado su historia.
Digamos mejor que la novela -con Joyce y Cervantes en primer lugar- busca sus temas en la realidad, pero encuentra en los sueños un modo de leer. Esta lectura nocturna define un tipo particular de lector, el visionario, el que lee para saber cómo vivir.”