Lo que no se quiere entender en Bolivia es que hay un conflicto, una guerra, en la que un grupúsculo de rejuntados, con la excusa de lo indígena y la miseria, ha decidido montarse en el poder para siempre. Detrás de ellos hay intereses millonarios, mafias internacionales, finanzas, bancos, capitalismo salvaje. Los pobres, que marchan como caniches al tirarles un pedazo de pan, en apariencia los respaldan masivamente; el Ejército sirviente lo hace porque está en la boleta de pagos, sin recibos ni transparencia, del sangriento carnaval expoliador.
Desde el primer día de esta burla vengo escribiendo sobre lo que se veía claro: el gran engaño. Jamás hubo un ápice de pensamiento revolucionario en una cúpula delincuente y hasta asesina. Mi vehemencia me costó reprobación pública de la prensa nacional, de periodistos que a pesar de jugar a opositores, lo que querían era estar en la mira de las delicias del presidente, de su caricia y beneplácito. Abiertos fascistas de izquierda, algunos; arribistas que el tiempo ha bien posicionado y que miden su charla y su silencio para permanecer incólumes y notables, otros, mientras un resto, hoy deslenguado, permanecía con tenue crítica y mirada de soslayo hacia la silla presidencial en busca de favores, cosa común en el país. Miren si no a los expresidentes, que uno a uno bailaron de odaliscas enfrente del amo. Yo no, nunca, pero sonrío con tristeza al saber que como buenos altoperuanos varios que podrían haber sido críticos aprovecharán las coyunturas futuras para aparecer en primera plana vestidos de apóstoles de la libertad. Escritores entre ellos.
La democracia murió hace mucho, en la negativa de Evo Morales de oír “al pueblo” que llena su boca recientemente acostumbrada al roquefort y el filet mignon. Bien fácil se vuelcan los próceres, comenzando con la comida. Al no existir esta (la democracia), no pueden quedar dudas de que estamos ante un tablero de ajedrez sin límites. Él fue el que puso las reglas del todo vale, del meterle nomás. Entonces, opositores o cualquier ciudadano tienen derecho a meterle nomás en sentido amplio de la palabra. Se aplica para depredación, para robo, violación, corrupción, mentira, pedofilia, prepotencia, suplantación, contrabando, narcotráfico, ¿por qué no para cambio de autoridades, remoción de líderes o lo que fuere y de la manera que fuere? Hay que primero entenderlo, luego aceptarlo; estamos ante un momento en que la corrección política no vale nada, en que la insulsa conversación acerca de un estado democrático solo da carta blanca al arbitrio demencial de este movimiento -que no es partido político- y a su infatigable gula. El TIPNIS es una pieza del pastel. Ya Morales, alma negra de la Madre Tierra, ha puesto sus ojos dolarizados en el Madidi y lo que alcance. Vendería a su madre el individuo si eso pudiese acrecentar su quién sabe cuán voluminosa fortuna. Linerita y la jauría se benefician por igual. Nada cuestan unos ríos, unas aguas, árboles, tribus, total, con un discurso enrevesado como la idiosincrasia plurinacional se soluciona todo, con billeticos aquí y acullá, con donaciones a dirigentes y promesas a narcos, madereros, cazadores, mineros. Si después hallamos un yermo ¿y qué? ¿A quién le importa? Por supuesto que al gobierno no.
Las guerras se pelean a muerte. No hay retórica de doctorcitos altoperuanos posible. Si se va a luchar por este territorio y por el futuro hay que afiliarse a la filosofía del meterle nomás y hacerlo, contra quien se ponga delante. Eso implica tanto, y no agradable. Pero si alguien pone el pie en mi casa, pierde el pie, así de concreto. Si pone la cabeza, adiós cabeza. Recuerden el coro cubano en la música: “al que asome la cabeza, duro con él, Fidel, Fidel, duro con él”. El método ha sido aprobado por los señores de la revolución. El permiso está dado.